Hechos, 4, 13-21
Sal. 117
Mc. 16, 9-15
Sal. 117
Mc. 16, 9-15
‘Id al mundo entero y predicad el evangelio, anunciad esta Buena Noticia, a toda la creación’. Es la conclusión del evangelio de san Marcos. ‘Seréis mis testigos…’ hemos escuchado en el relato de los otros evangelistas. Aquí hace un envío por todo el mundo para anunciar esa Buena Noticia que tendrá por centro precisamente su resurrección.
Pero Marcos es más parco a la hora de relatarnos los hecho sucedidos en torno a la resurrección de Jesús. Lo resume en pocos versículos, apenas lo que escuchamos este año en la vigilia pascual y lo que hemos escuchado hoy.
Nos hace como un resumen. Nos habla en esta ocasión de María Magdalena que fue a anunciárselo a los discípulos pero no la creyeron. Nos habla de los dos discípulos, probablemente los que marchaban a Emaús que hemos escuchado en el relato de san Lucas, pero a los que tampoco creen. Finalmente se les aparecerá Jesús resucitado que ‘les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado’. Necesitaban como hemos escuchado en otros evangelistas que Jesús les abriese el corazón para que entendiesen las Escrituras.
Pero fijémonos también en lo escuchado en la primera lectura que viene a ser el final de todo el episodio de la curación del paralítico de la puerta Hermosa. Finalmente viéndose impotentes los sumos sacerdotes y los ancianos deciden soltar a Pedro y Juan pero prohibiéndoles que ‘vuelvan a mencionar a nadie ese nombre’, o sea prohibiéndoles hablar de Jesús. ‘Les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús’.
Pero ya hemos visto la respuesta de los apóstoles. No puede callar aquello de lo que son testigos. ¿A quién van a obedecer? ‘¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a El? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído’. Son los testigos que no pueden callar. Son los testigos que han de anunciar esta Buena Noticia de Jesús, de que Jesús es el Salvador.
Pero es admirable la elocuencia con que hablan de Jesús. ‘Los sumos sacerdotes y los escribas estaban sorprendidos viendo el aplomo de Pedro y Juan, sabiendo que eran hombres sin letras ni instrucción…’ No necesitaban de letras, porque ellos sólo están hablando de lo que han vivido. Pero quizá no sabían aquellos sumos sacerdotes ni escribas lo que Jesús mismo les había anunciado a sus discípulos.
‘Cuando os juzguen no os preocupéis por lo que vais a decir ni cómo tenéis que hacerlo; en esa misma hora se les inspirará lo que tienen que decir. No sois vosotros los que hablarán, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará por vosotros’. Como dice en otro lugar ‘no os preocupéis para preparar vuestra defensa, el Espíritu pondrá palabras en vuestros labios…’ Allí están los llenos del Espíritu Santo. No hace muchos días lo han recibido en Pentecostés.
Algunas veces nos sentimos nosotros temerosos del testimonio que henos de dar. ¿Seremos capaces? ¿Nos acobardaremos? La valentía no es nuestra. La fuerza la tenemos en el Señor. No olvidemos que hemos recibido el don del Espíritu Santo en el sacramento de la confirmación que nos convierte en testigos, en soldados de Cristo, en apóstoles del Evangelio. No temamos, el Señor está con nosotros. Lo estuvo con los apóstoles, con los mártires de todos los tiempos, y con los cristianos que en cada momento han tenido que dar testimonio de su fe en Jesús.
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