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martes, 10 de octubre de 2023

No hagamos compartimentos estancos, con separaciones antagónicas, sino creemos verdaderos vasos comunicantes entre nuestro espíritu y lo que hacemos

 


No hagamos compartimentos estancos, con separaciones antagónicas, sino creemos verdaderos vasos comunicantes entre nuestro espíritu y lo que hacemos

Jonás 3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42

Llegamos a un sitio y ni siquiera nos dan un vaso de agua… Parece que eso no lo concebimos; en nuestras formas corteses de tratarnos los unos con los otros se considera normal, de buena cortesía y educación el preguntar o el ofrecer generosamente algo a la persona que nos visita. Qué menos nos pueden ofrecer que un vaso de agua. Hay casas en las que parece que nada más entrar nosotros por la puerta ya están poniendo la cafetera al fuego para ofrecernos un café. Hay personas que son muy obsequiosas y hasta en cierto modo se nos vuelven pesadas para ofrecernos una y otra vez algo que nos vemos obligados a aceptar.

Pero sí hay una cosa que de alguna manera tenemos que observar y es que nuestra cortesía no se puede reducir como a unos protocolos, en que enseguida tenemos que ofrecer cosas, pero quizás no nos hemos detenido a charlar con la persona, interesarnos por su situación o sus preocupaciones y realmente entonces no terminamos de entrar en una relación y en una comunicación con la persona. Nos puede suceder muchas veces algo así.

Como comentaba en alguna ocasión lo que me había sucedido, y es que me recibieron muy bien en una casa, me llevaron a la mejor sala y me ofrecieron el mejor sillón para descansar, pero me dejaron solo, no tenía ni con quien hablar, se fueron para la cocina a preparar el café y las viandas que me querían ofrecer. ¿A qué había ido yo a visitar aquel lugar o aquellas personas? Nos damos cuenta que a veces hay matices que no nos parecen tan importantes, pero que son los que realmente tienen que interesar, y la persona está por encima de todo.

Nos puede ayudar lo que nos narra hoy el evangelio aunque hemos de cuidar ciertas interpretaciones fáciles. Jesús es bien recibido en una casa – por otros textos paralelos del evangelio sabemos que se está refiriendo el evangelista al hogar de Betania – y mientras la hermana mayor, Marta, se afanaba en los quehaceres de la casa, en preparar todo lo necesario para una buena hospitalidad, la hermana más pequeña se sentó a los pies de Jesús para escucharle y para hablar con El. Eso hará que reaccione la hermana mayor quejándose porque su hermana no le ayuda con todo lo que hay que hacer, con todo lo que hay que preparar.

‘Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas…’ le dice Jesús, Pero cuál es la más necesaria, cual es la más importante. ‘María ha escogido la mejor parte’, le dice Jesús, ‘y no se la arrebatarán’.

Muchas veces cuando escuchamos este evangelio contraponemos, no sé si de manera excesiva, las posturas de las dos hermanas. ¿Pero no estaban dos, de alguna manera, prestando un servicio al huésped que había llegado a la casa? Como se suele decir, alguien tiene que hacer las cosas. Pero esto podríamos decirlo tanto para lo que Marta estaba haciendo como lo que María hacía también. Creo que tendríamos que ver lo que hacemos como un servicio, aunque ese servicio tenga distintas facetas, diversas maneras de expresarlo y realizarlo.

El evangelio no nos está diciendo que hagamos como diversos compartimentos estancos, donde separemos una cosa de otra, casi como si fueran antagónicos. Necesario es detenerse para realizar el servicio. Era necesario que aquel sacerdote o aquel levita que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, se detuviera para prestar un servicio, porque de lo contrario lo otro que realiza, su culto en el templo, no tiene sentido. Como le será necesario a aquel buen samaritano que sepa encontrarse consigo mismo, que abra sus oídos y su corazón para la escucha, para poder mejor aun realizar aquel servicio que estaba realizando al curar al hombre herido.

Algunas veces escuchamos que nos dicen ‘menos rezos, menos misas, menos devociones, menos estar en la Iglesia, y más servicio a los necesitados, mejor corazón para tratar a los demás’. ¿Dónde encontraré la fuerza para tener ese mejor corazón? ¿Dónde encontraré la luz para comenzar a mirar con mejores ojos a los que voy encontrando por el camino? ¿Podré vivir los valores de servicio del evangelio si no me alimento por dentro, si no soy capaz de sentir la presencia del Espíritu que es luz y fuerza para mí?

No son departamentos estancos. Tienen que haber unos buenos vasos comunicantes entre una cosa y otra para poder realizarlo con toda intensidad.

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