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sábado, 22 de diciembre de 2018

Como María con corazón humilde sepamos ser agradecidos a las maravillas del Señor y abramos así nuestro corazón a Dios


Como María con corazón humilde sepamos ser agradecidos a las maravillas del Señor y abramos así nuestro corazón a Dios

1Samuel 1,24-28; Sal.: 1S 2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56

Un corazón humilde sabe siempre ser agradecido y es el mejor camino para abrirse a los demás y para abrirse a Dios. Cuando nos hacemos orgullos y engreídos parece como si el centro de todo fuéramos nosotros mismos, con facilidad nos encerramos o nos subimos en pedestales para aparentar ser más grande que lo que realmente somos, porque el orgullo nos empequeñece aunque no lo queramos reconocer.
Tenemos que aprender a caminar por la vida por caminos de sencillez y de humildad; eso nos hace cercanos, nos pone en disposición de buscar a los demás enriqueciendo nuestra vida con los valores y los ejemplos que recibimos de ellos, trasciende nuestra vida para no encerrarnos en nuestro yo egoísta; eso nos hace reconocer cuanto recibimos y que es mucho más incluso de lo podríamos buscar y nos pone en disponibilidad para el servicio porque nos damos cuenta que solo tendiéndonos la mano los unos a los otros es como podemos llegar más lejos y hacer que nuestro mundo sea mejor. Es el mejor camino de transformación de nuestra propia vida pero también del mundo que nos rodea.
Son las lecciones que estamos aprendiendo de María en este camino de Adviento que ya estamos casi terminando porque se acerca la Navidad; camino que estamos haciendo en estos últimos días sobre todo de mano de María que nos está apareciendo continuamente en la liturgia. En el evangelio de ayer la veíamos, ella la Madre del Señor, que se puso en camino para ir a la casa de la montaña en actitud de servicio; y la contemplamos cantando al Señor que ha hecho maravillas en ella, no dejando de reconocer que es pequeña porque es la humilde esclava del Señor, pero Dios puso su mirada en su corazón para engrandecerla haciéndola su madre.
María canta reconocida al Señor que derrama su misericordia sobre todos los hombres; sus promesas se cumplen, lo que había prometido ahora ya es realidad porque llega el Salvador del mundo; comienzan los tiempos nuevos donde todo ha de transformarse por obra de la gracia que se derrama sobre los hombres.
Que ese sea nuestro espíritu y nuestro deseo; que esas sean las actitudes nuevas que vayamos poniendo en nuestro corazón y así nos abriremos de verdad a Dios y a salvación que Jesús nos trae. Veremos en la noche de Belén que será a unos humildes pastores que en los campos de Belén en la noche están cuidando sus rebaños a los que se les manifestará la gloria del Señor y los que recibirán el primer anuncio, la primera buena nueva del nacimiento del Salvador.
Preparamos el corazón; revistamos nuestra vida de esa humildad y de esa sencillez; huyamos de esas apariencias de grandezas que nos llenen de orgullo; no nos entretengamos en cosas que alimenten nuestro ego; no nos distraigamos en cosas superfluas, sino que en la pobreza y en la humildad de Belén esperemos la llegada del Señor a nuestra vida, reconociendo, sí, de cuantas bondades nos rodea el Señor. Hará también cosas grandes y maravillosas en nosotros si tenemos esa disposición en nuestro corazón.

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