Gracias, María, porque dijiste Sí, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe
Isaías 7,10-14; Sal 23;
Lucas 1,26-38
Gracias, María, porque dijiste Sí. Es lo primero que surge en mi
corazón al escuchar el relato de Nazaret. Gracias, madre, grande fue tu
disponibilidad y grande fue tu fe. Y el Señor hizo obras maravillosas en ti; y
la humanidad entera, gracias a tu Sí, pudo comenzar a sentir que Dios hacia
maravillas en todos nosotros.
Gracias, María, porque te convertiste en la aurora de la salvación,
hiciste posible que el Sol de la salvación comenzará a brillar para toda la
humanidad. Es el Señor el que nos salva, pero tu Sí hizo posible que la
humanidad se levantara llena de esperanza porque nos llegaba la salvación tan
ansiada.
Gracias, porque aunque aparentemente se desbarataban tus planes,
fuiste generosa para abrirte a Dios y dejar actuar a Dios en tu vida. Gracias,
Madre, por tu disponibilidad y por tu generosidad aunque te sentías pequeña,
pero eres grande, no con las grandezas efímeras de este mundo, sino con la
grandeza del amor de tu corazón. Cuánto tenemos que aprender de tu amor, de tu
generosidad, de tu disponibilidad, de tu fe.
En la vida nos hacemos planes y estamos ansiosos soñando ver cómo
podemos realizarlos; ponemos nuestro empeño, nuestros esfuerzos, y hacia la
consecución de esos planes dirigimos todo el actuar de nuestra vida. Sin
embargo, en muchas ocasiones, nuestros planes se desbaratan, porque surgen
imponderables, circunstancias que trastocan nuestra vida y nos hacen quizás comenzar
caminos nuevos o distintos.
Suelen producirnos estas circunstancias que nos parecen adversas
incomodidad y desasosiego, sin terminar de ver hacia donde vamos ahora a
dirigir nuestra mirada y nuestra vida. En muchas ocasiones surge algo que es
mejor, que nos hace tener otra mirada y quizá elevar la meta de nuestras
ilusiones. Pero el hombre luchador y el hombre de fe intenta descubrir detrás
de todo eso que sucede qué puede haber de la voluntad de Dios, del designio
divino para nuestra vida que nos hace tener una mirada y unas metas distintas.
Son los momentos de reflexión para repensarnos las cosas y para saber encontrar
el sosiego que necesitamos. Una luz nueva y espiritual puede comenzar a brillar
en nuestra vida. Seremos luego felices como María.
María se vio sorprendida con la visita celestial y con las palabras de
saludo del ángel que eran principio de un anuncio de algo nuevo y distinto. Ya
nos dice el evangelio que María comenzó a reflexionar que podía significar
aquel saludo. María era una mujer profundamente creyente. Ella había querido
ofrecer lo mejor de su vida a Dios, y ahora Dios le presentaba un plan nuevo. ‘Yo
no conozco varón’, decía para expresar la determinación de su vida, pero
ahora era el Espíritu del Señor el que iba a inundar su vida para que de ella
naciera algo nuevo, tan nuevo, que era el Hijo del Altísimo.
Y allí estaba María en toda su grandeza, aunque ella solo se
considerara la humilde esclava del Señor. Era su disponibilidad, la apertura de
su corazón a Dios, la generosidad de su amor. Y Dios hizo cosas grandes en
ella, la hizo su Madre, nos la dio como madre. Su maternidad era divina, su
maternidad era ahora universal. La grandeza de su corazón era así. Gracias,
Madre.
Nos enseñas a ser generosos, nos enseñas a descubrir los planes de
Dios, nos enseñas que Dios está por encima de todo y siempre nos propondrá
cosas grandes, aunque nos parezca que se trastocan nuestros planes. Nos enseñas
a decir Si a Dios, que es abrirnos a los hermanos, para que todos seamos
hermanos, como tú eres Madre de todos. Gracias, María.
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