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miércoles, 25 de febrero de 2009

Camino de un nuevo éxodo que nos lleva a la Pascua definitiva

Miércoles de Ceniza

Joel, 2, 12-18

Sal. 50

2Cor. 5, 20-6, 2

Mt. 4, 1-6.16-16

Todo se centra en la Pascua del Señor, en su muerte y su resurrección. Es el centro de la vida del cristiano, el centro de la vida de la Iglesia y en torno a lo cual gira toda la liturgia de la Iglesia. Por eso el camino que hoy iniciamos tiene esa meta, la Solemnidad de la Resurrección del Señor.

Como expresaremos en uno de los prefacios de este tiempo cuaresmal ‘por Cristo concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua’. Así iniciamos este camino de cuarenta días que nos recuerda el éxodo por el desierto del pueblo de Israel o también los cuarenta días de oración y ayuno en el desierto antes de comenzar la vida pública. ‘Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado, reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza…’

Es lo que expresamos en diferentes oraciones de la liturgia de estos días. Que podamos ‘llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual… merezcamos celebrar piadosamente los misterios de la pasión’ de Cristo. Por eso todo es una invitación a la renovación de nuestra vida, a la conversión. Es tiempo de gracia ‘para renovar en santidad a tus hijos…’ diremos en otro de los prefacios.

De ahí la importancia que tendrá en nuestro camino cuaresmal la Palabra de Dios que cada día escucharemos y asimilaremos en nuestro corazón. La liturgia es rica en la Palabra de Dios que cada día nos ofrece como un itinerario, con una gran catequesis que nos irá conduciendo a esa respuesta que hemos de dar al Señor con la santidad de nuestra vida.

Ello nos hará descubrir el gran regalo, el gran don que Dios nos hace con su gracia. Esa escucha de la Palabra, esa respuesta que iremos dando con nuestra vida, esa penitencia que realicemos en primer lugar nos enseña a reconocer y agradecer los dones que Dios nos da – ‘con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones’ – pero también será una buena escuela de aprendizaje para esa superación personal que día a día tenemos que realizar. ‘Dominar nuestro afán de suficiencia… refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa… y repartir nuestros bienes con los necesitados’. Cuántas cosas entran aquí en ese plan de renovación de nuestra vida cristiana que queremos emprender.

Hoy hemos escuchado con fuerza esa llamada del Señor a la conversión. ‘Convertíos a mí de todo corazón… rasgad los corazones no las vestiduras… convertíos al Señor Dios vuestro’, nos repetía el profeta. ‘Ahora es tiempo de gracia, ahora es tiempo de salvación’, nos gritaba el apóstol. De ahí esa respuesta que nosotros tenemos que dar con la autenticidad de nuestra vida como nos enseña por otra parte el evangelio. ‘Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios’. ¡Qué hermosa imagen! No seamos ese saco roto que desaprovecha la gracia de Dios.

Pero fijémonos en el detalle. Nos dice ‘ahora es tiempo de gracia’. Ahora, hoy, en este momento, no mañana. Ahora tenemos que aprovechar esa gracia que Dios nos da, esa llamada que nos hace. No podemos pensar, mañana comenzaremos. Es ahora cuando el Señor nos llama y es ahora cuando tenemos que comenzar ya a darle nuestra respuesta. Un ahora y una respuesta que tiene que tener toda la carga y el compromiso personal.

Cuando el sacerdote ponga la ceniza de nuestra cabeza, como un reconocimiento de nuestra condición pecadora, nos dice: ‘Conviértete y cree en el evangelio’. Es el Señor el que te lo dice a ti de manera personal. No es un plural que se puede diluir pensando que es cosa que se dice a los demás. Es un tú personal que nos dirige el Señor al que tenemos que responderle con nuestro yo personal. Luego seremos la comunidad que se siente pecadora y que juntos hacemos ese camino penitencial y de conversión. Pero no podrá ser esa comunidad, si no está el yo de nuestra respuesta personal. Escuchemos, pues, esa llamada directa que el Seños nos hace a cada uno de nosotros. Conviértete, dale la vuelta al corazón. Conviértete y cree en la Buena Noticia de Jesús. Conviértete e inicia esa nueva vida que nos viene con la salvación que Jesús nos ofrece.

Así llegaremos a la celebración de la Pascua con corazón limpio y renovado, llenos de santidad y de gracia y podremos gustar profundamente toda la alegría de la resurrección del Señor.

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