Dichosos cuando nos dejamos envolver por la Palabra de Dios para que nuestra vida tenga un nuevo color, sabor y perfume que seamos capaces de contagiar a los demás
1Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2; Sal 26; Lucas 11, 27-28
Bienaventurados, dichosos, felices nos sentimos cuando las cosas nos marchan bien en la vida, cuando podemos disfrutar de tantas cosas bellas y agradables que la vida nos ofrece; y cuando pensamos en ello, no estamos precisamente en que nos veamos colmados de riquezas o de bienes materiales; pensamos más bien, cuando podemos sentir paz en el corazón, cuando reina la buena armonía con aquellos que nos rodean, cuando disfrutamos de la familia que nos rodea y nos arropa, o pensamos en la suerte de tener buenos amigos que nos van acompañando en el camino de la vida, en medio incluso de nuestras luchas, de nuestros momentos que no son tan fáciles, pero que tenemos esa suerte, por decirlo de alguna manera, de tener quienes nos acompañan, son un estímulo y un apoyo. No buscamos grandes cosas, pero nos sentimos dichosos, nos sentimos felices.
Todos ansiamos ser dichosos en la vida, soñamos con ello, lo buscamos, y de la misma manera lo deseamos para los demás. Disfrutamos también cuando vemos gente que vive feliz a nuestro alrededor; admiramos la dicha y la felicidad que puede vivir una madre rodeada de sus hijos; nos gozamos cuando vemos un matrimonio feliz, cuando contemplamos una familia unida, de alguna manera queremos nosotros también hacernos partícipes de su dicha y felicidad.
¿Sería algo así lo que pasaba por el corazón y la mente de aquella mujer anónima de la que nos habla el evangelio, que estaba disfrutando al escuchar a Jesús al llenarse su corazón de una esperanza nueva, y pensó en la dicha que podía sentir también en su corazón la madre de Jesús orgullosa de su Hijo y de lo que hacía?
Nos habla hoy el evangelio de esa mujer anónima que levanta su voz en grito en medio de la gente. ¡Viva la madre que te parió!, sería la forma en que traduciríamos sus palabras. ‘Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’. Una alabanza para María que viene a cumplir lo que ella misma proféticamente había anunciado en el cántico de alabanza a Dios cuando la visita a Isabel. ‘Dichosa me llamarán todas las generaciones’. Y es el primer grito, aunque ya Isabel la había llamado dichosa por su fe, porque había creído y todo lo que se le había anunciado se cumplirá, que tendrá su continuación a lo largo de los siglos en las alabanzas que todos dedicamos a la Madre, que todos dedicamos a María.
Pero algo más quiere decirnos Jesús aprovechando estas alabanzas. No enmienda Jesús la alabanza de aquella mujer, sino que vendrá como a darle un mayor sentido y profundidad. ‘Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Es también una alabanza para María, la que había plantado la Palabra de Dios en su corazón. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’, había respondido al ángel.
Pero ha de ser el camino que nos haga verdaderamente dichosos a nosotros también. Dichosos y bienaventurados seremos si somos capaces también de escuchar la Palabra de Dios y plantarla en nuestro corazón. Dichosos nosotros cuando cumplimos la Palabra de Dios en nuestra vida. Dichosos nosotros si plantamos nuestra casa, plantamos nuestra vida sobre el cimiento firme de la Palabra de Dios. Dichosos nosotros cuando nos dejamos envolver por la Palabra de Dios para que toda nuestra vida tenga un nuevo color, un nuevo sabor, un nuevo perfume que seamos capaces de transmitirlo a los demás.
Hoy estamos celebrando una fiesta de María, la Virgen del Pilar. María se nos muestra así con la firmeza de la fe y del amor, su imagen apoya sobre un pilar que se hunde en la roca firme nos está señalando como toda nuestra vida tendrá siempre mantenerse firme apoyada en la Palabra de Dios.
Su imagen bendita, que nos habla de la tradición antigua de la fe anunciada por el Apóstol Santiago en nuestras tierras españolas, ha servido de soporte para mantenernos a lo largo de los siglos en la firmeza de esa fe, pero ha sido también la que nos ha lanzado por los caminos del mundo para ser misioneros de esa fe. Que María del Pilar nos siga manteniendo, sea luz en nuestro camino que a veces se nos hace oscuro, para que sigan resplandeciendo los valores del Evangelio y podamos seguir construyendo con ese ardor misionero el Reino de Dios en nuestro mundo.
Sintámonos dichosos porque tenemos a María como madre, sintámonos dichosos porque de ella aprendemos a escuchar el evangelio de Jesús.
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