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viernes, 22 de mayo de 2020

La experiencia de tristeza y alegría que vivieron los discípulos en la pascua es ejemplo y estímulo para nuestra experiencia de cada día y no perder nunca la paz


La experiencia de tristeza y alegría que vivieron los discípulos en la pascua es ejemplo y estímulo para nuestra experiencia de cada día y no perder nunca la paz

Hechos 18, 9-18; Sal 46; Juan 16, 20-23a
Nos gusta estar con aquellas personas que amamos y de quienes nos sentimos igualmente queridos. El hijo quiere estar con sus padres, los padres con sus hijos, el esposo con su esposa, los abuelos con sus nietos, los amigos con aquellos amigos que aman y de quienes se sienten apreciados. Nos gozamos con su presencia sin que necesitemos quizá hacer nada extraordinario, pero son largas las horas que pasamos con aquellos seres que queremos y no somos capaces de medir el tiempo que pasamos con ellos; pero quizá cuando nos faltan, cuando se prolonga su ausencia, cuando tengamos que arrancarnos de su presencia lloraremos el no poder estar con ellos y estaremos añorando desesperadamente volver a encontrarnos con ellos. Qué hermosa una amistad así compartida, qué sabroso el cariño de la familia, que a gusto nos sentimos con aquellos que nos aprecian y nos valoran.
Tenía que dolerles a los discípulos aquel anuncio que Jesús les estaba haciendo. Sus corazones lloraban lágrimas de tristeza. Más aún cuando sabían que aquella separación que ahora iban a tener de Jesús era como consecuencia del odio de los que querían quitarle de en medio y llevarlo a la muerte. Cómo le dolerá a una madre el conocer de antemano que su hijo querido va a ser condenado; para ella siempre será su hijo haya hecho lo que haya hecho.
Es el dolor también que sentían los discípulos porque Jesús mismo les estaba diciendo que mientras ellos lloraban de tristeza otros se alegrarían de lo que daban por antemano del fracaso de la obra de Jesús. Para ellos esto no podía quedar así y aunque no sabían cual eran la salida, a pesar de las palabras de Jesús que anunciaban su vuelta y su triunfo pero que ellos no acababan de entender. Y es que cuando el corazón se obnubila por el dolor parece que se cierran todas las  salidas y no se encuentran soluciones.
Es lo que Jesús les está diciendo y se está constatando con el ambiente tenso que se está viviendo. Pero Jesús tiene palabras de ánimo y de esperanza. Les habla del dolor de la madre cuando da a luz, pero que se ve compensado cuando tiene al hijo de sus entrañas entre sus brazos. Y Jesús les dice que su alegría será luego grande. Anuncios de triunfo, anuncios de resurrección, anuncios de plenitud de pascua, porque es paso de Dios y el paso de Dios no se queda en el dolor, no se puede obnubilar por la tristeza, siempre tendrá que llenar de gozo el corazón. Será lo que finalmente vivirán en la mañana y la tarde de la resurrección. No cabrán de alegría entonces en sí mismos.
Pero el mensaje de Jesús no es solo para vivir aquellos momentos. La vivencia de aquellos momentos tiene que ser para nosotros modelo y estímulo para vivir también nuestras propias experiencias en el día a día de nuestra vida. Momentos de duda y de incertidumbre nos irán apareciendo continuamente en el camino de la vida; momentos en que nos parecerá que todo se nos vuelve oscuro se repetirán muchas veces pero siempre sabremos que aparecerá de nuevo la luz.
Momentos que experimentamos en la vivencia de nuestra fe y que algunas veces nos costará, pero son momentos en distintas situaciones como las que ahora podemos estar pasando. Sabemos que el Señor está ahí, que no nos falta su presencia aunque algunas veces se nos vuelva oscura, que nada podrá apartarnos de ese amor de Dios, que tenemos que seguir haciendo el camino yendo también al encuentro de los otros que necesitan esa luz que nosotros tenemos por nuestra fe y en los que tratamos siempre de sembrar esperanza. Abramos los ojos de la fe y seamos capaces de seguir disfrutando de la presencia del Señor, nunca perdamos la esperanza y gocémonos siempre en el amor del Señor.

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