Aprendamos que no son solo las soluciones técnicas las que
hacen mejor la vida de las gentes, sino la humanidad que pongamos en nuestras
relaciones
Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses
1,24-28; Lucas 10, 38-42
Pase para dentro y tome algo, quizás
nos habrán dicho más de una vez en ese sentido hospitalario y acogedor de
nuestras gentes sobre todo de nuestros campos. ¿Qué le puedo ofrecer? ¿Un vaso
de vino? Nos dicen con una generosidad que nos conmueve.
Me viene a la memoria una anécdota de
una experiencia que viví en una ocasión. Estaba en otra isla y la parroquia era
muy extensa en territorio con numerosos pueblecitos repartidos entre montañas y
barrancos; solía visitarlos una vez al mes pasando una tarde con aquella gente
pobre y sencilla recorriendo sus veredas y visitando sus casas.
En esta ocasión me acompañaba un joven
seminarista que quiso llevar también a un niño de una familia cercana a la
parroquia y entre las vueltas que estábamos dando recorriendo el lugar, desde
el patio de una casa nos llamaron y nos invitaron a pasar. Inmediatamente querían
ofrecernos algo, ¿un vaso de vino? y ya estaban tres vasos sobre la mesa y la
botella de vino preparada para servir. Les dije que yo si me tomaba un poquito,
pero que no sabía si el joven quería tomar – edad tenia para decidirlo – pero
que el niño no tomaba vino; ya el chiquillo estaba diciendo por su parte que él
no quería nada. La señora de la casa insistía y argumentaba qué es lo que iba a
decir el padre del niño que había estado en su casa y no le habían brindado con
nada.
Quiero recordar este sencillo hecho –
que para algunos quizá no tenga ningún valor - como expresión de ese sentido de
hospitalidad y acogida de la gente, y que te ofrecen con generosidad lo que
tienen y hasta lo que no tienen aunque vivan en su pobreza carentes de muchas
cosas. Un virtud, un valor el de la hospitalidad de suma importancia en
nuestras relaciones humanas, que no es ya abrir las puertas de tu casa – que ya
sabemos a cuanta gente les cuesta abrirlas en una desconfianza que se nos ha
metido en nuestra sociedad – sino que es acogerte para hacer que te sientas
bien y a gusto con ellos. Que te sientas como en tu casa, se suele decir.
Es ese estar atento en lo que te pueda
agradar, pero es ese estar allí abriendo el corazón, abriendo su vida ponerte
en el centro de su atención. Es la mutua comunicación y relación que se
establece entre los que te acogen y los que se sienten acogidos porque es un
interesarse de sus cosas y sus vidas escuchándose mutuamente porque siempre
habrá un punto de encuentro y un punto de interés.
Lástima que en la vida de hoy estemos
tan encerrados en nosotros mismos – una señal son tantas puertas y ventanas
cerradas como observamos al pasar por cualquier población – con desconfianzas y
con miedos, sin querer saber de los demás aunque estén en la puerta de al lado
como sucede tantas veces, pero sin abrir nuestra vida a los demás. Si no somos
hoy capaces de abrir la puerta al que está cerca de nosotros y nos cruzamos con
el todos los días en la escalera, por decirlo de alguna manera, cómo vamos a
abrirnos al desconocido, al emigrante o al que llega desde otras tierras y
lugares buscando un refugio y una solución a los problemas que viven en su
lugar de origen. Así surgen esas reacciones xerófagas y racistas que estamos
viendo cada día en nuestra sociedad.
De esto nos está hablando hoy el
evangelio. El hogar de Marta y Maria con su hermano Lázaro estaba en Betania a
la orilla del camino que subía del valle del Jordán hasta Jerusalén para entrar
a la ciudad santa por Betfagé y el monte de los olivos. Era el camino que habitualmente
hacían los galileos, bajando por todo el valle del Jordán, evitando el paso por
Samaria, para llegar como peregrinos en la Pascua a la ciudad santa. Betania es
como un jardín en la cercanía del desierto de Judá en el que inmediatamente nos
adentramos una vez que se inicia el camino de bajada hasta Jericó.
La casa de Marta y Maria como las de
todos los que habitaban aquel lugar era un lugar abierto para ofrecer agua y
descanso a los que se dirigían a Jerusalén agobiados por el calor y la fuerte
subida del camino. No fue solo una vez, como se desprende por los textos del
evangelio, en que Jesús y los discípulos encontraran esa acogida en aquel
hogar. Lo que nos narra el evangelio hoy es una muestra de ello. Lo sucedido en
aquel momento en que Marta se afanaba en preparar todo lo necesario para acoger
y servir al Maestro de Nazaret mientras María hacia los honores, por así
decirlo, de la acogida sentándose a sus pies para hablar y para escucharle, podríamos
decir que era lo habitual que se hacía en aquellas ocasiones.
Sin embargo el evangelio quiere
resaltar algo a partir del agobio de Marta en sus faenas y su queja contra su
hermana. Es una queja de lo más humano. Aparentemente María no está haciendo
nada mientras parece que Marta se lleva toda la faena. ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano’. Y digo aparentemente no está haciendo nada
cuando está haciendo algo importante, se ha sentado con el huésped a escuchar y
a estar con El. ¿No forma parte eso de la más elemental hospitalidad? ¿Sería
bonito que dejaran al huésped solo porque había que estar en la cocina entre
cacharros preparando cosas?
‘María
ha escogido la mejor parte’. En su buena voluntad parecía que Marta es la que estaba
haciendo lo mejor, pero ¿qué mejor podemos ofrecerle a alguien que la cercanía
y el estar a su lado? ¿No nos estará queriendo decir algo también a los hombres
y mujeres de hoy que, por ejemplo, en sus profesiones son unos técnicos muy
eficientes pero que luego en el trato con las gentes que atendemos nos falta cercanía
y humanidad?
No son
solo las soluciones técnicas las que hacen mejor la vida de las gentes, sino la
humanidad que pongamos en nuestras relaciones, la cercanía en el trato, la
escucha llena de empatía de la que gente que nos quiere contar sus problemas,
ese trato y esa relación que nos hace estar cerca de las personas y con lo que
podemos hacer que haya una verdadera convivencia.
Muchas mas
cosas nos puede decir aun el texto del evangelio, pero que al menos nuestra reflexión
nos lleve a ser más humanos y cercanos los unos de los otros y así estaremos
comenzando a hacer un mundo mejor.
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