Vistas de página en total

jueves, 20 de agosto de 2020

No llenemos de pasividad, frustraciones o negatividades nuestra vida, sino seamos capaces de responder a la llamada de amor que el Señor nos hace

 

No llenemos de pasividad, frustraciones o negatividades nuestra vida, sino seamos capaces de responder a la llamada de amor que el Señor nos hace

Ezequiel 36, 23-28; Sal 50; Mateo 22, 1-14

Grande tendría que haber sido la frustración de aquel rey que después de haber hecho todos los preparativos sin embargo los invitados no corresponden y con mil disculpas rehúsan asistir al banquete. En el desarrollo de la parábola se nos mostrará que ello será ocasión de encontrar salidas, pero de encontrar también a quien correspondiera a tan generosa invitación.

Pero detengámonos aquí un poco para pensar en esas frustraciones que quizá tantas veces recibimos en la vida cuando no somos correspondidos por aquellos a quienes ofrecemos el regalo de nuestra amistad, los servicios de nuestro buen hacer o simplemente la preocupación que sentimos por ese mundo que nos rodea y por el que queremos trabajar lograr un mundo mejor. Si en lo que comentábamos la parábola que hoy se nos ofrece nos llama poderosamente la atención el que no tuvieran ni la más mínima cortesía que en nuestras relaciones sociales solemos tener, sin embargo son muchos los desplantes que no solo sufrimos, sino que también muchas veces nosotros damos en la vida.

Muchas veces es la pasividad con que vivimos la vida que parece que poco nos importa lo que otros hagan en beneficio de la sociedad, o es también ese poco compromiso con que vivimos de cara a cuanto nos rodea y nos excusamos con mil cosas para no poner nuestra parte en esa mejora de nuestra sociedad. No tenemos tiempo, suele ser la disculpa fácil que enseguida presentamos cuando no queremos comprometernos, pero vivimos en nuestro mundo, en nuestras cosas muchas veces ajenos a cuanto sucede a nuestro alrededor e incluso nuestras relaciones sociales con los que nos rodean suelen ser muchas veces muy superficiales y casi como de paso.

Creo que en el mensaje que nos ofrece la parábola podríamos destacar éste como primer toque de atención. Porque si nos quedamos en la literalidad de la parábola y no somos capaces de ver más allá nos quedaríamos siempre echando la culpa a los demás, que no corresponden, que no tienen la delicadeza de acudir a las llamadas que se les hagan, y queremos presentarnos nosotros siempre como los buenos, sin embargo quedan muchas pasividades en nuestra vida que nos cuesta mucho reconocer.

La frustración de aquel rey de la parábola por el desaire de los invitados, aunque le hizo reaccionar en un primer momento con violencia y con dureza, pronto su corazón dio la vuelta para abrir las puertas no solo a aquellos que hasta entonces había considerado sus amigos, sino que ahora todos estaban invitados al banquete. Por los caminos, por las plazas, por las calles salieron sus servidores invitando a todo el mundo para que participaran en aquel banquete ya preparado. ‘La sala se llenó de comensales’.

Una imagen de esa llamada universal a todos los hombres de buena voluntad. Y pensamos en esa llamada y ese ofrecimiento de amor que Dios nos hace como oferta de salvación para todos los hombres. Una llamada a participar en el banquete del Reino; todos estamos invitados; disfrutar de ese banquete es disfrutar de un sentido nuevo de vivir que por supuesto exige de nosotros una predisposición de nuestro espíritu.

No podemos decir que estamos en ese banquete del Reino pero nuestras vidas no han cambiado, porque sigamos con nuestros egoísmos o nuestras insolidaridades, porque sigamos con nuestras violencias o con nuestro trato injusto e inhumano con aquellos que están a nuestro lado, porque nos mantengamos en el rol de nuestras vanidades y nuestros orgullos llenando nuestras vidas de falsedad, hipocresía y mentira.

Recordamos que cuando Jesús comenzó a anunciar la Buena Nueva del Reino nos decía que era necesaria la conversión, la vuelta que habíamos de darle a nuestra vida porque era necesario creer y ponernos en camino de un nuevo sentido de vida. No nos extrañe que en la parábola aquel rey sea exigente con quien no lleva el traje de fiesta, el traje de boda; que todo entendemos muy bien que no se trata de ropajes externos, sino de esas actitudes profundas que hay que cambiar en nuestro corazón.

No llenemos de pasividad, frustraciones o negatividades nuestra vida, sino seamos capaces de responder a la llamada de amor que el Señor nos hace, como estaremos atentos también a la oferta de amor y de amistad que recibamos cada día de los que están en nuestro entorno reconociendo que son regalos del Señor que no podemos despreciar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario