La
experiencia de tristeza y alegría que vivieron los discípulos en la pascua es
ejemplo y estímulo para nuestra experiencia de cada día y no perder nunca la
paz
Hechos 18, 9-18; Sal 46; Juan 16, 20-23a
Nos gusta estar con aquellas personas
que amamos y de quienes nos sentimos igualmente queridos. El hijo quiere estar
con sus padres, los padres con sus hijos, el esposo con su esposa, los abuelos
con sus nietos, los amigos con aquellos amigos que aman y de quienes se sienten
apreciados. Nos gozamos con su presencia sin que necesitemos quizá hacer nada
extraordinario, pero son largas las horas que pasamos con aquellos seres que
queremos y no somos capaces de medir el tiempo que pasamos con ellos; pero
quizá cuando nos faltan, cuando se prolonga su ausencia, cuando tengamos que
arrancarnos de su presencia lloraremos el no poder estar con ellos y estaremos
añorando desesperadamente volver a encontrarnos con ellos. Qué hermosa una
amistad así compartida, qué sabroso el cariño de la familia, que a gusto nos
sentimos con aquellos que nos aprecian y nos valoran.
Tenía que dolerles a los discípulos
aquel anuncio que Jesús les estaba haciendo. Sus corazones lloraban lágrimas de
tristeza. Más aún cuando sabían que aquella separación que ahora iban a tener
de Jesús era como consecuencia del odio de los que querían quitarle de en medio
y llevarlo a la muerte. Cómo le dolerá a una madre el conocer de antemano que
su hijo querido va a ser condenado; para ella siempre será su hijo haya hecho
lo que haya hecho.
Es el dolor también que sentían los discípulos
porque Jesús mismo les estaba diciendo que mientras ellos lloraban de tristeza
otros se alegrarían de lo que daban por antemano del fracaso de la obra de Jesús.
Para ellos esto no podía quedar así y aunque no sabían cual eran la salida, a
pesar de las palabras de Jesús que anunciaban su vuelta y su triunfo pero que
ellos no acababan de entender. Y es que cuando el corazón se obnubila por el
dolor parece que se cierran todas las
salidas y no se encuentran soluciones.
Es lo que Jesús les está diciendo y se
está constatando con el ambiente tenso que se está viviendo. Pero Jesús tiene
palabras de ánimo y de esperanza. Les habla del dolor de la madre cuando da a
luz, pero que se ve compensado cuando tiene al hijo de sus entrañas entre sus
brazos. Y Jesús les dice que su alegría será luego grande. Anuncios de triunfo,
anuncios de resurrección, anuncios de plenitud de pascua, porque es paso de
Dios y el paso de Dios no se queda en el dolor, no se puede obnubilar por la
tristeza, siempre tendrá que llenar de gozo el corazón. Será lo que finalmente
vivirán en la mañana y la tarde de la resurrección. No cabrán de alegría
entonces en sí mismos.
Pero el mensaje de Jesús no es solo
para vivir aquellos momentos. La vivencia de aquellos momentos tiene que ser
para nosotros modelo y estímulo para vivir también nuestras propias
experiencias en el día a día de nuestra vida. Momentos de duda y de
incertidumbre nos irán apareciendo continuamente en el camino de la vida;
momentos en que nos parecerá que todo se nos vuelve oscuro se repetirán muchas
veces pero siempre sabremos que aparecerá de nuevo la luz.
Momentos que experimentamos en la
vivencia de nuestra fe y que algunas veces nos costará, pero son momentos en
distintas situaciones como las que ahora podemos estar pasando. Sabemos que el
Señor está ahí, que no nos falta su presencia aunque algunas veces se nos
vuelva oscura, que nada podrá apartarnos de ese amor de Dios, que tenemos que
seguir haciendo el camino yendo también al encuentro de los otros que necesitan
esa luz que nosotros tenemos por nuestra fe y en los que tratamos siempre de
sembrar esperanza. Abramos los ojos de la fe y seamos capaces de seguir
disfrutando de la presencia del Señor, nunca perdamos la esperanza y gocémonos
siempre en el amor del Señor.
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