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domingo, 17 de mayo de 2020

El Espíritu del Señor como Paráclito nos hace encontrarnos con nosotros mismos y encontrarnos de nuevo con el Evangelio de Jesús y construir el mundo según sus valores


El Espíritu del Señor como Paráclito nos hace encontrarnos con nosotros mismos y encontrarnos de nuevo con el Evangelio de Jesús y construir el mundo según sus valores

Hechos 8, 5-8. 14-17; Sal 65; 1Pedro 3, 15-18; Juan 14, 15-21
Nadie tiene por qué sentirse desprotegido. Sabemos hoy que la sociedad tiene que ofrecer recursos al que se siente indefenso ante la justicia para tener quien lo asesore y le defienda. Multitud de recursos sociales que tiene que ofrecer la sociedad, apoyo jurídico que incluso se ha de tener ante los tribunales. No siempre ha sido así, ni siempre están a mano con la facilidad que correspondería esos recursos de defensa incluso para el reo presuntamente culpable.
Hago esta referencia a ese apoyo que siempre en la sociedad tendríamos que encontrar porque hablando quizá desde el presupuesto de estos términos es lo que Jesús ofrece a sus discípulos.
Les está hablando en momentos críticos como son los previos al propio prendimiento de Jesús y los discípulos pudieran intuir que si les falta Jesús es como si se sintieran huérfanos; conocen todas las confabulaciones de los judíos con Jesús, pero ellos están con El y se sienten seguros; intuyen quizá que si les faltara Jesús porque se cumpliera todo lo que El les ha anunciado se van a ver solos y como abandonados a su suerte. Así los veremos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos tras el prendimiento de Jesús, su pasión y su muerte en la cruz, a pesar de todas las promesas que Jesús les ha ido haciendo, pero que ellos nunca terminaron de entender. Y de eso es de lo que hoy Jesús les habla.
Ya en ocasiones les había hablado de persecuciones y de tribunales e igualmente les había dicho que no tuvieran miedo porque tendrían un Defensor, el Espíritu que pondría palabras en sus labios para su defensa. Jesús les pide fidelidad, amor, cumplimiento siempre de su voluntad, pero no han de temer aunque vengan momentos difíciles y en ocasiones incluso se encuentren desorientados sin saber a qué atenerse. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad’.
Se nos ha conservado la palabra de origen griego en su traducción literal al castellano porque expresa realmente el sentido de lo que les ofrece Jesús. El paráclito es el que está llamado para defender al indefenso. Y es el sentido que Jesús quiere darle a la presencia del Espíritu Santo en la vida de los discípulos, el Defensor, el apoyo y la fuerza incuestionable, el que estará siempre a nuestro lado para que encontremos la mejor palabra, la más perfecta actitud y postura, la más valiente decisión. Es el que inspira y nos da luz para hacernos ver caminos, salidas. Es el que acompaña para que no nos sintamos solos en el camino que muchas veces se puede convertir en algo duro y nos puede hasta parecer intransitable. Pero El estará ahí como nuestra fuerza y nuestra luz, como nuestra defensa y nuestra fortaleza.
La liturgia cuando casi vamos concluyendo el tiempo pascual porque ya nos acercamos a Pentecostés nos ofrece estos textos con la promesa de Jesús. Es esa luz que necesitamos en todos los tiempos porque siempre ha habido y habrá momentos difíciles para los que queremos seguir a Jesús y no nos podemos sentir huérfanos y desamparados. Bien que en el camino de la Iglesia a través de todos los tiempos siempre se ha sentido esa presencia del Espíritu y aunque haya habido momentos difíciles, momentos en que la iglesia ha caminado incluso por caminos tortuosos, no ha faltado la presencia del Espíritu que guía y que sostiene a la Iglesia.
Pero tenemos que escuchar esta Palabra en el momento presente, momento de turbulencias, de confusión y desorientación, momentos en que nos vemos zarandeados por problemas que pensábamos que no se iban a presentar a la humanidad, pero que de la noche a la mañana todo se ha trastocado, muchas cosas se han venido abajo, nos sentimos que no sabemos como ni cuando vamos a salir de estas oscuridades y tenemos el peligro y la tentación del desaliento.
Momentos, por otra parte, que tendrían que hacernos pensar sobre la manera como hemos ido construyendo nuestro mundo que ahora da la impresión que ha perdido los cimientos y el edificio se nos puede venir abajo. Momentos de reflexión para saber leer las lecciones de la historia y, en concreto, de esta historia que ahora nos ha tocado vivir y donde siempre tenemos algo que aprender. Se nos cuestionan muchas cosas, pero aparecen también señales de luz de que no todo está perdido porque aparece en muchos lo mejor que tienen de si mismos y eso les hace plantearse las cosas de otra manera.
Y como creyentes también tenemos algo que decir, como creyentes en Jesús también tenemos un camino y unas decisiones que tomar para encontrar salidas, como creyentes no podemos sentir que todo es oscuridad alrededor nuestro, como creyentes ahora escuchamos esta Palabra de Jesús que nos hace encontrar la luz porque también en estos momentos hemos de sentir con nosotros la presencia y la fuerza del Paráclito, la fuerza del Espíritu Santo prometido. No estamos batiendo alas como aves desorientadas en un túnel oscuro y sin salida sino que hay quien nos inspira y nos orienta desde lo más hondo para que encontremos esa luz que nos señala una salida.
Una salida a algo nuevo, una salida a un mundo transformado, una salida a un mundo nuevo que nosotros los cristianos sabemos bien como construirlo desde esos valores nuevos que nos ofrece el evangelio y que quizá tantas veces hemos olvidado dejándonos encantar por esos cantos de sirena que en el mundo se nos ofrecían. El Espíritu del Señor que nos hace encontrarnos con nosotros mismos y encontrarnos de nuevo con el Evangelio de Jesús. Ese mundo nuevo que nosotros los cristianos llamamos el Reino de Dios y donde han de florecer esos valores eternos e inviolables del amor y de la justicia, de la paz y de la solidaridad, de la verdad y de la autenticidad, de la cercanía y de la fraternidad, por citar algunos.
No estamos solos, no caminamos abandonados como huérfanos, con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor. Dejémonos conducir.

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