Sabemos de quien nos fiamos para hacernos crecer en valores
espirituales, darnos hondura espiritual con la fortaleza del Espíritu y
hacernos caminar siempre con paz
Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16, 16-20
¿Cómo puedes estar tan
tranquilo con lo que está pasando? Lo habremos dicho a alguien alguna vez o lo
hemos escuchado como reacción cuando vemos a una persona quizá con grandes
problemas, quizá con una enfermedad, o la muerte de un ser querido, pero la
vemos con paz y serenidad afrontando la situación. Quizás nos pueda decir que
no está tan tranquila como nosotros creemos, que el problema está ahí, que los
agobios y las angustias se llevan dentro, pero sin embargo la vemos con
serenidad, le notamos incluso en medio de sus sufrimientos con una alegría que
no es una simple risa sino algo quizá más profundo.
Como ya hemos
comentado en alguna ocasión en que hemos hecho referencia a situaciones así son
personas de fortaleza interior, son personas con gran espíritu grande que es lo
que les da esa fuerza, esa paz, esa incluso alegría en medio de las tristezas o
penas de la vida. Podríamos decir que son personas profundamente espirituales
que tienen una riqueza grande en su vida, una espiritualidad podríamos decir.
Esa hondura de espíritu, esa fe interior es la que les hace caminar, luchar,
superar dificultades y contratiempos, como se suele decir poniendo a mal tiempo
buena cara. Y no es fachada exterior, es hondura del espíritu.
Aunque hemos hablado
de hondura espiritual, de valores del espíritu e incluso de fe, hasta ahora no
hemos hecho mención a nuestra fe cristiana, pero necesariamente tenemos que
acudir a ello. Y es que los que creemos en Jesús nos tenemos que sentir siempre
fuertes aunque grandes sean las dificultades que nos encontremos en la vida. No
es que no suframos los problemas, que no haya preocupación dentro de nosotros,
que muchas veces incluso lloremos en nuestro dolor, pero hay algo hondo en
nosotros que nos lo da nuestra fe en Jesús que es lo que nos hace fuertes en
esas situaciones.
Por empezar decir que Jesús
nos ha asegurado su presencia, siempre, hasta la consumación de los tiempos; Jesús
nos ha prometido que nos enviaría desde el Padre su Espíritu para que fuera
nuestra fuerza y en El encontráramos siempre caminos de vida; y es que con Jesús
siempre tendríamos que tener paz en nuestro corazón, porque no nos falta la
gracia del Señor.
En la situación
anímica que se encontraban los discípulos en la cena pascual muchas eran las
dudas e incertidumbres que surgían en sus corazones, porque realmente ellos no tenían
claro lo que iba a suceder; nosotros hoy cuando leemos estos textos del
evangelio tenemos por adelantado el saber qué es lo que iba a suceder. Y Jesús
trata de prepararlos para que afronten aquella situación; y no les oculta que
van a ser momentos difíciles, vosotros llorareis mientras el mundo reirá, les
viene a decir Jesús.
‘En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os
lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Así sucedería, allí
estaría la alegría de los sacerdotes y los miembros del Sanedrín cuando prenden
a Jesús y lo llevan ante Pilato para que sea condenado a muerte. Con aires de
triunfo y de victoria celebraban la crucifixión de Jesús y ya conocemos sus
gritos y sus burlas. Mientras los discípulos escondidos estaban en el cenáculo
y llenos de miedo mientras sufrían todo lo que le estaba pasando a Jesús.
‘Estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Ya conocemos la alegría
de la mañana y de la tarde de la resurrección en la medida en que se iban
encontrando con Cristo resucitado. Lo que parecía una derrota se convertía en
victoria y en la mañana de Pentecostés así lo proclamaría Pedro. ‘A quien
vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos’.
Esa
victoria de Cristo es nuestra victoria; esa alegría en Cristo resucitado tiene
que ser siempre nuestra alegría, aunque muchas sean las tristezas que tengamos
a causa de los problemas o de las dificultades, tenemos la certeza de la
victoria en Cristo Jesús, muerto y resucitado.
Pero esto
tiene que valernos para todas las situaciones de la vida, en esos distintos
momentos que pasemos por el dolor y el sufrimiento, los problemas nos
envuelvan, las cosas pareciera que se torcieran y no salen como a nosotros nos gustaría.
No podemos perder la paz, la serenidad del espíritu, la alegría espiritual que
es motor de nuestro espíritu y nuestra vida. Sabemos de quien nos fiamos y
quien está con nosotros. Y eso nos hará crecer en valores espirituales, nos
dará hondura espiritual, tendremos esa fortaleza del espíritu, podremos caminar
siempre con paz.
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