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jueves, 25 de septiembre de 2025

No nos basta decir que sabemos muchas cosas del evangelio e intentamos hacer lo que podemos; hace falta algo más que ‘buena voluntad’ para tener un encuentro vivo con Jesús

 


No nos basta decir que sabemos muchas cosas del evangelio e intentamos hacer lo que podemos; hace falta algo más que ‘buena voluntad’ para tener un encuentro vivo con Jesús

Ageo 1, 1-8; Salmo 149; Lucas 9, 7-9

A todos nos ha pasado de una forma o de otra; cosas que nos han pasado, palabras que hemos escuchado, accidentes que contemplamos en la vida, sueños perturbadores que en algún momento hemos tenido, personas con las que nos hemos encontrado o de las que hemos escuchado cosas que nos llaman la atención, se ha sembrado una inquietud en nuestro interior, nos hacemos preguntas a las que se nos hace difícil responder, la conciencia quizás comienza a ronronear en nuestro interior quizás por culpabilidades de cosas pasadas… pero ¿a final que ha significado eso en nuestra vida?

Podemos darle muchas respuestas, o acallarlo y dejarlo en lo más olvidado de nuestra conciencia para no tenerlo en cuenta, puede suceder que durante un tiempo no estemos tranquilos porque son cosas que no podemos quitar de nuestra cabeza, nos damos explicaciones que ni a nosotros nos convencen pero con las que queremos acallar esos gritos de nuestro interior, podemos echarlo todo al olvido y con el paso del tiempo aquello ha quedado como enterrado, pero quizás no hemos sabido dar un paso adelante para el que necesitábamos una valentía de la que nos parecía carecer, nos contentamos con ver las cosas de lejos pero no nos enfrentamos a ellas y la vida sigue rodando y rodando y seguimos igual, cuando quizás esas preguntas podían haber hecho si nos atrevíamos a dar respuesta a hacer algo que mejorara en lo más hondo de nosotros mismos.

Algo así se nos está planteando en el evangelio y quizás tendríamos que plantearnos cual es de verdad la actitud que tenemos ante el mismo evangelio, ante Jesús, y en el fondo todo lo que significaría nuestra religiosidad, nuestra relación con Dios, y en consecuencia nuestra vida que queremos llamarla vida cristiana. ¿Cuáles serían nuestras respuestas o las actitudes mantenemos sobre todo ello?

Partimos de las preguntas que se hacía Herodes ante lo que oía de Jesús. Eran cosas que le inquietaban. Se interrogaba y no sabía tampoco que respuesta dar. Le hablaban de Jesús, de su manera de actuar y de lo que enseñaba a la gente, de la respuesta que el pueblo estaba dando a aquella predicación de Jesús y los milagros que realizaba. En su mente se confundían muchas cosas. Un día había querido también escuchar a Juan a quien se decía que respetaba, pero influenciado por muchas cosas había terminado por degollarle. ¿Veía en peligro su poder? ¿Era incompatible lo que Juan enseñaba con la forma de vida de Herodes? La austeridad de Juan en el desierto hacía que estuviera muy distante con aquella vida de superficialidad, de lujos y de fiestas, de desenfreno e inmoralidades que se vivían en su palacio. Había también en su entorno quien quería quitarlo de en medio porque le molestaba lo que Juan denunciaba y enseñaba. Al final había pasado lo que tenía que pasar.

Ahora oye hablar de Jesús, de quien dicen que es un profeta, como los grandes profetas que ha habido en la historia de Israel; a él en su conciencia que le remuerde por lo que ha dicho le parece que Jesús es Juan que ha vuelto a la vida. Pero se seguían interponiendo los mismos obstáculos y aunque decía que tenía ganas de conocer a Jesús, nunca llegaría a un encuentro con El como para reconocerle como el Mesías y el Hijo de Dios.

Pero no nos quedamos en la consideración de lo sucedido con Herodes y sus inquietudes y sus relaciones frustradas tanto con el Bautista como con Jesús. Es que todo eso tenemos que verlo en nosotros mismos. Ante esos hechos que nos suceden en la vida y nos llenan de inquietud, ante esas palabras que escuchamos que tocan lo más hondo de nuestra conciencia, ante lo que vemos o escuchamos de la Iglesia, del evangelio que predica o del testimonio de tantos, ¿cuales son nuestras actitudes, nuestros deseos de búsqueda, las respuestas que vamos dando en la vida?

Porque muchas veces nos podemos poner a la distancia, para ver las cosas de lejos para no implicarnos, muchas veces nos hacemos oídos sordos o damos nuestras explicaciones que no son sino excusas, muchas queremos hacer nuestros arreglitos y como se suele decir ponemos una vela a Dios y otra al diablo, porque seguimos con nuestras rutinas o nuestras malas costumbres, seguimos dejándonos arrastrar ya sea por las pasiones o lo que salga en cada momento, pero no terminamos de dar el paso, no terminamos de abrir de verdad nuestros oídos para escuchar el evangelio, no terminamos de tener ese encuentro vivo con Jesús desde lo más hondo de nuestra vida.

Busquemos respuestas pero seamos valientes; dejémonos encontrar por la gracia, dejémonos encontrar por Jesús, dejemos que el Evangelio haga mella en nosotros, dejémonos iluminar por la luz.

No nos basta decir que sabemos muchas cosas de Jesús o del evangelio, que conocemos bien la Iglesia y que intentamos hacer lo que podemos; hace falta más que eso que llamamos ‘buena voluntad’, hacen falta decisiones firmes y valientes, hace falta abrir el corazón.

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