Una
luz que no se alimenta con el necesario combustible o una planta que no se
cuida y abona lo suficiente termina por apagarse y morir, así nos sucede con la
fe
Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
No pretendo yo enmendar a nadie. Pero
quienes siguen con cierta frecuencia lo que se publica en distintos medios
sobre la Iglesia y sobre los cristianos, ya sea en revistas mas especializadas
en el tema religioso o eclesial, o también en grandes medios con una amplitud
mayor de noticias de todo tipo, nos damos cuenta por los comentarios allí
expresados que algo está sucediendo, que el tema de la fe o de la Iglesia hace
aguas; continuamente nos están hablando de distintos problemas que surgen en el
seno de la Iglesia y que nos ponen a mal parir, que se palpa una cierta crisis
en el abandono de muchos, pero también en el poco coraje de los cristianos por
hacer un anuncio de la fe.
Podemos ponernos nerviosos, quedarnos
intranquilos, tener la sensación de que la cosa se puede ir desmoronando, y nos
puede entrar como un cierto pesimismo. Pero creo que en momentos así no es cosa
de amilanarse, de esconderse, sino de afrontar las cosas, pero sobre todo de
despertar. Preguntarnos que nos puede estar pasando, pero no ya solo a nivel de
iglesia institución, sino a pie de calle, en nosotros los cristianos para que
de alguna manera hayamos perdido ese ardor misionero.
¿Estaremos siendo higuera que no da
frutos o viña que no produce uvas? El evangelio en algún momento nos hace ese
planteamiento y quiere que nos preguntemos que hemos hecho de nuestra fe, de la
intensidad de nuestra vida cristiana, donde tenemos ese ardor o espíritu
misionero o por qué se nos ha apagado. Planteamientos para todo lo que es la
vida de la Iglesia pero, como decíamos, preguntas que nos tenemos que hacer a
nosotros mismos. ¿Nos habremos detenido lo suficiente en el evangelio que hoy
se nos propone?
Nos habla de sarmientos, nos habla de
vid y de cepas a las que tienen que estar unidos los sarmientos para que puedan
tener vida y llegar a dar fruto, y termina, por así decirlo, con la afirmación
de Jesús de que si no estamos unidos a El no daremos fruto sino que moriremos. ‘Como el sarmiento no puede dar fruto
por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en
mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él,
ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’.
Nos está
hablando de toda la espiritualidad del cristiano, verdadero fundamento de la
vida cristiana. Y aquí tendríamos que hacernos serias reflexionemos. ¿Cómo
mantenemos esa espiritualidad? ¿Qué unión con Jesús estamos viviendo? Tenemos
el peligro y la tentación de convertir nuestra vida en puro activismo. Nos
dejamos influenciar por el espíritu del mundo que solo pide efectividad,
resultados y todo se va en trabajar, llenando la vida de agobios, pero sin
saber detenernos para alimentarnos por dentro, para alimentar nuestro espíritu.
Porque
tenemos mucho que hacer, no rezamos, no buscamos ese tiempo para nosotros
mismos y para Dios; todo se nos va en planear, trabajar, hacer cosas, tener
reuniones interminables, organizar cosas, pero, ¿dónde está el tiempo de oración
en nuestra vida? ¿Dónde está el tiempo para nuestra escucha de Dios? Porque no
ha de ser solo buenas cosas que organicemos por nosotros mismos buscando los
mejores métodos, las formas más eficaces, como si de un negocio se tratara. Es
algo mucho más hondo lo que tiene que ser nuestra vida cristiana. Y si nos
falla esa unión del sarmiento con la vid, si nos falta esa unión con Jesús todo
se nos quedará en bonitas cosas pero realmente no es la gloria del Señor lo que
buscamos.
Caemos en
un enfriamiento espiritual, y todo es como una pendiente en declive, en que nos
vamos cayendo y cayendo sin poder pararnos. ¿Problemas en la Iglesia? ¿Crisis
en la vida de la Iglesia? ¿Disminución de los que vivimos comprometidos? ¿Dónde
estamos alimentando nuestra vida cristiana? ¿Dónde podremos encontrar ese
optimismo y alegría de la fe, ese entusiasmo por el anuncio del evangelio, ese
impulso misionero que nos lleve a anunciar a Jesús para que en verdad la
Iglesia crezca? Lo sabemos pero no lo hacemos y así nos va.
Mucho se tendría
que reflexionar sobre todo esto, porque hay demasiado la creencia en muchos de
que lo importante es que hagamos cosas, que vivamos un compromiso por los demás,
y dejamos a un lado nuestra vida espiritual, y no tenemos vivencias y
experiencias religiosas que nos ayuden a hacer crecer nuestra vida. Y una luz
que no se alimenta con el combustible que necesita, al final termina
apagándose. Me miro a mí mismo el primero.
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