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viernes, 24 de abril de 2009
Según la plenitud total de Dios
En la liturgia de estos días de Pascua algo que se nos repite continuamente es el pedir al Señor que un día podamos participar de los gozos eternos, alcanzar la resurrección gloriosa con Cristo resucitado. Es algo que forma parte de nuestra fe y de nuestra esperanza cristiana como lo expresamos en otros momentos de la liturgia, por ejemplo en la plegaria eucarística. 'Que con María... los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos merezcamos compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas'.
Hoy san Pablo nos ha dicho 'así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios'. Gozar de los gozos eternos, de la plenitud total que sólo en Dios podemos alcanzar. Es nuestra esperanza del cielo, de vivir para siempre junto a Dios.
Pero, ¿cómo podemos alcanzar esa plenitud, esos gozos eternos? En la carta a los Efesios nos ha dado la pauta: 'que de los tesoros de su gracia, por medio de su Espíritu, os conceda robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento...'
Una profundidad en nuestra vida, una espiritualidad profunda, 'por medio de su Espíritu', mediante el conocimiento de Cristo, de Dios; haciendo que Cristo habite de verdad en nosotros porque nos llenemos de su vida; vivir la vida de Cristo, es más, que Cristo sea nuestra vida, nuestro vivir. Estamos llamados desde nuestro bautismo a configurarnos con Cristo, a hacernos otros 'cristos'. Como llegaría a decir san Pablo en otro lugar: 'Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí'.
Viviendo a Cristo nos impregnamos de su vida, de sus sentimientos, de su amor. Nos llenamos de su amor, pero no como una vestidura que nos pongamos por fuera, sino porque en verdad estemos enraizados y cimentados en Cristo. 'Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento'.
Este texto que estamos comentando nos lo ofrece la liturgia en esta solemnidad que en nuestra diócesis hoy celebramos. Es el día del Santo Hermano Pedro, nuestro primer santo canario nacido en nuestra tierra y evangelizador en Centroamérica, en concreto, en Guatemala.
¿Qué fue su vida? Un hombre enamorado de Cristo que, aún en la sencillez y pobreza de su vida, siente la inquietud misionera de irse a América a evangelizar. No llegó a ser sacerdote – los latines no le entraban porque su vida de joven fue la de un simple pastor – y perteneció a la Tercera Orden Franciscana, para en el espíritu de humildad y pobreza de san Francisco de Asís, trabajar por los pobres y necesitados. Era un hombre impregnado del amor de Cristo. Dedicó toda su vida al servicio de los más pobres y necesitados surgiendo en torno a él, lo que más tarde sería la Orden de Belén.
Lo que hemos escuchado en el profeta Isaías lo vemos totalmente reflejado en su vida. 'Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carnes... cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas...' Y vaya si brilló su luz y sigue brillando en la Iglesia que le ha reconocido su santidad. Fue beatificado y canonizado por el Papa Juan Pablo II.
El escucharía de labios de Cristo las palabras del Evangelio. 'Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre... estaba sediento... estaba desnudo... enfermo... en la cárcel... cuanto hicisteis con uno de estos hermanos, conmigo lo hicisteis...'
Que brille la luz de su santidad sobre nosotros para que sigamos su ejemplo. Los santos son para nosotros un ejemplo y un estímulo. Ellos a su vez interceden por nosotros para que también seamos capaces de vivir ese camino de santidad.
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