Tenemos
que saber encontrar momentos de silencio, de oración, de reflexión personal y
comunitaria de la Palabra como verdadero cimiento de la vida cristiana
Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27
Se estaba comenzando la obra, la construcción
del edificio se las prometía por la belleza de sus formas y por el volumen de
la construcción; se había despejado el terreno y se estaban abriendo lo que
serían sus cimientos; y como siempre llegó el ‘entendido’ que siempre aparece
con sus opiniones descabellados; mira tú, no era necesario hacer esos cimientos
tan grandes, para qué enterrar tanto material, tanto hierro, tanto
hormigón… y todas esas cosas que solemos
escuchar, como decía mi madre, de los abogados de secano; cuando alguien se
daba de entendido y quería explicar a su manera la solución de todas las cosas,
mi madre tenia esa expresión para referirse a ellos, permítanme esa libertad de
recuerdo.
No soy el entendido en esas cosas, pero
todos sabemos que para poder levantar un edificio hay que hacer la cimentación
adecuada y los técnicos son los que están llamados a señalar lo que es
necesario. Pero he querido tomar esta imagen – y en relacion precisamente a los
ejemplos que nos pone Jesús en el evangelio a manera casi de parábola – porque
demasiado en la vida vamos sin la debida fundamentación, sin la autentica
profundidad.
Lo necesitamos en todos los aspectos de
la vida, no podemos quedarnos en superficialidades, tenemos que darle hondura a
nuestro pensamiento y buscar esos valores fuertes y profundos que nos sirvan de
cimientos en la vida. Cuando hacemos las cosas tenemos que razonar debidamente
en el por qué las hacemos y en el buscar lo que le de un mayor sentido y
profundidad a todo lo que hacemos. No podemos hacer las cosas sin pensar, a lo
que salga, tenemos que proyectar bien nuestra vida y encontrar lo que le de
verdadero sentido y profundidad. Si es necesario valernos de quien nos ayude,
pues tenemos que hacerlo reconociendo con humildad que no siempre sabemos hacer
todo con esa profundidad que le de sentido y acudimos a quien nos pueda ayudar,
a quien nos pueda aconsejar.
Y esto por supuesto en todo lo que hace
referencia a nuestra vida cristiana. Muchas veces vivimos nuestra religiosidad
de manera superficial sin darle toda la profundidad que nos pide el evangelio
de Jesús. Pero sobre todo, hemos de reconocerlo, es por desconocimiento aunque
nos creamos cristianos de toda la vida, porque no hay quien crea más que yo,
que decimos tantas veces, o venimos de unas familias de recia tradición
cristiana. No negamos los orígenes de nuestra fe fundamentados en los valores
que hemos recibido de nuestra familia, pero todo eso tenemos que saberlo rumiar
y hacerlo nuestro para vivirlo no en el contexto que quizá vivieron nuestros
mayores, sino para vivirlo en el mundo que hoy nos ha tocado vivir.
Muchas veces toda nuestra formación
catequética fue la que recibimos cuando niños, que si bien nos pudo valer en
aquella etapa de nuestra vida – a pesar de muchas carencias que quizá también podríamos
encontrar en la formación recibida – ahora que como personas hemos madurado así
tenemos que hacer madurar nuestra fe.
No basta decir ‘Señor, Señor’, nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio sino que escuchemos la Palabra de Dios y la plantemos en nuestro corazón. Ahí tenemos que encontrar ese fundamento, esa fuerza, esa verdadera cimentación de nuestra vida. pero esa Palabra de Dios escuchada en la profundidad del corazón, esa Palabra rumiada en silencio y hecha oración, esa Palabra de Dios reflexionada no solo por nosotros mismos sino en medio de la comunidad.
Son esos necesarios momentos de
silencio, de oración silenciosa, de reflexión personal en nuestro interior, y
también en el encuentro con otros hermanos en la comunidad. Tenemos que saber
encontrar esos espacios en nuestra vida personal pero también en el caminar de
la comunidad cristiana. No nos podemos contentar simplemente con que digamos
que vamos a Misa el domingo y ya cumplimos como tantas veces decimos sino saber
encontrar tiempo para ese silencio, esa reflexión, ese rumiar una y otra vez la
Palabra del Señor que escuchamos.
Algunos piensan, bueno yo ya estoy
comprometido haciendo muchas cosas buenas por los demás, y ya voy a Misa los
domingos cuando puedo, pero tenemos que darnos cuenta que eso solo no nos basta
que necesitamos algo más. El edificio que no son solo puertas y ventanas,
paredes y cubiertas, sino que ha de tener sus cimientos allá en el silencio de
la profundidad aunque no los veamos.
Es lo que necesitamos urgentemente y
tendría que ser nuestro propósito de Adviento para vivir con intensidad nuestra
fe y todo nuestro compromiso cristiano. De lo contrario vendrán los vientos y
se llevarán todo lo que pensamos que habíamos edificado.
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