Vivamos siempre la alegría de la fe y la satisfacción de la semilla que cada día sembramos porque lo hacemos con esperanza
Hechos 18,9-18; Sal 46; Juan
16,20-23a
Sigue insistiéndonos Jesús en la alegría que tiene que haber en
nuestra vida. ‘Pero
volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra
alegría’. Y nos habla de la mujer que va a dar a luz en medio de los
dolores del parte, pero que cuando ha nacido la criatura su corazón se llena de
una alegría que nadie le puede quitar.
Es la alegría grande que sentimos siempre en nuestro corazón por el
don de la fe. Es la alegría grande por la semilla sembrada aunque haya sido con
dolor. Es la alegría y la satisfacción gozosa por el bien que hayamos hecho,
por el deber cumplido, por la buena obra que hayamos realizado, por el gozo
compartido, por el sufrimiento aceptado y
vivido como una ofrenda de amor.
Muchas veces nos cuestan las cosas. No siempre es fácil. Es necesario
esfuerzo y mantener la constancia en la voluntad para llevar adelante esa obra
buena que queremos realizar aunque nos cueste muchos sacrificios. Mantenernos
en fidelidad frente a tantas cosas que nos tientan al desánimo, a tirar la
toalla, a abandonar porque vemos que son muchas las dificultades no es fácil.
Más aun cuando quizá no vemos respuesta, no se nos valora aquello que hacemos y
no ya solo por los contrarios sino quizá muchas veces dentro mismo de nuestro
grupo o nuestra comunidad.
Muchas veces nos sucede como aquello de la parábola que sembramos
buena semilla y no podemos recoger fruto, o más bien vemos que en medio de
nuestro trigo aparecen las malas hierbas, la cizaña que envenena nuestra
cosecha, y podemos sentir la tentación de arrancarlo todo, como aquellos
obreros de la parábola; pero hemos de saber tener paciencia, la paciencia que
Dios tiene continuamente con nosotros que no siempre damos buena
respuesta, no siempre quizá damos los
frutos que se nos pide, pero Dios sigue confiando, Dios sigue esperando nuestra
buena respuesta.
Por eso hoy nos está señalando Jesús que no nos puede faltar en
nuestro corazón la alegría en medio de las dificultades que nace de la
esperanza. Al final nuestra alegría será completa. No lo veremos en plenitud en
esta vida, pero nosotros sabemos darle trascendencia a lo que hacemos y sabemos
que caminamos a una vida en plenitud, a una felicidad en plenitud que solo
podremos encontrar en Dios, en la plenitud de su vida.
Pero mientras ahora vamos caminando sepamos sentir la satisfacción de
todo eso bueno que logramos o que al menos intentamos. Que no nos falte nunca
esa alegría en nuestro corazón que se refleje también en nuestro semblante.
Nuestra sonrisa alegrará también el corazón de los que sufren a nuestro lado.
Ya está bien de semblantes serios en el rostro de tantos cristianos que parece
que van amargados por la vida. Eso no tiene ningún sentido en un cristiano que
vive hondamente su fe. ¿Será que falta la esperanza y por eso no hay alegría y
paz también en los momentos que no son tan fáciles? Recordemos aquello que
decían los santos, ‘que un santo triste es un triste santo’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario