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sábado, 22 de agosto de 2020

Cuidado sigamos apeteciendo reverencias y reconocimientos, títulos honoríficos o no tan honoríficos porque sigamos aspirando a nuestras cuotas de poder

 

Cuidado sigamos apeteciendo reverencias y reconocimientos, títulos honoríficos o no tan honoríficos porque sigamos aspirando a nuestras cuotas de poder

Ezequiel 43, 1-7ª; Sal 84; Mateo 23, 1-12

Que sí, que aunque digamos lo contrario, a nadie amarga un dulce; que todos queremos que nos halaguen, nos digan cosas bonitas, nos reconozcan, tengan en cuentas nuestros merecimientos, o al menos los que nosotros creemos tener. Unos lo disimulan más y tratan de no hacer muchos aspavientos, pero bien contemplamos en la vida la vanidad con que vivimos; y un día le hacen un homenaje a alguien, y allá en nuestro interior nos reconcomemos porque de nosotros nadie se acuerda ni tiene en cuenta las cosas que hemos hecho.

Jesús resalta hoy en el evangelio aquellas posturas vanidosas, aquellas actitudes llenas de hipocresía en que vivían muchos en su tiempo; ansias de poder y de grandeza, al menos que nos hagan reverencias por la calle, que nos den títulos honoríficos; y Jesús lo resalta porque no quiere que entre sus discípulos haya estas posturas y esas actitudes.

El estilo que Jesús nos ofrece es otra cosa, aunque quizás tenemos que reconocer que habrán pasado más de veinte siglos pero todavía entre sus discípulos siguen existiendo esas vanidades y desgraciadamente la iglesia a lo largo de los siglos se ha sentido muy llena de ínfulas de poder y de grandeza manifestada en tantas cosas tan ajenas al espíritu evangélico. Es la verdad que tenemos que reconocer. Cuantas reverencias y cuantos títulos honoríficos o no, pero muy llenos de ansias de poder los ha habido. Y cuanto nos cuesta desprendernos de esos ropajes.

Jesús una y otra vez nos habla en el evangelio de hacernos los últimos y los servidores de todos, pero cuidado que algunas veces más que una realidad lo hayamos dejado en un título, y hasta nos atrevemos a decir que para poder servir al mundo y a los pobres necesitamos una cierta altura y reconocimiento en nuestra sociedad. ¿Se nos habrá metido ese espíritu de hipocresía también dentro de nosotros?

Pero creo que el evangelio lo que quiere es que cada uno de nosotros realicemos nuestra propia conversión, hagamos ese cambio necesario en nuestra vida. Algunas veces seguimos con la tentación de que sean otros los que empiecen y luego ya nosotros haremos lo que podamos. Quizá queremos empezar la casa por la azotea y buscamos un cambio de estructuras y no se cuantas cosas mas que nos vengan muy bien organizadas para que nosotros comencemos a tener donde realizar esos servicios que tenemos que hacer en la sociedad. Las transformaciones no se hacen desde arriba, sino cuando desde abajo cada uno de nosotros va cambiando el corazón. Y cuando cambiemos nuestro corazón esa humildad y ese verdadero espíritu de servicio se irán contagiando en los demás e irá transformando nuestra Iglesia. Queda mucho para que se quiten todos esos ropajes de vanidad y fantasía.

Recordemos una vez más las palabras de Jesús: ‘Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque Uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.

Tenemos que tomárnoslo muy en serio.

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