En
medio de todas las alegrías de la Navidad y tenemos que entender que la Pascua
siempre ha de estar presente en nuestra vida y saber tener la entereza y
fortaleza de María
1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35
¡Vaya pasada!,
decimos. Cuando estábamos disfrutando de un momento muy agradable, vienen y nos
dan la noticia. Algo desagradable que ha sucedido o que está por suceder, pero
que nos afecta directamente a aquellos que ahora estábamos pasando un buen
momento. Las espinas de las rosas de la vida; cuando mejor estamos embriagados
por su perfume viene algo que nos hace daño, que es una punzada en el alma, algo
que nos va a perturbar para siempre. Son cosas que suceden y más de una vez en
la vida, por lo que tenemos que hacernos de tripas corazón y salir a flote sin
dejar hundirnos por aquello que nos dicen. No es fácil, hace falta mucha
fortaleza de espíritu, hace falta madurez en el alma para poder afrontarlo.
Habían subido
a Jerusalén para cumplir con los requisitos de la ley mosaica. Era un
primogénito que había que ofrecer al Señor; había una purificación que
realizar, porque con las hemorragias propias del parte, todo lo que fuera
sangre y tuviera contacto con la sangre era una impureza para la ley de Moisés;
por eso toda madre después del parte había de someterse a aquellas
purificaciones.
Pero no fue
solamente un rito lo que en aquel momento en el templo realizaron con Jesús sus
padres en la presentación del Niño en el templo; por allá andaban unos ancianos
llenos del espíritu Santo que comenzaron a profetizar. El anciano Simeón había
recibido una revelación del Señor de que no moriría hasta ver con sus ojos a
quien iba a ser el Salvador del mundo. Allá estaba en el templo siempre dando
gloria a Dios y esperando ese momento de la promesa cuando entraron María y
José con el Niño para cumplir con los requisitos de la ley. Y allí se puso a
profetizar Simeón. Ya podía morir en paz y daba gracias a Dios porque
sus ojos habían podido contemplar al Salvador.
Por allá otra
anciana también llena del espíritu de Dios servía en el templo día y noche y
también se puso a alabar a Dios y hablar del Niño a cuantos esperaban la
liberación de Israel. Momentos de emoción y alegría, que María iría guardando
en su corazón y donde ella veía que se iban cumpliendo las Escrituras y cuánto
le había dicho el ángel.
Pero es el
momento en que el anciano se dirige directamente a María y ahora sus palabras
suenan a una seriedad distinta, porque le dice que aquel Niño iba a ser un
signo de contradicción. No todos los aceptarían; ante El habían de decantarse
las conciencias y unos se pondrían de su parte, mientras a otros los iban a
tener enfrente. ‘Y a ti una espada te traspasará el alma’. Estaba
anunciando momentos de dolor, de sufrimiento, estaba anunciando momentos de
pascua, porque siempre sería el paso del Señor, pero en ese paso iba a haber pasión
y sufrimiento, habría muerte aunque al final estaba anunciada la resurrección y
la vida.
Pero el
corazón de María se vio ya traspasado por aquella espada que le traspasaría el
alma cuando estuviera a los pies de la cruz de su Hijo. Pero allí estaba la
fortaleza de María, allí estaba su entereza y la madurez de su fe, allí estaba
la que sabría mantenerse en pie incluso a los pies de la cruz de su Hijo,
porque allí estaba una mujer de extremada esperanza.
Estamos
nosotros también en medio de todas las alegrías de la Navidad y tenemos que
entender estos anuncios, porque sabemos bien que Belén no está lejos del
Calvario, porque la vida de Jesús es paso de Dios en medio de nosotros los
hombres, porque la Pascua siempre ha de estar presente en nuestra vida, porque
a nosotros tampoco tiene que faltarnos esa fortaleza y esa entereza de María,
porque nosotros hemos de tener siempre el corazón lleno de esperanza, porque
sabemos que no nos faltará la fuerza del espíritu sea lo que sea que tengamos
que afrontar en la vida aunque algunas veces nos resulte duro y costoso. Que se
fortalezca de verdad nuestra fe. Sintamos siempre la presencia de María a
nuestro lado.
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