Sepamos
encontrar el verdadero sentido del Adviento cuando nos demos cuenta que como
creyentes somos alguien que está en espera del encuentro definitivo con el
Señor
Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79;
1Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37
La vida del creyente, y sobre todo la
vida del creyente cristiano es una vida que está en espera. Y son importantes
estas dos palabras ‘está’ y ‘esperanza’. Y decimos está porque vivimos el
momento presente, el hoy y el aquí, en toda su cruda y al mismo tiempo dichosa
realidad. Y decimos en esperanza, porque siempre estamos esperando, pero ¿qué
esperamos? ¿Qué este momento presente cambie y mejore? También. ¿Qué en este
momento presente sintamos la presencia del Señor? Por supuesto. ¿Porque se
espera la venida del Señor? Es importantísimo aunque algunas veces parece que
lo olvidamos, se nos diluye demasiado este aspecto.
El creyente del Antiguo Testamento
esperaba la venida del Señor, la venida del Mesías Salvador. Ese era su camino.
Era el aliento de los profetas que querían preparar al pueblo, que querían
tener un pueblo bien dispuesto; fue la tarea finalmente de la inminente venida
del Mesías que realizaría Juan el Bautista allá en el desierto junto al Jordán.
Nosotros seguimos viviendo en esperanza de algo inminente pero que no sabemos
cuando. Sí. Esperamos la segunda venida del Señor. Como decimos en la liturgia ‘mientras
esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo’. Y vivimos en el
presente con nuestras luchas, con nuestras debilidades y con nuestras tentaciones,
con los momentos de inquietud y con algunos momentos de serena paz por eso rezamos
y pedimos vernos preservados de todo peligro y de toda tentación. También es
nuestro grito como en el final del Apocalipsis ¡Ven, Señor Jesús!
Pero fijémonos que esta actitud de
espera en la venida del Señor está muy presente en la liturgia y así tendría
que estar presente en nuestra vida. Pero hemos de reconocer que muchas veces
decimos palabras en la liturgia que no están reflejando de verdad lo que
nosotros llevamos en el corazón, o nosotros no vivimos lo que queremos expresar
en la liturgia. Vivimos como absortos en el hoy, en nuestras preocupaciones de
cada día y en nuestras luchas y nos falta con demasiada frecuencia esa trascendencia
de nuestra vida, ese ser conscientes de que un día llegará un final de nuestra
historia y nuestra vida y viene el Señor a nuestro encuentro.
Nos decimos creyentes, decimos que
creemos mucho, lo expresamos quizá en mil devociones pero no tenemos en cuenta
ese aspecto de esa venida final del Señor, de ese encuentro definitivo que un
día tendremos con El. Pensemos en el sentido que le damos, por ejemplo, a la
muerte como un final que se convierte en amargo por lo que dejamos atrás, pero
no pensamos en lo que vamos a encontrar, con quien nos vamos a encontrar.
Y ni estamos atentos a ese momento ni
nos preparamos para ese encuentro; pensemos, por ejemplo, cómo lo queremos
ocultar a aquellos que se encuentran en el trance de la muerte y no les damos
la oportunidad de prepararse. A lo sumo la preparación la convertimos en un
rito, pero que pase de alguna manera desapercibida para quien ha de tener más
importancia, para aquel que va a encontrarse definitivamente con el Señor. Cuántos
problemas a la hora que la familia ayude a bien morir a una persona, y digo
bien morir preparándose para la vida, para la vida eterna; luego quizá muchos
llantos, muchos rezos, muchas misas, pero en vida no le dejamos prepararse, no
nos preparamos. Algo puede estar fallándonos en nuestra auténtica fe y en la verdadera
esperanza que tiene que animar nuestra vida.
El tiempo de Adviento que hoy estamos
iniciando tendría que ayudarnos en este sentido si llegamos a comprender todo
el sentido del Adviento. El Adviento, podíamos decir, tiene como dos partes;
normalmente hacemos mucha incidencia en lo que es la preparación para la
celebración de la navidad, pero nos olvidamos de esta parte que tiene el
Adviento como preparación para esa segunda venida del Señor. Como nos recordaba
hoy san Pablo ‘mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo’. Los dos primeros domingos inciden especialmente en ello.
¿No decíamos al principio que el
creyente y el creyente cristiano es el que está en espera? Es lo que ahora
queremos expresar, esa espera de la venida del Señor, la segunda venida del
Señor en gloria. Luego nos preparamos también para celebrar su primera venida
en su nacimiento en Belén, lo que es la Navidad, que tampoco se puede quedar en
un recuerdo emocionado.
Celebraremos su primera venida pero
siendo conscientes de que el Señor viene, el Señor sigue viniendo a nuestra
vida, haciéndose presente en medio de nosotros. Esa misma celebración de la
navidad que entonces tendremos tiene que ser señal de que el Señor viene y nos
preparamos entonces para ese encuentro que en el día a día de nuestra vida
podemos y tenemos que tener con el Señor que llega a nosotros. Nos ha dejado
muchas señales de su presencia, en la vivencia intensa del amor y en la
celebración de los sacramentos.
Pero eso todo este tiempo será una invitación
a estar atentos, a estar preparados, a no dejarnos adormilar sino tener los
ojos bien abiertos para sentir y vivir esa presencia del Señor. ‘Estad
atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento’, nos decía Jesús hoy
en el evangelio. Siempre presente en nuestra vida esa conciencia de que un día
nos encontraremos definitivamente con el Señor y para lo que hemos de estar
preparados. Qué sentido más bonito y profundo tendría este tiempo de Adviento
si llegamos a descubrir toda su riqueza, pero quizá haya tantas cosas que nos
distraigan aún cuando decimos que todo lo queremos hacer para celebrar la
Navidad del Señor.
Ojalá este año en que vemos mermadas
muchas de esas fiestas de las que hemos rodeado la navidad y que algunas veces
la diluyen nos ayude a descubrir su verdadero sentido y ya desde ahora vivamos
un Adviento con verdadero sentido.
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