Un camino de ascesis y superación que nos haga crecer, que mantengamos con constancia, que evite toda tibieza espiritual
Joel 1,13-15; 2,1-2; Sal 9; Lucas 11,15-26
Habremos oído hablar de esa táctica que con malicia algunos tratan de emplear para salirse con la suya y lograr derrotar – digámoslo así – al adversario, ‘divide y vencerás’. Unas fuerzas divididas son fuerzas debilitadas. Crea desconfianza y tienes a alguien en camino de ser derrotado. Y no solo hemos de pensarlo en tantas situaciones que vemos en la vida social en que se emplean esas maneras de actuar, sino que personalmente lo sentimos dentro de nosotros mismos cuando nos llenamos de dudas, cuando nos sentimos atados por nuestra propia debilidad, cuando no podemos confianza en aquellos medios que tenemos a nuestro alcance para crecer y para madurar, y así en tantas cosas.
De ahí la necesaria firmeza, fortaleza que tenemos que buscar, que tenemos que conseguir allá en lo más hondo de nosotros mismos, porque a la larga es un camino de lucha el que vamos realizando, un camino de superación y de crecimiento, de verdadera hondura y profundidad que tenemos que darle a la vida. Y no es fácil. Pero tenemos la seguridad de quien está con nosotros en ese camino; no nos faltará nunca la fuerza del Espíritu del Señor, pero tenemos que saber contar con El. Y no siempre lo hacemos.
Cuando vienen haciéndole aquellos planteamientos a Jesús que lo que buscaban era restar la credibilidad del propio Jesús ante los demás - ¿qué era decir que aquellos milagros que Jesús realizaba los hacía por arte y con el poder del mismo demonio? – Jesús nos dice y enseña que no podemos andar entre dos aguas, que cuando le seguimos a El nuestra decisión tiene que ser firme para estar siempre a su lado, aunque puedan venir momentos oscuros, que siempre los hay en la vida. ‘O conmigo o contra mí, el que no recoge conmigo, desparrama’, les dice.
Y nos señala cómo no podemos confiarnos, porque vayamos consiguiendo algunas victorias, porque vayamos consiguiendo algunos logros en ese camino que queremos realizar. Cuando no mantenemos la constancia, la permanencia en el esfuerzo, tan pronto nos aflojemos, comenzaremos a retroceder. Es como una pendiente resbaladiza por la que tenemos que ascender; no nos podemos detener porque ya hayamos logrado subir algunos trozos de ese camino, porque tan pronto nos detengamos, como por inercia, comenzaremos de nuevo a descender.
Nos habla Jesús del enemigo malo que hemos expulsado de nosotros, pero que pronto va a volver con nuevas fuerzas y al menor descuido pronto nos volveremos a ver envueltos por él. ¿No tenemos la experiencia en nuestra vida espiritual, en ese camino de superación que queremos ir haciendo, que cuando creíamos que ya habíamos superado ciertas cosas para siempre, volvimos a caer en la misma tentación? ‘El final de aquel hombre, nos dice Jesús, será peor que al principio’.
Es el camino de ascesis que tenemos que realizar continuamente en nuestra vida. Pero ya sabemos cómo volvemos con tanta facilidad a las rutinas de siempre; tenemos momentos de fervor y entusiasmo y parece que todo marcha sobre ruedas, nos cuidamos espiritualmente, frecuentamos los sacramentos, participamos en la celebración de la Eucaristía, queremos vivir una vida intensa de oración, pero poco a poco nos entra de nuevo la tibieza espiritual, un día dejamos una cosa, otro día nos buscamos disculpas, y poco a poco abandonamos toda aquella intensidad que nos habíamos propuesto y volvemos a las andadas.
Recordemos lo que se nos dice en el Apocalipsis, ‘porque no eres ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca’. Es a lo que nos lleva la tibieza espiritual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario