Confesando la fe pascual recibida de los apóstoles en la Cruz de Cristo que celebramos queremos seguir proclamando la victoria del amor y de la vida hoy
1Corintios 15, 1-8: Sal 18; Juan 14, 6-14
En esta fecha del tres de mayo quiero tener en cuenta en mi reflexión
varios aspectos que confluyen en la celebración de este día y que creo que
hemos de tener muy en cuenta. No olvidamos que seguimos en el espíritu del
tiempo pascual que da color y sentido a todas las celebraciones de este tiempo,
aunque hemos de tener en cuenta que este día la liturgia hace memoria de dos
apóstoles del grupo de los Doce, Felipe y Santiago el Menor; por otra parte en
la devoción popular este día está coloreado con el signo de la Cruz, en memoria
de una antigua fiesta cristiana que hacia referencia al encuentro de la Cruz
por parte de santa Elena, en Jerusalén en el entorno de lo que es hoy la
Basílica del Santo Sepulcro o de la Resurrección.
Esta memoria de la cruz que se traduce en numerosas fiestas populares
en nuestros pueblos y ciudades, con el enrame y adorno de la Cruz que marca
muchos de nuestros caminos en pueblos y ciudades. Muchas son las ciudades
también que llevan el nombre de la Santa Cruz, bien en referencia a la
fundación de las mismas – como sucede aquí en nuestra tierra canaria – o desde
la fe cristiana que siempre puso en un lugar preponderante la cruz redentora de
Cristo.
La Palabra de Dios que se nos ofrece en la liturgia de este día,
propia de la fiesta de los Apóstoles, Felipe y Santiago, que celebramos nos
recuerda lo que es nuestra confesión de fe, la fe que profesamos y queremos
vivir. Como nos dice el apóstol nos recuerda el evangelio que El proclamó y que
aceptamos y en el que encontramos la salvación. Esa buena nueva nos anunciaba a
Cristo que murió por nosotros, que resucitó al tercer día y resucitado se
manifestó a los apóstoles y discípulos antes de enviarlos por el mundo a
proclamar ese evangelio.
Se nos manifiesta ahí todo el sentido pascual de nuestra fe que da
sentido a nuestra vida y por la que incluso estaríamos dispuestos a dar la
vida. Esa fe que nosotros confesamos fundamentada en los apóstoles, primeros
testigos de la resurrección de Cristo y de la que nosotros somos herederos.
Cuando nosotros en este día estamos venerando de manera especial la
cruz de Cristo lo hacemos también desde ese sentido pascual. En la cruz se nos
manifiesta ese paso de amor de Dios por nuestra vida y nuestro mundo para
traernos la salvación.
Contemplamos y celebramos la cruz no como un instrumento de muerte
sino como un signo de victoria. La cruz es la victoria del amor; es la gran
manifestación del amor que Dios nos tiene que así entregó a su Hijo en la
prueba más sublime del amor que es dar la vida por nosotros.
Levantando nosotros en lo alto la cruz queremos manifestar que esa
victoria del amor y de la vida tiene que seguir estando presente en nuestro
mundo. No podemos permitir que reine la muerte; no podemos permitir que venza
el odio y el pecado. Levantamos en alto la cruz porque queremos que venza el
amor, que sea la victoria de la vida porque por la cruz de Jesús nosotros nos
comprometemos por el amor, nosotros nos comprometemos por la vida.
Y es lo que queremos seguir sembrando en nuestro mundo. Es la
transformación de vida que estamos obligamos, estamos comprometidos a realizar
desde esa fe que tenemos en Jesús, muerto y resucitado. No nos quedamos en la muerte, no queremos
permitir que siga reinando el sufrimiento, queremos ir al encuentro de la vida,
queremos llevar la salud de Jesús a los demás y es lo que hacemos cuando
anunciamos el evangelio. Es el compromiso de esta fiesta de la Cruz.
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