Conforme
sea nuestra fe el Señor va a ir actuando en nuestra vida y en nuestro mundo y
en estas cosas concretas que estamos viviendo y que tanto nos están haciendo
sufrir
Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31
No sé que experiencia habréis tenido de
oscuridad. En la oscuridad se siente uno como oprimido; envuelto en las
tinieblas se sientes como atado, no sabes a donde ir, no sabes que hacer, es
algo más o algo distinto al miedo aunque también lo es. Cuando hablo de
oscuridad no es que en un momento determinado nos falle la energía y nos
quedemos a oscuras; eso sentimos que es algo momentáneo, que pronto se va a
restablecer la luz o buscamos unos sustitutivos, porque encendemos una vela,
nos valemos de baterías y podemos encender una linterna o algún punto de luz;
es otra oscuridad a la que quiero referirme, es como hallarse en un túnel
oscuro y largo donde no vemos el final, pero tampoco sabemos lo que podemos
encontrar, caminamos a tientas queriendo seguir una orientación pero no se
termina nunca la oscuridad, no se termina el túnel para ver un punto de luz
aunque sea a lo lejos y al final. Es opresivo. ¿Habremos pensado alguna vez
seriamente como se siente un ciego que no ha visto nunca la luz?
En la vida ¿no habrá situaciones en las que nos encontremos de alguna manera así? Los problemas nos abruman y no vemos salida, todo se nos vuelve un sin sentido y no sabemos que rumbo tomar. Más o menos los problemas ordinarios los vamos timoneando y vamos buscando salidas, pero hay cosas que nos pueden llegar de repente y no sabemos qué respuesta dar. Y alguna vez alguno de los problemas parece que coge el centro de todo y hasta nos olvidamos de otros problemas que podamos tener porque quizá todo lo centramos en aquella situación nueva que nos ha aparecido, pero todo sigue sin encontrar salida, sin encontrar solución.
¿No nos estará sucediendo ahora con la
problemática que estamos viviendo en nuestro mundo con la pandemia? La
repetición una y otra vez de las mismas noticias, el ver que no hay una pronta solución
ya nos va agobiando y hasta quizás no queremos ni oír las noticias. Pero ¿no
nos damos cuenta que hay otros muchos más problemas en el mundo y parece que
hasta los hemos olvidado? Nos olvidamos de guerras o de hambre en el tercer
mundo, nos olvidamos de niños soldados o de otras epidemias y hambrunas que hay
en otros lugares del mundo, hasta los problemas mas cercanos que tengamos
parece que los dejamos a un lado. ¿Es bueno eso? ¿Nos sentiremos acaso que esto
no hay quien lo arregle, que no vamos a salir de estas situaciones en las que
nos vemos envueltos?
¿A dónde o a quién gritamos? ¿A quién
podemos buscar que nos ayude a salir de todo esto? ¿Pensamos acaso solo en
remedios o soluciones humanas? ¿No estaremos como los ciegos del camino
caminando sin saber a dónde acudir o a quién pedir ayuda? Decimos que somos
creyentes, ¿y a Dios donde lo hemos metido en todo este fregado? Queremos
darles explicaciones muy humanas y racionales a los milagros y terminamos por
no creer en esa fuerza superior que nos puede venir de lo alto. ¿Tenemos miedo
quizá de lo que nos puedan tachar los que no tienen fe porque nosotros creemos
de verdad en el Dios que en verdad puede ser nuestra fuerza y nuestra luz?
Hoy nos habla el evangelio de dos
ciegos que iban gritando detrás de Jesús y parecía que Jesús no les hiciera
caso. Cuando llegaron a la casa ante la insistencia de los ciegos Jesús se pone
a hablar con ellos. ‘¿Creeis en verdad que puedo hacerlo?’ Una prueba
más para la fe de aquellos hombres, como si Jesús fuera el que dudara. Pero la
fe de aquellos hombres no era ciega aunque ellos fueran ciegos, la fe de
aquellos hombres se apoyaba en la certeza de que con la mano de Jesús ellos
podían volver a ver, todo sería de nuevo luz para ellos. Fue la respuesta
pronta y segura de aquellos hombres. Claro que creían que Jesús podía hacerlo.
Y Jesús les dice ‘que suceda conforme a vuestra fe’.
Ante la oscuridad que estamos viviendo
y que tanto nos oprime quizá lo primero que tendríamos que ver es si en verdad
nosotros hemos orado al Señor, pero orado con verdadera confianza por la salida
o la solución de esta situación. Seguimos poniendo en duda quizás la
posibilidad de los milagros, pero lo que estamos poniendo en duda es nuestra
fe. Voy a decir que no sé si la salida es un milagro portentoso que a todos nos
deje atónitos, o ver la presencia y la mano del Señor que se va manifestando de
mil maneras junto a nosotros en esta situación que estamos viviendo. Creo que
la generosidad, la solidaridad, la responsabilidad que se ha despertado en tantos
ya es un signo de esa presencia del Señor que es el que mueve los corazones y
ha movido así a tantos y tantos.
Pensemos también como el Señor por la
fuerza de su Espíritu inspira los corazones, nos inspira allá dentro en lo más
hondo de nosotros mismos tantas cosas buenas como puede estar inspirando a
quienes están trabajando para dar salida a estas situaciones. Pero hay que
querer escuchar esa inspiración.
Pensemos en la llamada que puede estar haciéndonos
el Señor a través de estos signos para que cambiemos los ritmos de nuestra
vida, busquemos lo que verdaderamente es importante ahora que nos hemos visto
con las manos tan vacías, y tantos castillos en el aire que nos habíamos creado
se nos han venido abajo.
Conforme sea nuestra fe el Señor va a
ir actuando en nuestra vida y en nuestro mundo, y en estas cosas concretas que
estamos viviendo y que tanto nos están haciendo sufrir. Claro que sí podemos
encontrar la luz, salir de esta opresión que nos agobia, llegar a vivir de una
forma nueva, distinta y hasta más humana; claro que el Señor alienta también
nuestra fe.
Oremos, pues, con toda confianza y con
toda la intensidad de nuestro amor al Señor. En este tiempo de Adviento también
esta puede ser una motivación para nuestra oración y vivir un auténtico Adviento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario