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jueves, 20 de diciembre de 2018

Gracias, María, porque dijiste Sí, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe

Gracias, María, porque dijiste Sí, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe

 Isaías 7,10-14; Sal 23; Lucas 1,26-38

Gracias, María, porque dijiste Sí. Es lo primero que surge en mi corazón al escuchar el relato de Nazaret. Gracias, madre, grande fue tu disponibilidad y grande fue tu fe. Y el Señor hizo obras maravillosas en ti; y la humanidad entera, gracias a tu Sí, pudo comenzar a sentir que Dios hacia maravillas en todos nosotros.
Gracias, María, porque te convertiste en la aurora de la salvación, hiciste posible que el Sol de la salvación comenzará a brillar para toda la humanidad. Es el Señor el que nos salva, pero tu Sí hizo posible que la humanidad se levantara llena de esperanza porque nos llegaba la salvación tan ansiada.
Gracias, porque aunque aparentemente se desbarataban tus planes, fuiste generosa para abrirte a Dios y dejar actuar a Dios en tu vida. Gracias, Madre, por tu disponibilidad y por tu generosidad aunque te sentías pequeña, pero eres grande, no con las grandezas efímeras de este mundo, sino con la grandeza del amor de tu corazón. Cuánto tenemos que aprender de tu amor, de tu generosidad, de tu disponibilidad, de tu fe.
En la vida nos hacemos planes y estamos ansiosos soñando ver cómo podemos realizarlos; ponemos nuestro empeño, nuestros esfuerzos, y hacia la consecución de esos planes dirigimos todo el actuar de nuestra vida. Sin embargo, en muchas ocasiones, nuestros planes se desbaratan, porque surgen imponderables, circunstancias que trastocan nuestra vida y nos hacen quizás comenzar caminos nuevos o distintos.
Suelen producirnos estas circunstancias que nos parecen adversas incomodidad y desasosiego, sin terminar de ver hacia donde vamos ahora a dirigir nuestra mirada y nuestra vida. En muchas ocasiones surge algo que es mejor, que nos hace tener otra mirada y quizá elevar la meta de nuestras ilusiones. Pero el hombre luchador y el hombre de fe intenta descubrir detrás de todo eso que sucede qué puede haber de la voluntad de Dios, del designio divino para nuestra vida que nos hace tener una mirada y unas metas distintas. Son los momentos de reflexión para repensarnos las cosas y para saber encontrar el sosiego que necesitamos. Una luz nueva y espiritual puede comenzar a brillar en nuestra vida. Seremos luego felices como María.
María se vio sorprendida con la visita celestial y con las palabras de saludo del ángel que eran principio de un anuncio de algo nuevo y distinto. Ya nos dice el evangelio que María comenzó a reflexionar que podía significar aquel saludo. María era una mujer profundamente creyente. Ella había querido ofrecer lo mejor de su vida a Dios, y ahora Dios le presentaba un plan nuevo. ‘Yo no conozco varón’, decía para expresar la determinación de su vida, pero ahora era el Espíritu del Señor el que iba a inundar su vida para que de ella naciera algo nuevo, tan nuevo, que era el Hijo del Altísimo.
Y allí estaba María en toda su grandeza, aunque ella solo se considerara la humilde esclava del Señor. Era su disponibilidad, la apertura de su corazón a Dios, la generosidad de su amor. Y Dios hizo cosas grandes en ella, la hizo su Madre, nos la dio como madre. Su maternidad era divina, su maternidad era ahora universal. La grandeza de su corazón era así. Gracias, Madre.
Nos enseñas a ser generosos, nos enseñas a descubrir los planes de Dios, nos enseñas que Dios está por encima de todo y siempre nos propondrá cosas grandes, aunque nos parezca que se trastocan nuestros planes. Nos enseñas a decir Si a Dios, que es abrirnos a los hermanos, para que todos seamos hermanos, como tú eres Madre de todos. Gracias, María.

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