Donde aprendemos lo que es el servicio poniéndonos a los pies de Jesús
Jonás, 3, 1-10; Sal. 129; Lc. 10, 38-42
Jesús iba subiendo a Jerusalén y ya sabemos por otros
comentarios que nos hemos hecho todo lo que significaba aquella subida. Muchas
cosas han de ir sucediendo y grande será el mensaje que nos va dejando. Hoy se
nos habla de hospitalidad y de acogida, de servicio y de apertura a la Palabra
de Dios.
Allí en una aldea junto al camino que conduce a
Jerusalén cuando ya está cercana la ciudad una familia acoge a Jesús y a los
discípulos. La hospitalidad del semita les hace tener siempre abiertas las
puertas para quien pasa junto a ellos, y tras la larga subida desde el valle
del Jordán y desde la lejana Galilea el lugar era propicio para el descanso y
el recuperar fuerzas antes de superar el monte de los olivos para entrar en
Jerusalén.
Era quizá, sin embargo, un lugar habitual de parada de
Jesús, por cuanto en otro lugar se hablará de la amistad especial que tienen
aquellos hermanos con Jesús. Y allá está María sentada a los pies de Jesús
escuchándole mientras Marta está afanada en el servicio preparando todo para
acoger de la mejor manera y como se merecen en las normas habituales de la
hospitalidad a quienes han llegado a aquel hogar.
Ya hemos escuchado el diálogo en cierto modo
quejumbroso que se entabla entre Marta y Jesús porque preocupada como está por
tenerlo todo preparado juzga, sin embargo, que su hermana no está prestando la colaboración
que juzgaba necesaria. ¿Reproches?, ¿quejas nacidas de un corazón lleno de amor?
¿ansias del mejor servicio de hospitalidad? respuesta de Jesús para que nos
hagamos una buena escala de valores y no falte el servicio, como tantas veces
nos ha enseñado, pero no nos falte nunca nuestra acogida a Dios y a su Palabra.
No dice Jesús que no tenga importancia y valor lo que
Marta está haciendo. Ella desea lo mejor y en su hospitalidad está queriendo
responder de la mejor manera a lo que Jesús tantas veces había pedido que es el
espíritu de servicio para darse y gastarse por los demás buscando siempre lo
bueno. Claro que la respuesta de Jesús nos podrá hacer pensar y valorar cuál es
el mejor servicio que podemos prestar a los demás.
Pero también hay que tener como primordial la actitud
de María que también es acogida y un querer predisponer el corazón para el
mejor servicio. ¿Cómo podremos llegar a esa donación de nosotros mismos que es
el servicio a los demás si no es desde la fuerza que en el Señor encontramos?
Necesitamos como María sentarnos a los pies de Jesús para escuchar su Palabra
en lo hondo del corazón. Solo cuando nos sentamos de verdad a los pies de Jesús
podremos aprender lo que es el amor, lo que es el servicio verdadero.
Sentados a los pies de Jesús podremos sentir el calor
de su corazón, de su amor para contagiarnos de él hasta impregnarnos en lo más íntimo
y profundo de nosotros. Sentados a los pies de Jesús recibiremos su gracia que
nos ayudará a superar momentos de decaimiento, a no dejar que entre la frialdad
en nuestro corazón.
No podemos quedarnos lejos de Jesús; tenemos que
aprender a estar cerca de El. Como Marta y María acogieron a Jesús en su hogar
de Betania, nuestro corazón, nuestra vida tiene que tener siempre las puertas
abiertas para recibir a Jesús. Y acogemos y recibimos a Jesús cuando escuchamos
su Palabra, cuando celebramos los sacramentos, cuando intensificamos nuestra oración,
cuando acudimos a las puertas del Sagrario, sabiendo que El está ahí
verdaderamente presente para escucharnos y para hablarnos allá en lo más intimo
de nosotros mismos.
Pero sabemos también cómo El quiere llegar hasta
nosotros en el prójimo, en el hermano que está a nuestro lado; ya sabemos lo
que Jesús mismo nos repetía muchas veces de que cuanto le hiciéramos al prójimo
que está a nuestro lado a El se lo hacíamos. Ahí tenemos que abrir nuestro
corazón al amor, al servicio. Cuántas oportunidades tenemos de encontrarnos con
Jesús y servirle en los hermanos.
Repitamos esa escena de Betania en la vida nuestra de
cada día y recibamos a Jesús.
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