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viernes, 27 de febrero de 2009

El ayuno que yo quiero es...

Is. 58, 1-9

Sal. 50

Mt. 9, 14-15

En la oración litúrgica de este viernes de la semana de la ceniza hemos pedido al Señor ‘que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón’. No unos actos externos, sino algo que brote de lo hondo del corazón. Precisamente hacemos esta oración en el día penitencial de la semana que es el viernes, que en la cuaresma tiene la especial indicación de la abstinencia de carne.

En este sentido podemos decir que van las lecturas de la Palabra de Dios hoy proclamada. Por una parte en el evangelio ‘los discípulos de Juan se le acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’ Parecía que no se podía ser discípulo de un profeta, un hombre de Dios o un maestro espiritual sin realizar el ayuno. Pero ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?’ El sentido está claro. La llegada del Mesías es como un banquete de bodas – recordemos las parábolas de Jesús – y estando con el Mesías todo ha de ser la fiesta del banquete, no cabe el luto.

El profeta que hemos escuchado es un fuerte toque de atención, un grito que tiene que sonar fuerte en los corazones. ‘Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta…’ Así de fuerte tiene que resonar la Palabra de Dios, como una trompeta que toca a arrebato. Es una llamada de atención, una denuncia y un señalarnos un sentido nuevo. Decimos que queremos estar cerca del Señor y comenzamos a ofrecerle cosas. Surgen las ofrendas, los sacrificios, los ayunos. Pero mientras no escuchamos al Señor. Nos es tan fácil ofrecer cosas. Más difícil ofrecer los corazones, el hacer ofrenda de nuestra voluntad.

¿Qué es lo que nos pide el Señor? Quizá más bien tendríamos que preguntarnos qué es lo que nos ofrece. Pero miremos también lo que es el discurrir de nuestra vida mientras decimos que ayunamos o queremos oír la voz del Señor. Primero nos ha denunciado lo que nosotros hacemos. ‘Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores. Mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad…’ Seguimos siendo interesados, no buscamos sino nuestro propio bien. Seguimos dejándonos arrastrar por nuestros orgullos y violencias, no terminamos de tener un dominio sobre nuestra propia vida. ‘¿Es ese el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?...¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?’

¿Cuál es el ayuno agradable al Señor? Lo que el Señor quiere es la misericordia y el amor en nuestro corazón. No nos contentemos con ofrecer cosas, sino ofrezcamos un corazón humilde, misericordioso y compasivo. Nos puede ser muy fácil ofrecer cosas, pero es mucho más costoso saber aceptar al otro, aunque no me caiga bien o me haya ofendido; controlarme para no dejarme llevar por la ira o por el orgullo, perdonar al que me ha tratado mal o me ha hecho daño.

‘El ayuno que yo quiero es éste. Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’. ¡Cuántos cepos que romper, cuántas ataduras que desatar, cuantas barreras que eliminar, cuánto es lo que tengo que saber con partir con los demás! Cuando llenemos el corazón de amor y misericordia ‘entonces nacerá una luz como la aurora…’ alcanzaremos la verdadera salvación y daremos gloria a Dios con toda nuestra vida.

Es que un corazón humilde y lleno de amor es agradable al Señor. Como decíamos en el Salmo ‘un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias’.

Haremos sí sacrificios y ayunos privándonos de muchas cosas, pero como un aprendizaje para saber poner nuestro corazón a tono para el Señor. Como decimos en los prefacios y ya hemos reflexionado ‘con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas… a dominar nuestro afán de suficiencia… refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu… nos enseñas a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad…nos das fuerza y recompensa…’ Aprendemos a decirnos no a nosotros mismos, para decir siempre Si a lo que es la voluntad del Señor que se convierte en nuestro alimento y nuestra vida.

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