Auméntanos la fe para ser testigo de esa fe ante un mundo de increencia y de violencia
Habacuc, 1, 2-3; 2, 2-4; Sal. 94; 2Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17,
5-10
‘Los apóstoles le
pidieron al Señor: Auméntanos la fe’.
Cuántas veces lo habremos pedido nosotros también. Ha de ser una súplica
continua. Pero cuantas veces lo habremos suplicado cuando nos hemos visto
envueltos por oscuridades y dudas.
Como les sucedía ahora a los apóstoles quizá. Ya hemos
escuchado cómo en muchas ocasiones les cuesta llegar a comprender lo que va
sucediendo en torno a Jesús o lo que Jesús mismo les dice o les anuncia. Duro
les era cuando les hablaba de pasión y de cruz, ahora que subían a Jerusalén y
de todo lo que allí había de pasar el Hijo del Hombre. Aunque estaban con Jesús
se sentían quizá muchas veces inseguros, como
nos sucede a nosotros tantas veces, y llenos de dudas.
Ahora mismo Jesús les había hablado del perdón - es el
texto inmediatamente anterior aunque no lo hemos escuchado en esta ocasión - un
perdón, les decía, que tenía que ser generoso y universal; momentos antes, como
escuchamos en pasados domingos les hablaba del uso de las riquezas o de los
bienes materiales y pedía desprendimiento y generosidad. Suplicaban al Señor ‘auméntanos la fe’, porque quizá se
sentían débiles para seguir el camino que Jesús les estaba proponiendo. Seguir
a Jesús era algo que llenaba de luz su alma, pero cuando les hablaba de cargar
con la cruz de cada día eso les resultaba más duro.
Hoy todos los textos de la Palabra del Señor proclamada
nos iluminan en este sentido de la fe. Jesús les anima incluso con lo que les
dice a continuación. ‘Si tuvierais fe
como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate
en el mar, y os obedecería’. No es que vayamos arrancando árboles o
cambiando las montañas de sitio, como
nos dirá en otro lugar, pero estas hipérboles quieren darnos confianza y
certeza en nuestra fe.
El grito del profeta Habacuc que hemos escuchado en la
primera lectura pudiera representar también nuestro grito en los momentos en
que perdemos los ánimos o nos llenamos de oscuridad ante lo que nos sucede o
ante lo que contemplamos en el mundo que nos rodea. ‘¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré
violencia sin que me salves? ¿Hasta cuando me haces ver desgracias, me muestras
trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?’
Los momentos que estaba pasando el pueblo eran difíciles.
Son el pueblo elegido del Señor pero ahora se ven abocados a la destrucción de
todo lo más sagrado para ellos como era el templo y la ciudad de Jerusalén y
conducidos a la cautividad y el destierro y se ven rodeados de violencias por
todasd partes, y surge el grito desde lo hondo del corazón de los que quieren
ser fieles, mantener su fe puesta en el Señor. Pero en la visión profética hay
palabras que animan a la esperanza y mantener la fe en el Señor, a pesar de
todas las oscuridades.
Como decíamos traducen las palabras del profeta también
nuestros momentos de dudas, de oscuridades en que nos vemos perplejos quizá
ante lo que nos sucede o sucede en nuestro entorno. Serán nuestros problemas
personales, los sufrimientos que nos van apareciendo en la vida, nuestras
propias limitaciones o la enfermedad que aparece llenándonos de dolor e
incertidumbre.
Pero pueden ser también las situaciones que vemos en
nuestro entorno en personas que sufren, en los problemas de carencias y
pobrezas que envuelven a tantos en nuestro entorno; pueden ser ese mundo de
luchas y enfrentamientos que vemos en las relaciones de unos y otros muchas
veces desde la ambición o una lucha por el poder cosas que en nuestra
sensibilidad nos hacen también sufrir; pueden ser catástrofes o accidentes,
amenazas de guerras, secuestros, ataques terroristas o atentados que quitan la
vida a tantos inocentes. ¿Quién no se siente impresionado por lo que hemos
visto estos días de esos centenares de personas muertos y desaparecidos
tragados por el mar en ese terrible naufragio de quienes buscaban una vida
mejor?
Surge el grito como el del profeta o surge la súplica
como la de los apóstoles a Jesús. ‘¿Hasta
cuando, Señor?... Auméntanos la fe’. Pero tiene que despertarse también en
nosotros la fe y la esperanza. ‘El justo
vivirá por su fe’, decía el profeta. Esa fe que nos hace poner toda nuestra
confianza en el Señor. Esa fe que nos mantendrá firmes y seguros también en
esos momentos difíciles. Esa fe que da seguridad a nuestra vida porque ilumina
nuestra existencia, nos hace encontrar un sentido a todo eso que vivimos y nos
dará valor para caminar llenos de confianza haciendo lo que tenemos que hacer,
viviendo con responsabilidad nuestra existencia. Es a lo que nos invita Jesús
con esa pequeña parábola o ejemplo que nos pone.
‘Reaviva el don de
Dios’, le dice san
Pablo a su discípulo Timoteo, ‘porque
Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y
buen juicio’. Le recuerda el apóstol
el testimonio que ha de dar en todo momento anunciando el evangelio aunque esté
pasando por momentos duros. Por eso le dice ‘vive
con fe y amor en Cristo Jesús para guardar ese depósito de la fe con la ayuda
del Espíritu Santo’.
Palabras que son de ánimo también para nosotros, para
que guardemos también con toda fidelidad ese depósito de la fe, para que demos
testimonio de esa fe que anima nuestra vida frente a un mundo muy lleno de
increencia, un mundo que muchas veces nos da la impresión que ha perdido su
rumbo y que anda a oscuras y por eso lo vemos tan lleno de maldad, tan maleado
por el egoísmo muchas veces insolidario en el que se rehuye el compromiso, tan
lleno de violencias, tan falto de paz.
No nos podemos cruzar de brazos ni desentendernos de
ese mundo que sufre. No podemos dejar que esas oscuridades nos envuelvan y
contagien. Aunque sean muchas las cosas que nos tienten a la angustia y a la
desesperanza, incluso cuando nos parece fracasar a causa de nuestras propias
debilidades, hemos de mantener encendida esa lámpara de nuestra fe. En el Señor
encontramos esa gracia que alimente nuestra fe y nos llene de fortaleza. Pero
es ahí en medio de ese mundo donde tenemos que dar nuestro testimonio con
valentía, con ánimo, con coraje, donde tenemos que manifestar alegres en la fe
que nos anima para que en verdad despierte esperanza en tantos que van tan
desorientados en la vida.
Sí, le pedimos al Señor: ‘auméntanos la fe’.
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