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jueves, 10 de octubre de 2013

¡Cuánto más dará el Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan!

Mal. 3, 13-18; 4, 2; Sal. 1; Lc. 11, 5-13
‘Enséñanos a orar’, seguimos pidiéndole hoy nosotros a Jesús como lo hacíamos ayer. No nos cansemos ni nos parezca repetitivo, porque así somos nosotros que pronto  nos cansamos, pero pronto también dejamos muchas veces de hacer y vivir lo que Jesús nos propone.
O no terminamos de poner toda nuestra confianza en el Señor, o somos tan exigentes que queremos ver inmediatamente realizado aquello que le pedimos - parece que se lo exigiéramos - al Señor. Es necesaria una actitud humilde además de llena de confianza. Somos pobres ante Dios y así tenemos que ponernos delante de El. No nos valen ni las autosuficiencias ni las exigencias de quien se cree siempre con todos los derechos. Es la actitud humilde del pobre que tiende la mano y espera confiadamente.
Confiadamente podemos y tenemos que esperar nosotros porque sabemos bien a quien le estamos pidiendo. Es el Padre amoroso que siempre nos escucha. Es el Padre amoroso que nos dará siempre lo mejor. Es el Padre amoroso que tiene entrañas de misericordia y se derrite de amor por nosotros porque nos quiere como hijos, porque nos ha hecho sus hijos. Es el Padre amoroso que está viendo en nosotros a su Hijo eterno, que nos lo ha entregado y ahora no solo ha dado su vida por nosotros sino que es el mejor mediador e intercesor que está siempre pidiendo por nosotros.
Es por eso por lo que hoy Jesús nos enseña cómo ha de ser nuestra oración, constante, perseverante, confiada, humilde. Nos pone ejemplos o parábolas para que lo comprendamos, como la del amigo que va a medianoche a pedirle ayuda a su amigo, aunque lo importune, porque sabe que el amigo siempre lo escucha. No es que Dios nos escuche como para quitarnos de encima, sino que Dios nos escucha porque sus entrañas son entrañas de misericordia y de amor.
‘Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, - y nos habla del padre que si su hijo le pide pan no le dará una piedra, o si le pide un pez no le dará un escorpión - ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?’ Por eso nos insiste: ‘Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, quien busca, encuentra, y al que llama se le abre’.
Así nos escucha el Señor. Pero, ¿qué le pedimos? Por supuesto ante Dios ponemos todas nuestras necesidades; y tenemos presentes nuestras necesidades materiales - el pan nuestro de cada día nos lo enseñó a pedir también cuando nos enseñaba el padrenuestro - pero tienen que ir todas aquellas cosas que nos hacen bien a la persona en toda su integridad, en nuestro crecimiento como persona, en nuestra maduración espiritual, en el desarrollo de todos esos valores y cualidades que ya no solo van a ser una riqueza para nuestra vida personal, sino que con ello vamos a contribuir al bien de los que están a nuestro lado, al bien de nuestro mundo.
Igual que le estamos diciendo una y otra vez hoy al Señor que nos enseñe a orar, hemos de pedirle que crezcamos en nuestra fe - ‘auméntanos la fe’, recordamos cómo le pedían los discípulos el pasado domingo -, pero que crezca y se fortalezca nuestra esperanza, que maduremos en el amor.
¿Cuáles son las peticiones concretas que nos proponía Jesús cuando nos enseñaba el padrenuestro? Además del pan de cada día, le pedíamos perdón que entrañaba el compromiso por nuestra parte de perdonar también; por eso le pedimos perdón pero le pedimos al mismo tiempo que nos dé fuerza para nosotros también perdonar, porque solo con nuestras fuerzas o nuestra buena voluntad va a ser difícil que lo consigamos. 
Si decíamos antes que le pedíamos para ese nuestro crecimiento como personas desarrollando todos esos valores y cualidades que poseemos, significará también que queremos apartarnos del mal; por eso pedimos su gracia, la fuerza de su Espíritu que esté en nosotros para ser fuertes y no dejarnos vencer por la tentación. Queremos ser mejores y solo lo lograremos con la ayuda y la fuerza del Señor. Eso ha de entrar entonces en nuestra petición.

‘¡Cuánto más dará el Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan!’, escuchábamos que nos decía Jesús hoy. Pidamos ese don y esa fuerza del Espíritu que nos llene de Dios, que nos inunde de los dones de Dios.

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