Despertemos
en nosotros esa esperanza de salvación para que cobre todo su sentido la
navidad
Jeremías 23,5-8; Sal 71; Mateo
1,18-24
¿Se olvidan las esperanzas? Si son verdaderas no tendrían por qué
olvidarse. Y es que la esperanza en la vida da fuerzas para luchar; aun no
hemos conseguido lo que anhelamos, pero tenemos esperanza de conseguirlo, y eso
nos da fuerza para nuestra lucha, para nuestra perseverancia. Sin embargo
sabemos muy bien que se nos debilitan y cuando son fuertes las cosas que
tenemos en contra parece que se apagan en nuestra debilidad.
Pero en la vida nos puede suceder a nosotros, pero lo vemos en tantos
a nuestro lado parece que caminamos sin esperanza, perdemos las ilusiones, nos
falta alegría, entramos en una monotonía descorazonadora, parece que vamos sin
rumbo. Es necesario avivar las esperanzas, porque podemos hacer las cosas
mejor, podemos hacer que nuestro mundo sea distinto, nos ponemos metas y por
ellas luchamos. Aunque haya contratiempos, las cosas o los acontecimientos se
nos vuelvan adversos, nos cueste entender lo que sucede y por qué terminamos
por ir por esos derroteros que no era lo que nosotros queríamos. La esperanza
en cierto modo nos hace soñar, pero tenemos que hacer esos sueños realidad.
Es lo que en este tiempo de Adviento tendríamos que saber cultivar con
todo sentido. Mucha esperanza necesitamos en la vida que muchas veces nos
parece tenebrosa. Mucha esperanza necesitamos para salir adelante con nuestros
problemas. Mucha esperanza de vida, de gracia, de salvación, porque nos
sentimos necesitados de gracia y de perdón, de fuerza para amar, de ilusión
para vivir una vida nueva. Y todo esto lo podemos alentar y recibir en Jesús
que viene a nosotros.
La palabra del Señor que vamos escuchando en estos días nos ayuda a
mantener viva esa esperanza preparándonos bien para la Navidad que se acerca.
Hoy se nos recuerda aquel anuncio del profeta que nos hablaba del nacimiento
del Emmanuel. ‘Mirad: la Virgen
concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa
Dios-con-nosotros’.
El evangelio nos cuenta las
dudas y sombras que se le habían metido en el alma a José, el esposo de María.
Pero era un hombre bueno, un creyente que buscaba discernir lo que era la
voluntad de Dios. En forma de sueño un ángel de Dios se le manifiesta y le da
explicación a todas sus dudas. Se recuerda entonces lo anunciado por el
profeta. Se le confía la misión de padre porque ha de poner el nombre al niño
que nazca – eso era función del padre – y el nombre va a ser significativo.
El ángel le dice: ‘Dará
a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de los pecados’. Es el cumplimiento y realización de todas las promesas
antiguas y de nuestras esperanzas. Buscamos y esperamos la salvación. Viene
Jesús a traernos esa salvación, bien significado en su nombre. Pero quizá
tengamos que preguntarnos si en nuestras esperanzas tiene cabida esa esperanza
de salvación. Porque podemos esperar muchas cosas, pero no sea precisamente la
salvación que nos ofrece Jesús. Entonces perdería sentido la navidad, porque la
navidad no es otra cosa que el nacimiento del Salvador.
Pero quizás muchos, y nos
puede suceder a nosotros también, ese aspecto sea el menos que tengamos en
cuenta en nuestras celebraciones. Mucha alegría, mucho ruido, mucha cosa
externa, pero quizá en lo hondo nos quedamos vacíos, porque no hay ese
encuentro de salvación. Despertemos en nosotros esa esperanza de salvación para
que cobre todo su sentido la navidad.
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