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jueves, 21 de mayo de 2020

Sabemos de quien nos fiamos para hacernos crecer en valores espirituales, darnos hondura espiritual con la fortaleza del Espíritu y hacernos caminar siempre con paz


Sabemos de quien nos fiamos para hacernos crecer en valores espirituales, darnos hondura espiritual con la fortaleza del Espíritu y hacernos caminar siempre con paz

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16, 16-20
¿Cómo puedes estar tan tranquilo con lo que está pasando? Lo habremos dicho a alguien alguna vez o lo hemos escuchado como reacción cuando vemos a una persona quizá con grandes problemas, quizá con una enfermedad, o la muerte de un ser querido, pero la vemos con paz y serenidad afrontando la situación. Quizás nos pueda decir que no está tan tranquila como nosotros creemos, que el problema está ahí, que los agobios y las angustias se llevan dentro, pero sin embargo la vemos con serenidad, le notamos incluso en medio de sus sufrimientos con una alegría que no es una simple risa sino algo quizá más profundo.
Como ya hemos comentado en alguna ocasión en que hemos hecho referencia a situaciones así son personas de fortaleza interior, son personas con gran espíritu grande que es lo que les da esa fuerza, esa paz, esa incluso alegría en medio de las tristezas o penas de la vida. Podríamos decir que son personas profundamente espirituales que tienen una riqueza grande en su vida, una espiritualidad podríamos decir. Esa hondura de espíritu, esa fe interior es la que les hace caminar, luchar, superar dificultades y contratiempos, como se suele decir poniendo a mal tiempo buena cara. Y no es fachada exterior, es hondura del espíritu.
Aunque hemos hablado de hondura espiritual, de valores del espíritu e incluso de fe, hasta ahora no hemos hecho mención a nuestra fe cristiana, pero necesariamente tenemos que acudir a ello. Y es que los que creemos en Jesús nos tenemos que sentir siempre fuertes aunque grandes sean las dificultades que nos encontremos en la vida. No es que no suframos los problemas, que no haya preocupación dentro de nosotros, que muchas veces incluso lloremos en nuestro dolor, pero hay algo hondo en nosotros que nos lo da nuestra fe en Jesús que es lo que nos hace fuertes en esas situaciones.
Por empezar decir que Jesús nos ha asegurado su presencia, siempre, hasta la consumación de los tiempos; Jesús nos ha prometido que nos enviaría desde el Padre su Espíritu para que fuera nuestra fuerza y en El encontráramos siempre caminos de vida; y es que con Jesús siempre tendríamos que tener paz en nuestro corazón, porque no nos falta la gracia del Señor.
En la situación anímica que se encontraban los discípulos en la cena pascual muchas eran las dudas e incertidumbres que surgían en sus corazones, porque realmente ellos no tenían claro lo que iba a suceder; nosotros hoy cuando leemos estos textos del evangelio tenemos por adelantado el saber qué es lo que iba a suceder. Y Jesús trata de prepararlos para que afronten aquella situación; y no les oculta que van a ser momentos difíciles, vosotros llorareis mientras el mundo reirá, les viene a decir Jesús.
En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Así sucedería, allí estaría la alegría de los sacerdotes y los miembros del Sanedrín cuando prenden a Jesús y lo llevan ante Pilato para que sea condenado a muerte. Con aires de triunfo y de victoria celebraban la crucifixión de Jesús y ya conocemos sus gritos y sus burlas. Mientras los discípulos escondidos estaban en el cenáculo y llenos de miedo mientras sufrían todo lo que le estaba pasando a Jesús.
‘Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Ya conocemos la alegría de la mañana y de la tarde de la resurrección en la medida en que se iban encontrando con Cristo resucitado. Lo que parecía una derrota se convertía en victoria y en la mañana de Pentecostés así lo proclamaría Pedro. ‘A quien vosotros crucificasteis Dios lo resucitó de entre los muertos’.
Esa victoria de Cristo es nuestra victoria; esa alegría en Cristo resucitado tiene que ser siempre nuestra alegría, aunque muchas sean las tristezas que tengamos a causa de los problemas o de las dificultades, tenemos la certeza de la victoria en Cristo Jesús, muerto y resucitado.
Pero esto tiene que valernos para todas las situaciones de la vida, en esos distintos momentos que pasemos por el dolor y el sufrimiento, los problemas nos envuelvan, las cosas pareciera que se torcieran y no salen como a nosotros nos gustaría. No podemos perder la paz, la serenidad del espíritu, la alegría espiritual que es motor de nuestro espíritu y nuestra vida. Sabemos de quien nos fiamos y quien está con nosotros. Y eso nos hará crecer en valores espirituales, nos dará hondura espiritual, tendremos esa fortaleza del espíritu, podremos caminar siempre con paz.

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