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martes, 18 de agosto de 2020

Importante es la buena actitud que tengamos en el corazón, libre de apegos e idolatrías, siempre dispuesto al servicio para el bien de los demás


Importante es la buena actitud que tengamos en el corazón, libre de apegos e idolatrías, siempre dispuesto al servicio para el bien de los demás

Ezequiel 28, 1-10; Sal.: Dt. 32, 26-36; Mateo 19, 23-30

El episodio que ayer escuchábamos en el evangelio, que solemos llamar del joven rico, dejó impactados a los discípulos que estaban cercanos a Jesús y había contemplado con detalle la escena. Motivaría comentarios entre ellos e interrogantes en su propio interior sobre todo con los comentarios que Jesús hace a continuación y que hoy escuchamos. Un joven bueno y cumplidor que aparecía con honradez delante de Jesús y que aún preguntaba qué más podría hacer para heredar la vida eterna y que podría haber formado parte incluso del grupo de discípulos más cercanos a Jesús, pero que sin embargo ante el planteamiento de Jesús, se queda triste y se da la vuelta volviéndose por donde había venido. Ya el evangelista subraya que era rico.

¿Había incompatibilidad entre la riqueza y el seguimiento de Jesús? ¿Hay incompatibilidad entre la posesión de las cosas y el ser cristiano? Es lo que se interrogan los discípulos cuando llegan incluso a decir que será imposible salvarse. Todos aspiramos a la posesión de unos bienes; es más necesitamos de esos bienes materiales para poder obtener lo necesario para vivir una vida digna; aun podíamos ahondar más con la Biblia y pensar que toda la riqueza del mundo, todos esos bienes materiales que Dios había creado, al crear al hombre lo pone en sus manos y le está pidiendo que desarrolle todos esos bienes, porque de alguna manera con su trabajo se convierte el hombre en un continuador de la obra de la creación de Dios.

Necesitamos de esa posesión de las cosas, que llamamos bienes materiales o que llamamos riquezas, porque en el intercambio con los demás podemos obtener todo lo necesario para nuestra vida y justo es que cada día deseemos una vida mejor, que haya menos carencias en nuestra vida y en esa posesión y desarrollo de esos bienes contribuyamos al crecimiento de nuestro mundo. Si no hubiera quien tuviera esos bienes que ha ganado honradamente con su trabajo no tendríamos quien pudiera ofrecer más trabajo a otros que no lo tienen y no se podría ayudar a mejorar sus vidas. Así diríamos es la base de toda esa actividad económica con la que se contribuye a la riqueza y al bienestar de las personas y las familias y de toda la sociedad.

¿Son malos en sí mismos esos bienes materiales que podamos poseer o esas riquezas conseguidas con nuestro trabajo? De ninguna manera, tendríamos que decir, y lo decimos también con la Biblia en la mano cuando se nos dice que al ir creando Dios todas las cosas iba viendo que todo era bueno. ¿Dónde está el mal, entonces, podríamos preguntarnos? En la forma como nosotros poseamos esas cosas o nos dejemos poseer por esas cosas. Y ahí, en ese deseo de más que todo llevamos dentro, es cuando aparece el desorden con nuestra avaricia, con nuestros deseos egoístas de acaparar, con ese endiosamiento que vamos haciendo de nosotros mismos en la medida en que nos veamos más poderosos por la posesión de esos bienes que termina por hacer que nos olvidemos de los demás, o nos olvidemos el pobre Lázaro que tengamos tendido y hambriento en nuestra misma puerta.

Por eso nos dice hoy tajantemente que le es ‘más fácil pasar a un camello por una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos’. Tomemos la aguja en el sentido que la queramos tomar, pero si pensamos en aquellas puertas estrechas que estaban en las murallas de las ciudades que por su estrechez podían impedir el paso de unos animales con sus cargas, nos daremos cuenta que cuando nos recargamos con esas riquezas nos hacemos tan pomposos que se nos hará difícil no solo acercarnos a los demás sino acercarnos también a Dios. En ese lenguaje tan lleno de hipérboles propio de los orientales nos dirá que a un camello a pesar de sus cargas le será más fácil atravesar esas estrechas puertas que a un rico entrar en el reino de los cielos.

¿Imposible alcanzar la salvación, entonces, como se preguntan los discípulos? ‘Imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo’, fue la respuesta de Jesús. Imposible para los hombres que se convierten en acaparadores y no piensan en los demás; imposible para quien se encierra en su egoísmo o se convierte en un adorar de sus riquezas a las que convierte en ídolos de su vida. Pero Dios ayuda a cambiar el corazón del hombre, su palabra nos abre nuevos caminos cuando nos pone en los caminos del amor y del compartir, con el evangelio de Jesús en la mano aprenderemos cuanto podemos hacer para mejorar la vida de los demás y hacer que nuestro mundo sea más justo siendo capaces de poner al servicio de los demás, al servicio y bien de esa sociedad en la que vivimos cuanto poseemos.

‘Vende lo que tienes y repártelo entre los pobres’, le pedía Jesús al joven rico y nos estará pidiendo a nosotros también ese desprendimiento en nuestra vida, en la posesión de esas cosas que somos capaces de ponerlas al servicio y al bien de los demás. Ese servicio y bien de los demás que se puede traducir en ese arriesgarnos para emprender cosas, tareas, obras con las que podamos contribuir a que los demás también se ganen honradamente su pan con su trabajo y así entre todos podamos ir construyendo esa sociedad más justa.

Lo importante es la buena actitud que tengamos en el corazón, un corazón libre de apegos, un corazón siempre dispuesto al servicio para el bien de los demás. 


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