Hechos, 4, 31-35;
Sal. 117;
1Jn. 5, 1-6;
Jn. 20, 19-31
Nos ha dicho el evangelio: ‘Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos, entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros…’ Más adelante vuelve a decir: ‘a los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos; llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros…’
El primer día de la semana… a los ocho días – primer día de la semana también – se manifiesta Jesús resucitado a los discípulos. Y ¿qué estamos haciendo nosotros hoy? También el primer día de la semana, es el domingo, que para nosotros es el primer día de la semana, es el día del Señor – por eso precisamente lo llamamos domingo – porque es el día en que resucitó el Señor, estamos también reunidos. Y Cristo también está en medio de nosotros.
¿Qué es lo que estamos celebrando? El día del Señor, el día de la Pascua; celebramos la Eucaristía que es anunciar la muerte del Señor y proclamar su resurrección. ¡Qué importante es para nosotros el domingo y que este día se reúna la comunidad cristiana para celebrar la Eucaristía.
¿Cuál es el mensaje fundamental que recibimos en este segundo domingo de Pascua? Seguimos viviendo el gozo de la Pascua, este domingo es la octava de la Pascua que queremos celebrar con igual intensidad, y todo nos invita a proclamar nuestra fe en que Jesús es el Hijo de Dios para tener vida en su nombre. A esa proclamación de nuestra fe en Jesús nos está invitando toda la Palabra de Dios proclamada. Así termina precisamente el evangelio de Juan que hoy hemos proclamado. ‘…estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’. En esas palabras el evangelista de alguna manera nos resume lo que es la finalidad del evangelio.
‘Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor’, nos dice el evangelio. Llenos de temores estaban encerrados en el cenáculo pero todo cambia y la vida de los discípulos se llena de luz con la presencia de Cristo resucitado. Jesús les saluda con la paz, pero aún más quiere llenarlos de su Espíritu para la misión que han de realizar. ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’, les dice.
Vendrán las dudas de Tomás que no estaba con ellos cuando vino Jesús, pero si cuando a los ocho días Jesús vuelve a manifestarse. Terminará proclamando ‘¡Señor mío y Dios mío!’, para confesar su fe en Jesús cuando tiene la experiencia de verlo y sentirlo vivo junto a él. ‘¿Porque me has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!’, le dirá Jesús.
Nosotros no le veremos con los ojos de la cara, ni tendremos la oportunidad de meter nuestros dedos en las llagas de sus manos o nuestra mano en la llaga de su costado. No será necesario, porque podemos tener la certeza firme de la resurrección del Señor. Nos fundamentamos en la fe de los apóstoles, no en vano somos una iglesia apostólica heredera de la fe de los apóstoles, sino porque además nosotros podemos experimentarlo y sentirlo vivo y presente en nosotros y en medio de la Iglesia.
Creemos en Jesús con toda certeza de que es el Hijo de Dios. Su resurrección es la prueba definitiva. Y creemos que Jesús nos da la salvación y la vida eterna, porque, como dice El, ‘para eso he venido, para que tengan vida y la tengan en abundancia’.
Por eso, podemos decir también, que la celebración de la resurrección del Señor que estamos viviendo es una invitación a la esperanza. Cristo no es un perdedor sino un vencedor y con estamos llamados también a la victoria sobre el mundo.
Aunque a veces nos sintamos sobrecogidos por la tentación y el mal que nos acecha y nos rodea, por ese mundo de indiferencia e increencia en medio del cual nos encontramos, sabemos que con Jesús nosotros estamos llamados a la vida y la vida de Dios en nosotros podrá sobre todo ese mal. ‘Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios… y todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; ¿Por qué quien es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?’ Así nos ha hablado hoy la carta de san Juan en la Palabra de Dios. Y cuánta esperanza y seguridad nos dan estas palabras.
Y bien que necesitamos avivar nuestra fe y nuestra esperanza, como despertar también esa esperanza en el mundo que nos rodea. Aunque veamos muchas sombras a nuestro alrededor en tantas cosas que nos afectan cuando vemos un mundo sin amor, sin paz, con resentimientos y malquerencias en las relaciones entre unos y otros, con desconfianzas y malos deseos, sin embargo podemos tener la esperanza de que se puede hacer un mundo mejor y distinto.
No todo son sombras, también hay mucha luz, porque también hay muchas personas que aman y que viven un compromiso de servicio por los demás; hay muchas personas que han puesto solidaridad en su corazón para sufrir con el que sufre pero también para consolar, animar y compartir muchas cosas buenas. Todo eso tiene que alentarnos. Y mucha gente quiere realizar ese mundo nuevo precisamente desde el compromiso de su fe en Cristo resucitado.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de que ‘daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor’. ¿Cuál era ese testimonio? La vida de amor y de solidaridad que vivían. ‘En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común… nadie pasaba necesidad… lo que tenían lo ponían a disposición de los apóstoles y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno…’
Una hermosa pauta para lo que nosotros hemos de vivir, para lo que tiene que ser nuestro compromiso de solidaridad desde la fe que tenemos en Jesús resucitado. Pongamos esa solidaridad y ese amor, pongamos paz en nuestros corazones para que llevemos esa paz también a los demás, pongamos esa confianza en el otro y ese compartir, pongamos nuestros buenos deseos de amistad y alejemos de nosotros todo sentimiento malo que nos pueda llegar, pongamos luz en nuestro corazón. Que seamos capaces de compartir de todo eso según lo que necesite cada uno de los que están a nuestro alrededor como hacían en lo que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles.
La celebración de Cristo resucitado tiene que hacernos resplandecer en esa luz del amor, porque así tenemos que iluminar nuestro mundo.
Es cierto, Jesús es el Rey de los Judíos, en 2012 los judíos se darán cuenta que el Falso Mesías se ha sentado en su trono, lo matarán y se darán cuenta que el Unico Mesías fue JesuCristo.
ResponderEliminar