Aquí estoy, Señor, mándame.
Vengo a ponerme ante ti, Señor,
con sinceridad de corazón,
con apertura de espíritu.
Tu Palabra es una fuente inagotable
donde siempre encuentro tu gracia
que me ilumina,
me da fuerzas y me corrige,
me enseña a seguir tu camino.
Así eres tú siempre, Señor,
y los que confían en ti
y en ti ponen su esperanza
nunca quedarán defraudados.
No se agota tu gracia
y no nos cansamos de meditar tu Palabra
ni de aprender para nuestra vida.
Tú nos llamas, Señor,
para que trabajemos en tu viña;
no nos quieres ociosos;
nos ha regalado la vida,
nos has adornado de cualidades y valores,
- tenemos que reconocerlo agradecidos –
has puesto el mundo en nuestras manos,
porque quieres que sigamos construyéndolo,
para que en él realicemos tu reino,
para todo sea siempre para tu gloria.
Gracias, Señor, por querer así confiar en nosotros.
Danos tu luz y tu fuerza
para que comprendamos nuestra responsabilidad,
para que no abandonemos nuestros deberes,
para que sepamos en todo momento
que en cualquier hora de la vida
siempre podemos hacer bueno por los demás,
siempre tenemos que luchar
por hacer nuestro mundo mejor;
vivimos en familia
o compartiendo la convivencia con otros
según las distintas circunstancias de nuestra vida,
pero ahí siempre tenemos
un granito de arena que poner,
una cosa buena que hacer,
una alegría que despertar
para hacer más felices a los demás.
Somos una familia, Señor, con toda la humanidad;
pero nos sentimos familia de manera especial
en el seno de nuestra comunidad cristiana, la iglesia.
Ahí tenemos que sentirnos hermanos,
ahí tenemos que contribuir
con lo que somos y podemos,
ahí tenemos que hacer presente de manera especial
ese Reino de Dios que nos anuncias
y en el que nos comprometes;
que no nos falte nunca la fuerza de tu Espíritu.
Pero Tú llamas a algunos con una vocación especial,
al sacerdocio,
a la vida consagrada o la vida religiosa,
a ser misioneros de tu Reino,
a ser apóstoles entre los hermanos.
Muchos los llamados, pocos los escogidos,
la mies es abundante, los obreros son pocos;
muchos tienen miedo a dar el paso hacia adelante,
otros se hacen oídos sordos
para evitar el compromiso,
algunos se sienten débiles e incapaces
para realizar la tarea.
Pero tú eres el que alimentas esa vocación,
tú eres el que llamas
y el que das la gracia,
fortalece esos corazones vacilantes,
anima esos espíritus débiles y cobardes,
suscita en todos la fortaleza de tu gracia.
Haz, Señor, que sean muchos
los trabajadores de tu viña,
porque necesitamos pastores
que nos ayuden y nos guíen,
nos orienten y nos animen,
nos lleven a beber del agua de tu gracia,
nos repartan el pan de tu Palabra
y nos alimenten con tu Eucaristía.
Te pedimos, Señor, por las vocaciones,
que sean numerosas
para que a tu iglesia no falten los sacerdotes,
el testimonio radical de las almas consagradas,
los apóstoles que nos anuncien tu evangelio.
Aquí estoy, Señor, con corazón humilde,
con espíritu abierto,
para descubrir también a lo que me llamas.
Aquí estoy, Señor, mándame.
Vengo a ponerme ante ti, Señor,
con sinceridad de corazón,
con apertura de espíritu.
Tu Palabra es una fuente inagotable
donde siempre encuentro tu gracia
que me ilumina,
me da fuerzas y me corrige,
me enseña a seguir tu camino.
Así eres tú siempre, Señor,
y los que confían en ti
y en ti ponen su esperanza
nunca quedarán defraudados.
No se agota tu gracia
y no nos cansamos de meditar tu Palabra
ni de aprender para nuestra vida.
Tú nos llamas, Señor,
para que trabajemos en tu viña;
no nos quieres ociosos;
nos ha regalado la vida,
nos has adornado de cualidades y valores,
- tenemos que reconocerlo agradecidos –
has puesto el mundo en nuestras manos,
porque quieres que sigamos construyéndolo,
para que en él realicemos tu reino,
para todo sea siempre para tu gloria.
Gracias, Señor, por querer así confiar en nosotros.
Danos tu luz y tu fuerza
para que comprendamos nuestra responsabilidad,
para que no abandonemos nuestros deberes,
para que sepamos en todo momento
que en cualquier hora de la vida
siempre podemos hacer bueno por los demás,
siempre tenemos que luchar
por hacer nuestro mundo mejor;
vivimos en familia
o compartiendo la convivencia con otros
según las distintas circunstancias de nuestra vida,
pero ahí siempre tenemos
un granito de arena que poner,
una cosa buena que hacer,
una alegría que despertar
para hacer más felices a los demás.
Somos una familia, Señor, con toda la humanidad;
pero nos sentimos familia de manera especial
en el seno de nuestra comunidad cristiana, la iglesia.
Ahí tenemos que sentirnos hermanos,
ahí tenemos que contribuir
con lo que somos y podemos,
ahí tenemos que hacer presente de manera especial
ese Reino de Dios que nos anuncias
y en el que nos comprometes;
que no nos falte nunca la fuerza de tu Espíritu.
Pero Tú llamas a algunos con una vocación especial,
al sacerdocio,
a la vida consagrada o la vida religiosa,
a ser misioneros de tu Reino,
a ser apóstoles entre los hermanos.
Muchos los llamados, pocos los escogidos,
la mies es abundante, los obreros son pocos;
muchos tienen miedo a dar el paso hacia adelante,
otros se hacen oídos sordos
para evitar el compromiso,
algunos se sienten débiles e incapaces
para realizar la tarea.
Pero tú eres el que alimentas esa vocación,
tú eres el que llamas
y el que das la gracia,
fortalece esos corazones vacilantes,
anima esos espíritus débiles y cobardes,
suscita en todos la fortaleza de tu gracia.
Haz, Señor, que sean muchos
los trabajadores de tu viña,
porque necesitamos pastores
que nos ayuden y nos guíen,
nos orienten y nos animen,
nos lleven a beber del agua de tu gracia,
nos repartan el pan de tu Palabra
y nos alimenten con tu Eucaristía.
Te pedimos, Señor, por las vocaciones,
que sean numerosas
para que a tu iglesia no falten los sacerdotes,
el testimonio radical de las almas consagradas,
los apóstoles que nos anuncien tu evangelio.
Aquí estoy, Señor, con corazón humilde,
con espíritu abierto,
para descubrir también a lo que me llamas.
Aquí estoy, Señor, mándame.
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