Ez. 43, 1-7;
Sal. 84;
Mt. 23, 1-12
‘La gloria del Señor llenó el templo’, nos dice Ezequiel en esta última visión que nos ofrece en su profecía. Durante un par de semanas hemos venido escuchando su profecía tan rica en imágenes y visiones. Como hemos dicho en alguna ocasión la profecía de Ezequiel sirve para alentar la esperanza del pueblo que se encuentra en la difícil situación del destierro lejos de su tierra.
Hoy viene en cierto modo a recordarnos la visión que nos ofrecía en el primer capítulo, ‘como la visión que había contemplado a orillas del río Quebar’ nos dice. Entonces al describirnos la visión decía ‘era la apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla caí rostro en tierra’.
Hoy nos dice primero ‘ví la gloria del Señor… la tierra reflejó su gloria’. También nos dice al contemplar la gloria del Señor ‘caí rostro en tierra’ y continúa diciéndonos ‘la gloria del Señor entró en el templo… llenaba el templo’. Y escuchará una voz que le dice: ‘Hijo de Adán, este es el sitio de mi trono… donde voy a residir para siempre ya en medio de los hijos de Israel’. Es fácilmente una profecía del final de la cautividad, la vuelta a su tierra y la reedificación del templo de Jerusalén. Pero es también una profecía mesiánica en referencia a Jesús y la gloria del Señor que El nos manifiesta, siendo Emmanuel, Dios con nosotros, que habitará para siempre en medio nuestro.
¿Cómo se va a manifestar esa gloria del Señor? El salmo nos ayuda a comprenderlo. ‘La gloria del Señor habitará en nuestra tierra’, repetimos en el salmo. ‘Voy a escuchar lo que dice el Señor…’ y nos anuncia tiempos de paz, de salvación, de justicia, de fidelidad, de tiempos donde nos llenamos de los dones del Señor. ¿No nos suena eso al Reino de Dios, a sus características, anunciado e instaurado por Jesús con su salvación?
Vamos a hacer presente esa gloria del Señor en nuestra vida y en nuestro mundo siendo constructores de esa paz, viviendo en esa fidelidad total al Señor, en la búsqueda de la justicia verdadera, construyendo un mundo de amor. Así haremos presente la gloria del Señor en nosotros y en nuestro mundo. Dios quiere habitar en medio nuestro pero necesita esos corazones justos, amantes de la paz y de la verdad, esos corazones generosos y llenos de amor.
La gloria del Señor se irá manifestando en nuestro mundo todos los hombres la podrán conocer cuando nosotros vayamos repartiendo amor, siendo compasivos y misericordiosos con los hermanos; cuando vayamos desterrando de nosotros toda maldad, la envidia, la crítica, la murmuración, el rencor y el resentimiento. Son cosas que no podemos permitir en un corazón que dice que ama a Dios, en quien quiere pertenecer a su Reino.
Vayamos transformándonos desde lo más hondo de nosotros mismos viviendo lo que Jesús nos enseña en el evangelio. Hoy nos habla de desterrar la vanidad y la apariencia de nuestra vida, a ser humildes y sencillos, a no subirnos en pedestales para buscar el aplauso y el reconocimiento de los demás.
Amén Amén Amén Gracias Gracias Gracias Padre Todopoderoso Gracias Señor Mío por TANTO.NO TE MERECEMOS MI SEÑOR.
ResponderEliminar