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domingo, 6 de octubre de 2013

Auméntanos la fe para ser testigo de esa fe ante un mundo de increencia y de violencia

Habacuc, 1, 2-3; 2, 2-4; Sal. 94; 2Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
‘Los apóstoles le pidieron al Señor: Auméntanos la fe’. Cuántas veces lo habremos pedido nosotros también. Ha de ser una súplica continua. Pero cuantas veces lo habremos suplicado cuando nos hemos visto envueltos por oscuridades y dudas.
Como les sucedía ahora a los apóstoles quizá. Ya hemos escuchado cómo en muchas ocasiones les cuesta llegar a comprender lo que va sucediendo en torno a Jesús o lo que Jesús mismo les dice o les anuncia. Duro les era cuando les hablaba de pasión y de cruz, ahora que subían a Jerusalén y de todo lo que allí había de pasar el Hijo del Hombre. Aunque estaban con Jesús se sentían quizá muchas veces inseguros, como  nos sucede a nosotros tantas veces, y llenos de dudas.
Ahora mismo Jesús les había hablado del perdón - es el texto inmediatamente anterior aunque no lo hemos escuchado en esta ocasión - un perdón, les decía, que tenía que ser generoso y universal; momentos antes, como escuchamos en pasados domingos les hablaba del uso de las riquezas o de los bienes materiales y pedía desprendimiento y generosidad. Suplicaban al Señor ‘auméntanos la fe’, porque quizá se sentían débiles para seguir el camino que Jesús les estaba proponiendo. Seguir a Jesús era algo que llenaba de luz su alma, pero cuando les hablaba de cargar con la cruz de cada día eso les resultaba más duro.
Hoy todos los textos de la Palabra del Señor proclamada nos iluminan en este sentido de la fe. Jesús les anima incluso con lo que les dice a continuación. ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería’. No es que vayamos arrancando árboles o cambiando las montañas de sitio, como  nos dirá en otro lugar, pero estas hipérboles quieren darnos confianza y certeza en nuestra fe.
El grito del profeta Habacuc que hemos escuchado en la primera lectura pudiera representar también nuestro grito en los momentos en que perdemos los ánimos o nos llenamos de oscuridad ante lo que nos sucede o ante lo que contemplamos en el mundo que nos rodea. ‘¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré violencia sin que me salves? ¿Hasta cuando me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?’
Los momentos que estaba pasando el pueblo eran difíciles. Son el pueblo elegido del Señor pero ahora se ven abocados a la destrucción de todo lo más sagrado para ellos como era el templo y la ciudad de Jerusalén y conducidos a la cautividad y el destierro y se ven rodeados de violencias por todasd partes, y surge el grito desde lo hondo del corazón de los que quieren ser fieles, mantener su fe puesta en el Señor. Pero en la visión profética hay palabras que animan a la esperanza y mantener la fe en el Señor, a pesar de todas las oscuridades.
Como decíamos traducen las palabras del profeta también nuestros momentos de dudas, de oscuridades en que nos vemos perplejos quizá ante lo que nos sucede o sucede en nuestro entorno. Serán nuestros problemas personales, los sufrimientos que nos van apareciendo en la vida, nuestras propias limitaciones o la enfermedad que aparece llenándonos de dolor e incertidumbre.
Pero pueden ser también las situaciones que vemos en nuestro entorno en personas que sufren, en los problemas de carencias y pobrezas que envuelven a tantos en nuestro entorno; pueden ser ese mundo de luchas y enfrentamientos que vemos en las relaciones de unos y otros muchas veces desde la ambición o una lucha por el poder cosas que en nuestra sensibilidad nos hacen también sufrir; pueden ser catástrofes o accidentes, amenazas de guerras, secuestros, ataques terroristas o atentados que quitan la vida a tantos inocentes. ¿Quién no se siente impresionado por lo que hemos visto estos días de esos centenares de personas muertos y desaparecidos tragados por el mar en ese terrible naufragio de quienes buscaban una vida mejor?
Surge el grito como el del profeta o surge la súplica como la de los apóstoles a Jesús. ‘¿Hasta cuando, Señor?... Auméntanos la fe’. Pero tiene que despertarse también en nosotros la fe y la esperanza. ‘El justo vivirá por su fe’, decía el profeta. Esa fe que nos hace poner toda nuestra confianza en el Señor. Esa fe que nos mantendrá firmes y seguros también en esos momentos difíciles. Esa fe que da seguridad a nuestra vida porque ilumina nuestra existencia, nos hace encontrar un sentido a todo eso que vivimos y nos dará valor para caminar llenos de confianza haciendo lo que tenemos que hacer, viviendo con responsabilidad nuestra existencia. Es a lo que nos invita Jesús con esa pequeña parábola o ejemplo que nos pone.
‘Reaviva el don de Dios’, le dice san Pablo a su discípulo Timoteo, ‘porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio’.  Le recuerda el apóstol el testimonio que ha de dar en todo momento anunciando el evangelio aunque esté pasando por momentos duros. Por eso le dice ‘vive con fe y amor en Cristo Jesús para guardar ese depósito de la fe con la ayuda del Espíritu Santo’.
Palabras que son de ánimo también para nosotros, para que guardemos también con toda fidelidad ese depósito de la fe, para que demos testimonio de esa fe que anima nuestra vida frente a un mundo muy lleno de increencia, un mundo que muchas veces nos da la impresión que ha perdido su rumbo y que anda a oscuras y por eso lo vemos tan lleno de maldad, tan maleado por el egoísmo muchas veces insolidario en el que se rehuye el compromiso, tan lleno de violencias, tan falto de paz.
No nos podemos cruzar de brazos ni desentendernos de ese mundo que sufre. No podemos dejar que esas oscuridades nos envuelvan y contagien. Aunque sean muchas las cosas que nos tienten a la angustia y a la desesperanza, incluso cuando nos parece fracasar a causa de nuestras propias debilidades, hemos de mantener encendida esa lámpara de nuestra fe. En el Señor encontramos esa gracia que alimente nuestra fe y nos llene de fortaleza. Pero es ahí en medio de ese mundo donde tenemos que dar nuestro testimonio con valentía, con ánimo, con coraje, donde tenemos que manifestar alegres en la fe que nos anima para que en verdad despierte esperanza en tantos que van tan desorientados en la vida.
Sí, le pedimos al Señor: ‘auméntanos la fe’.

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