Nos
gozamos en la fiesta del Apóstol Santiago por tantos santos que siguiendo el
camino del Apóstol se han desparramado por el mundo como misioneros del
evangelio
Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2;
Sal 66; 2Corintios 4,7-15; Mateo 20, 20-28
En alguna ocasión lo hemos
reflexionado. Si tuviéramos que guardar un tesoro o llevarlo de un lugar para
otro seguramente que buscaremos medios en consonancia con el valor del tesoro
que en él vamos a depositar. Primero la seguridad del cofre o la vasija donde
lo llevemos, no utilizaríamos una cosa frágil que pudiera romperse fácilmente y
desparramarse o perderse aquello que queremos conservar; y si es algo de mucho
valor, un objeto artístico, o algo que apreciamos mucho ya buscaríamos además
de la seguridad de no perderle algo en consonancia con su valor, su arte o el
aprecio que le tengamos. Un cuadro valioso le damos un marco en consonancia que
haga resaltar su belleza, una perla preciosa la engarzaríamos en un valioso y
bello collar donde se destaque la calidad y el valor de dicha perla, y así en
cualquier cosa valiosa.
Pues de algo así nos habla el apóstol
en su carta que hoy en esta fiesta del apóstol santiago se nos propone. Pero
nos dice que ese tesoro hermoso del que somos portadores lo llevamos en vasijas
de barro, frágiles y todo como son. Y es que el valor de lo que portamos no
está en el contenedor, sino en el contenido. Nos quiere hablar del tesoro del
ministerio que ejercemos, como en el fondo nos está hablando del tesoro de
nuestra fe, el tesoro del mensaje cristiano, del anuncio del Reino de Dios que
tenemos que hacer. Y de ese mensaje somos portavoces nosotros con nuestras
debilidades y también con nuestros pecados, con la pobreza de nuestra vida y
con esa realidad frágil de lo que somos.
Es cierto que tenemos que hacernos
dignos de ser portadores y portavoces de ese mensaje del evangelio que hemos de
llevar a nuestro mundo; la dignidad con que vivamos y lo anunciemos es cierto
que puede ayudar a hacer más creíble el mensaje porque es el testimonio que nosotros
damos. Pero el valor y la grandeza, el tesoro está en el mensaje en sí mismo
porque es la Palabra de Dios lo que queremos y tenemos que anunciar y
transmitir.
Este texto de la Palabra de Dios se nos
está ofreciendo cuando celebramos la fiesta del Apóstol Santiago en su martirio
que también para nosotros los españoles, por cierto, tiene gran significado. Y
aquí podríamos decir que Jesús ha querido confiar el ministerio, la misión del
anuncio del mensaje del evangelio a unos hombres, los apóstoles, llenos de
dudas, negaciones, ambiciones y debilidades.
Hoy el evangelio nos presenta lo que
eran las ambiciones de aquellos dos hermanos y que era también la ambición de
una madre que quería lo mejor para sus hijos. A pesar de cuanto Jesús les había
querido enseñar una y otra vez que seguirle a El para ser luego sus testigos
había de pasar por el camino del servicio y del amor, aquí se presentan osados
buscando grandezas y poderes, avalando también la madre esos deseos. Querían
los primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Cómo somos los hombres para despertar
ambiciones de grandezas y poder en nuestro corazón y luchar por ello. Sigue
siendo la tónica de todos los tiempos. Cómo lo camuflamos diciendo aquello de
que reinar es servir y todas esas frases que se convierten en rimbombantes, que
si queremos el bien del pueblo, que si alcanzamos aquella cota de poder es para
servir a los que menos tienen, pero que pronto nos vemos inflados por ese
poder, buscando ganancias e intereses, queriendo estar por encima de los demás
y convertirnos en manipuladores de lo que pueden ser los buenos deseos de los
más sencillos.
En el evangelio vemos como Jesús les
explica una vez más que ser grande e importante entre ellos no es ocupar
primeros puestos de poder, sino ser capaces de hacerse los últimos y los
servidores de todos. No será entre vosotros como entre los grandes de este
mundo, les viene a decir Jesús.
Pero lo que ahora queremos destacar es
cómo en aquellos hombres débiles, con sus ambiciones y con sus dudas como los
veremos en otros momentos, Jesús sigue confiando a ellos les confía el tesoro
del anuncio del evangelio. Pedro un día negaría conocer a Jesús pero Jesús
sigue confiando en él. Tesoros llevados en vasijas de barro, como lo somos
nosotros también hoy y tenemos en nosotros ese tesoro de la fe, ese tesoro de
la misión que a nosotros también nos confía el anuncio del Evangelio.
Tesoros en vasijas de barro como lo es
también la Iglesia con la misión que Jesús le confía en medio del mundo.
Algunas veces nos podemos sentir escandalizados con las cosas que vemos en la
Iglesia y que no nos gustan; no olvidemos que la Iglesia está formada por
humanos, también con sus debilidades, también con las ambiciones que aparecen
también muchas veces en sus miembros incluso los más destacados, con sus
tropiezos y pecados que parece que tantas veces la ensombrecen, pero el que
sigue a Jesús sabe bien quién es el que guía a la Iglesia a través de esas
vasijas de barro que somos los hombres.
Es el Espíritu del Señor quien nos guía,
quien cuenta con nosotros y nos da su fortaleza. No es nuestra sabiduría ni
nuestra fuerza, sino que es la obra de Dios que se manifiesta grande también a
través de nuestras debilidades. Por eso creemos en la Iglesia, porque creemos
en el Espíritu del Señor que está en ella a pesar de que somos esas vasijas de
barro. No es el marco valioso lo que nosotros hemos de admirar sino el tesoro
maravilloso de nuestra fe que nos ha transmitido Jesús y que vivimos en el seno
de la Iglesia.
Hoy la Iglesia de España se goza en
esta fiesta del Apóstol Santiago que estamos celebrando, dando gloria al Señor
y alabándole y dándole gracias porque a pesar de todas las sombras y
debilidades que hayamos podido quizá acumular a lo largo de la historia nos gozamos en la gloria de tantos santos
como han florecido en la Iglesia de España a lo largo de los siglos y tantos
hijos de nuestra Iglesia que se han desparramado por el mundo llevando ese
tesoro de nuestra fe y el evangelio de Jesús.
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