Ez. 37, 1-14;
Sal. 106;
Mt. 22, 34-40
Estremecedoras imágenes las que nos presenta la profecía de Ezequiel. ‘El Espíritu del Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos’. En la misma profecía se nos da la clave para entender. ‘Hombre mortal, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados…’
Está haciendo referencia a la situación en que vivía el pueblo de Israel que había sido conducido al destierro y ahora se encontraban sin esperanza, como aturdidos por tanto mal que les estaba acaeciendo. Es la situación del hombre que ha perdido toda fe y toda esperanza. Como un hueso seco que no tiene vida. Nos puede suceder.
De hecho vemos muchas veces a nuestro alrededor gente que vive sin esperanza, ha perdido la fe y toda confianza. Es como un andar sin rumbo; es como haber perdido el sentido de su vida. Triste y desesperada situación. Los problemas personales que nos oscurecen la vida, la situación crítica de nuestra sociedad en muchos sentidos, la pérdida de valores que llenen y den sentido a la vida, el abandono de la fe. Muchas cosas que no están lejos de nosotros y que nos pueden afectar.
Pero la palabra del profeta que nos trasmite la Palabra de Dios es una Palabra de vida, una palabra que quiere suscitar esperanza, que quiere hacernos renacer a una vida nueva. ‘Pronuncia un oráculo sobre estos huesos… de los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan…’ Comentar que en el lenguaje hebreo se emplea la misma palabra para decir espíritu, que para decir viento, como decir aliento o decir vida. Habla de los cuatro vientos y habla del espíritu, del espíritu que da aliento a aquellos muertos y que da vida.
Este texto que nos habla de volver a la vida, nos habla de resurrección y vemos el cumplimiento pleno en la resurrección de Jesús que nos hace renacer a nosotros por nuestra fe en El a una nueva vida. Cristo nos da su Espíritu también para que nosotros tengamos vida. Pero Cristo nos da su Espíritu que es llenarnos también de esperanza, hacer renacer la esperanza, que es hacer renacer la vida en nosotros.
‘Yo mimo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros… Os infundiré mi Espíritu y viviréis… y sabréis que yo soy el Señor’, que nos decía el profeta. ¿No nos está hablando de la resurrección que de Cristo resucitado recibimos en los sacramentos? Nos habla del Bautismo, nos habla del Sacramento de la Penitencia, sacramentos que nos llevan a la vida. Este texto que estamos comentando se utiliza también en la liturgia de Pentecostés.
No podemos permanecer muertos, no podemos vivir sin esperanza. En Cristo nos llenamos de vida. El nos hace mirar hacia lo alto. El pone esa ilusión nueva en nuestro corazón. El nos despierta para que le demos un sentido y un valor nuevo a nuestra vida. Cristo no nos quiere dejar en la muerte de la desesperanza y del mal y nos hace resucitar. Con Cristo todo tiene que cambiar en nuestra vida. Es lo que hace en nosotros la fe. Y porque tenemos fe no seremos ya unos huesos secos, sino que estaremos llenos de vida.
Esa vida nueva que tendrá que manifestarse en nuestra obras de amor. De ello nos habla el evangelio. Le preguntan a Jesús cual es el principal mandamiento. Y Jesús nos dice que tenemos que amar. Amar a Dios sobre todas las cosas y recuerda lo que estaba escrito desde siempre en la ley del Señor, proclamado ya allá en el Sinaí, pero nos dice también que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos. Ya lo decía el Levítico pero Jesús viene a reafirmarlo con mucha más fuerza porque luego nos dirá que será nuestro distintivo. En el amor a Dios y en el amor al prójimo está todo el compendio de la ley de Dios, y todo el sentido de nuestro actuar cristiano, toda la manifestación de esa vida que El nos da cuando nos renueva, nos hace renacer por la fuerza de su Espíritu.
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