Eclesiástico, 1, 1-10
Sal. 92
Mc. 9, 13-28
El hecho que nos narra hoy el evangelio viene a ser para nosotros como una parábola o un ejemplo de lo que nos sucede en nuestra vida. Es ciertamente un hecho real lo que pos cuenta el evangelista, no es una parábola en el sentido estricto de las otras parábolas que Jesús nos propone en el evangelio, pero dada la ejemplaridad que tiene para nuestra vida cristiana digo es ‘como’ una parábola.
Muchas veces en la vida nos vemos zarandeados por las tentaciones que nos acosan y nos atraen al mal y nos sentimos como sin fuerzas y débiles para no dejarnos vencer por la pasión o por los apegos que pueda haber en nuestro corazón y de los que quisiéramos arrancarnos; o podríamos hablar también de las dificultades que tenemos que afrontar cuando quizá tenemos un proyecto bueno en nuestra vida pero que no sabemos cómo llevarlo adelante y todo son problemas a los que no vemos en principio un camino de solución; o simplemente pensamos en ese camino de superación y de crecimiento en nuestra vida como personas y como cristianos, pero donde nos cuesta avanzar y nos sentimos algunas veces débiles y desorientados.
Jesús baja de la montaña con los tres discípulos que han sido testigos de un hecho extraordinario que fue la Transfiguración. Se encuentran con gran revuelo entre el grupo de los discípulos restantes y la gente que los rodea. ¿Qué ha sucedido? ‘Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces’.
‘No han sido capaces…’ No somos capaces. Nos sucede igual tantas veces. Y Jesús se queja. ‘¡Gente sin fe!...’ ¿Inseguridad? ¿falta de creer en sí mismo? ¿dudas de que la victoria es posible? Hoy se nos dice continuamente que tenemos que creer en nosotros mismos. Que somos capaces de muchas cosas. Se nos habla de la autoestima y de valorarnos a nosotros. Todo eso está bien y es necesario. Pero también tenemos que caminar por un piso superior. No sólo vemos las cosas de tejas abajo. Hay un ámbito espiritual y sobrenatural que realmente nos sobrepasa. Tendremos que valorarnos, es cierto, pero también tenemos que saber a dónde tenemos que acudir, quién es de verdad nuestra fortaleza que nos dará esa autoestima pero que nos dará también la gracia sobrenatural que nos ayudará a vencer el mal.
Jesús entra en diálogo con aquel hombre. Hermosos detalles de la conversación de Jesús que se interesa por la situación concreta de aquel hombre y de su niño. Pero surge la súplica, hermosa súplica, de aquel hombre con dolor en su alma por lo que le pasa a su hijo. ‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. Súplica hermosa, pero también con una duda en el alma. ‘Si algo puedes…’ De ahí la respuesta de Jesús. ‘¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe’.
Y viene ahora otra súplica si cabe más hermosa por la sinceridad y la humildad con que está expresada. ‘Entonces el padre del muchacho le gritó: Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. Que bueno es que vayamos con humildad hasta Jesús. ‘Tengo fe, pero dudo…’ Dudamos, es cierto, tantas veces cuando pedimos. ¿Me lo concederá o no? ¿me escuchará el Señor o no? ¿será posible? ¿se realizará lo que pido? Somos débiles en nuestra fe y tenemos que reconocerlo. Somos débiles pero tenemos que pedir la fortaleza de la fe.
Dudo, Señor, se me llenan los ojos de tinieblas. Dudo, porque no he puesto toda mi confianza en ti. Dudo, Señor, porque quizá confíe más en mi mismo que en ti. Dudo, Señor, pero ayúdame a arrojarme en tus brazos, a confiar ciegamente en ti. Tú eres mi fuerza, mi fortaleza, mi roca de salvación. Dame la fuerza de tu Espíritu. Que me acompañe siempre tu gracia.
‘Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? El les respondió: Este espíritu solo puede salir con oración…’ Los discípulos observaban. Quizá se sentían frustrados porque no habían conseguido hacer aquello que Jesús les había enseñado e incluso mandado realizar. ‘Curad enfermos, expulsad demonios…’ Por eso preguntan. Pero la respuesta está en esas dos palabras clave: Fe y oración. No somos nosotros ni por nosotros mismos. Lo haremos en el nombre del Señor. A El hemos de estar unidos entonces por nuestra fe y por nuestra oración. Ya nos había día: ‘Sin mí no podéis hacer nada’. ¿Tenemos respuesta a lo que nos planteábamos al principio?
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