El anuncio del nacimiento de Juan que provoca tanta alegría es para nosotros un signo de la verdadera alegría en el anuncio de la Salvación que nos llega con Jesús
Jueces 13, 2-7. 24-25; Sal 70;
Lucas 1, 5-25
Anoche a última hora me llegaba un WhatsApp de un sobrino anunciándome
el nacimiento de su nieto. Las breves palabras del mensaje resumaban la alegría
de la familia por el nacimiento del niño; de la misma manera hace unos meses
cuando me anunciaba el embarazo y el futuro alumbramiento todo expresaba la alegría
que sentían por tal acontecimiento, aunque siempre estuviera por detrás la
incertidumbre del futuro además de las responsabilidades.
Siempre en todas las familias la noticia de un futuro alumbramiento de
una nueva criatura está llena de sorpresiva alegría y suele ser noticia que
enseguida comunicamos al resto de la familia y a los amigos en medio de los
parabienes de todos. Es un nuevo ser que se abre a la luz de la vida y en esa
alegría rebrotan sentimientos de esperanza y de futuro. Valga esta experiencia
como referencia en la reflexión que nos hacemos ante el anuncio de Juan el
Bautista con todo su significado.
Es lo que se nos manifiesta hoy en el evangelio en el anuncio del
nacimiento de Juan Bautista. Cuando leamos en unos días el relato de su nacimiento
contemplaremos la alegría de las gentes de la montaña y como toda felicitaban a
Isabel porque el Señor le había hecho gracia. Hoy el ángel en el anuncio que
hace a Zacarías le dirá que aquel niño será motivo de alegría tanto para él y
para Isabel como para cuantos viven en su entorno.
Nosotros, en estas vísperas de la Navidad de Jesús, también nos
llenamos de alegría por el anuncio del nacimiento del que iba a ser el
precursor del Mesías. ‘Irá
delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los
corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez
de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Es lo que el ángel le anuncia a Zacarías.
Delante del Señor, abriendo
los caminos del Señor no solo fue la misión de Juan en aquellos momentos y así
lo proclamará allá en el desierto con su predicación y su bautismo penitencial,
sino que sigue siendo para nosotros hoy esa voz que grita y que nos anuncia,
que estimula nuestra esperanza mientras caminamos por el Adviento, pero nos
enseña también a hacer esos caminos de esperanza en el día a día de nuestra
vida, pero unos caminos de esperanza que quieren abrir nuestro corazón al
reconocimiento de la llegada del Señor a nuestra vida.
Por eso lo escuchamos con
atención durante este tiempo, y siempre estará ahí como una señal para
nosotros, como una invitación a la conversión para creen en el Reino de Dios
que llega, en la Buena Noticia de ese Reino de Dios que día a día tenemos que
construir en nuestra vida y en nuestro mundo.
No nos preguntamos ya como hacían
aquellas gentes sobre lo que iba a ser aquel niño que con signos tan especial nacía
allá en la montaña, como nos seguimos preguntando en medio de la alegría sobre
el futuro que le espera a todo recién nacido, sino que ahora nos preguntamos
más bien que vamos a hacer de nosotros, qué vamos a hacer de nuestra vida, qué
es lo que en verdad tiene que cambiar en nuestro corazón para que acojamos en
toda plenitud la salvación que Jesús nos viene a traer.
Tiempo de preguntas sobre
nosotros mismos pero tiempo también de compromisos concretos en nuestra vida. La
figura del bautista va a estar presente ahí ante nosotros como un signo, como
una señal que nos invita a seguir un camino nuevo cuando pongamos toda nuestra
fe en Jesús como nuestro Salvador. Porque eso es lo que verdaderamente tenemos
que celebrar en la Navidad. Que no esté ausente Dios en nuestra navidad, que no
sea solo una ocasión para unas fiestas muy jubilosas sino que sea ocasión para
un verdadero encuentro salvador con el Señor.
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