No
tengamos miedo de subir con Jesús a Jerusalén para su pascua, dejémonos
convencer por su amor
Isaías 50, 4-7; Sal. 21; Filipenses 2, 6-11;
Marcos 14, 1–15, 47
‘Mirad que estamos subiendo a
Jerusalén…’ les había anunciado
repetidas veces Jesús a los discípulos. No lo entendían. ¿Era simplemente la
subida a Jerusalén para la Pascua como se solía hacer todos los años? Pero
Jesús dejaba a entrever algo más, mejor, hablaba claramente de lo que había de
suceder en aquella pascua. Hablaba de entrega y de muerte, como hablaba de
traición y entrega en manos de los gentiles, hablaba de pasión y sufrimiento y
hablaba de cruz. Pero eso no le podía suceder. Eran tantos los que le querían,
le seguían, le aclamaban, por eso Pedro se pone terco para quitarle la idea de
la cabeza a Jesús.
Se acercaba la Hora. En otros momentos
decía que no había llegado su hora, pero parecía que ahora estaba aquí. En
medio de las multitudes que bajaban o subían según se mira desde Galilea por el
valle del Jordán y se acercaban a la ciudad santa desde el camino de Betania y
Jericó Jesús va a entrar en Jerusalén. Las noticias de las últimas cosas que habían
sucedido como la resurrección de Lázaro – casi por las puertas de la casa de
Lázaro había de pasar el camino que llevara a Jerusalén – ahora la gente
entusiasmada comienzan a aclamarle.
La alegría de los peregrinos cuando desde el monte de los Olivos podían vislumbrar ya la ciudad santa que se ofrecía imponente tras el valle del Cedrón con el templo en primer lugar, ahora se transforma en cánticos de alabanza en honor de Jesús. ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!’ Comienzan las aclamaciones y no hay quien los haga callar. Jesús se deja hacer; incluso pide a los discípulos que tomen prestado un borrico en el que nadie ha montado todavía para cruzar en monte de los Olivos hasta la entrada en la ciudad montado en él; la gente extiende sus mantos a su paso a la manera de alfombras y con ramos de olivo le aclaman. ‘Si callan estos gritarán las piedras’ responde a los que le piden que haga callar la multitud.
Los discípulos más cercanos de Jesús
andaban por allí regocijados viendo lo que parecía ya el triunfo definitivo de
Jesús. No quieren recordar lo anunciado por Jesús tantas veces en su subida a
Jerusalén ‘el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los gentiles
que lo crucificarán’. No quieren recordar ni hacen nada por entender las
palabras de Jesús. No saben lo que por detrás se está tramando porque ya los
dirigentes judíos han decidido que antes de la fiesta de la Pascua hay que
quitar de en medio a Jesús. ‘Conviene que uno solo muera por todo el pueblo’,
había dicho el Sumo Sacerdote en el Sanedrín. No lo sabían o no lo habían
querido entender porque entre ellos uno ya se había puesto de intermediario por
unas monedas para entregar en su momento a Jesús.
Estamos recordando – porque forma parte
de la celebración de este domingo – lo acaecido a la luz de aquel día luminoso
en la entrada de Jesús en Jerusalén, pero nosotros bien sabemos el sentido y
significado de aquella entrada. Estamos al tanto también de quien lo va a
entregar. Nosotros sí conocemos todo lo que va a suceder en los próximos días
porque tenemos el relato de los evangelios. Y conocemos también de las dudas y
de las huidas de aquellos discípulos que ahora parecen tan complacidos con la
entrada de Jesús de esa manera triunfal en Jerusalén. Por eso cuando nosotros
estamos celebración del domingo de ramos, decimos también, en la pasión del
Señor. Y es el relato que en el evangelio escuchamos, este año la pasión según
san Marcos.
Es lo que tenemos muy presente en este
domingo de pasión que hoy estamos celebrando y que nos sirve de pórtico a esta
semana que llamamos santa y que culminará con el triduo pascual de la pasión,
muerte y resurrección del Señor. Es la semana que nos lleva a la pascua. Es
para lo que subimos con Jesús a Jerusalén. Es lo que vamos a contemplar y a
vivir en estos próximos días.
Ante nuestros ojos está la pasión. Unos
ojos y un corazón que no pueden ser insensibles, que no se pueden cegar. Vamos
a mirar cara a cara a la pasión, sin velos que desfiguren las imágenes y sin
huidas para no querernos enterar. No nos quedamos tampoco en las imágenes que
los artistas han querido presentarnos, aunque sí en muchos casos con mucha
dureza pero que nosotros muchas veces hemos revestido de ricos ropajes que
hacen demasiado contraste con lo que en realidad fue la pasión de Jesús, su
camino hasta el calvario o su estar colgado del árbol de la cruz. ¿Os dais
cuenta de que con la disculpa de un crudo realismo sin embargo endulzamos
demasiado las imágenes de la pasión y al final no nos terminan de llegar al
alma?
Comencemos por mirar el crudo
sufrimiento de muchos en nuestro entorno; de los subsaharianos que nos llegan
en cayucos, de los que atraviesan continentes esperando cruzar una frontera que
se cierra para ellos, de los enfermos que sufren en soledad los dolores de sus
enfermedades sin una mano a la que agarrarse cuando es la vida la que se les
escapa; de los que a la vera del camino de la vida están esperando un trozo de
pan que llevar a sus estómagos vacíos; de los que rebuscan en medio de las
basuras lo que otros han desechado para tener algo de sustento… y así podríamos
seguir contemplando la pasión de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo que
están haciendo patente la pasión de Jesús, que por ellos también se entregó.
Necesitamos, sin embargo, ver también a
los que como aquel hombre de Cirene quieren también hoy ayudar a llevar la
cruz. Aquel hombre de Cirene ¿lo hizo voluntario o porque fue obligado por los
soldados que lo cogieron al paso de la comitiva? No sé cual sería la
resistencia de aquel hombre del que nos habla el evangelio, pero me pongo en su
carne y me pregunto si yo lo hubiera hecho tan voluntariamente.
Pero en este cuadro de dolor quiero
pensar también en positivo y quiero ver a tantos cireneos voluntarios que en
tan diversos campos ayudan a los que sufren, acogen a los que llegan en cayucos
o les ofrecen su mano en la agonía de la enfermedad como tantos sanitarios lo
han hecho con las víctimas de la pandemia que sufrimos. Y así podíamos pensar
en tantos y tantos más.
Y es que cuando contemplamos la pasión
de Jesús y queremos celebrar su Pascua tenemos que darnos cuenta de los caminos
que se abren ante nosotros, de los nuevos horizontes que tenemos que poner en
nuestra vida teniendo una nueva mirada que sea a la manera de la mirada de
Jesús para que entonces su pascua sea también nuestra pascua. Porque no
contemplamos la pasión simplemente para ver desfilar como espectadores a unos
personajes que intervinieron en la pasión de Jesús, sino para buscar nuestro
lugar.
Ahí, en la pasión de Jesús, tenemos que
estar también nosotros, también tengo que estar yo y tengo que descubrir mi
lugar; quizá en lo negativo de mi vida con lo que he contribuido al
sufrimiento, pero también en lo nuevo y positivo que tengo que sentirme movido
a realizar.
No tengamos miedo de subir con Jesús a
Jerusalén para su pascua. Abramos los ojos y oídos de nuestro corazón para
escuchar a Jesús, para sentir su invitación a que subamos con El, dejémonos
convencer por su amor.
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