No es cosa solamente de lo que tengo que hacer para alcanzar
la vida eterna sino si en verdad mi vivir es el vivir de Cristo
Ezequiel 24, 15-24; Sal.: Dt 32, 18-19. 20.
21; Mateo 19, 16-22
‘¿Qué tengo que
hacer para alcanzar la vida eterna?’ ¿Qué tengo que hacer para…? Fue la pregunta de aquel joven
que con buenos deseos y buena voluntad se acercó a Jesús. Pero ¿no será también
la pregunta que nos hacemos muchas veces en la vida? Qué tengo que hacer para…
y pensamos en lo que vamos a conseguir, pensamos en el rendimiento efectivo que
podemos tener de nuestras acciones y aquí pueden entrar muchas cosas de orden
material e incluso del orden económico, de nuestras ganancias, pensamos en que
me sirve lo que ahora hacemos para un mañana, pensamos en lo que estudiamos
para qué me sirve, pensamos en qué voy a ganar o qué voy a tener de más en
aquel lugar que visitamos.
Parece que se trata
siempre de hacer cosas, pero de hacer cosas para… y buscamos rendimientos y
efectividades. Pero ¿no tendríamos que más en pensar qué cosas hacemos, qué
podemos añadir por aquí o por allá, en lo que vivimos? Porque hacemos cosas,
quizá porque son una exigencia, porque es un mandato, porque es un requisito,
pero son como pegotes que añadimos por acá o por allá, pero nuestro vivir es otro,
aunque sea difícil esa dualidad de vivir con un sentido pero luego hacer cosas
porque son unas exigencias. Creo que en este sentido tendríamos mucho que
reflexionar sobre lo que hacemos y lo que vivimos, sobre el sentido que le
damos a la vida, o si es que simplemente nos vamos dejando arrastrar por lo que
salga en cada momento.
Aquel joven del que
nos habla el evangelio hoy hacía muchas cosas, cumplía, ahora buscaba que más tendría
que hacer, pero no estaba del todo satisfecho de su vida. ¿En verdad habría
encontrado un sentido para su vida? Se quedaba solo en ir recolectando
merecimientos por las cosas que hacia a ver si al final todo sumaba algo para
la vida eterna. Pero parece que la suma no le salía.
Aunque parezca que lo
que ahora le propone Jesús es simplemente añadir unas cosas de más a su vida,
realmente lo que Jesús le está ofreciendo es otro sentido de vivir. No se puede
vivir solo para si mismo, otro horizonte hay que darle a la existencia y eso me
tiene que hacer pensar en los que están a mi lado, al resto del mundo con el
que convivo.
Pero eso Jesús le
hablará de un desprendimiento total, un vaciarse de cosas, un vaciarse incluso
del orgullo de sí mismo él que se creía tan cumplidor. Era mucho más que hacer
algo vendiendo todas sus cosas, porque en lo que Jesús le estaba proponiendo le
iba la vida. Y ese sentido de vivir ahora sí que no le satisfacía, porque seguía
pensando en sí mismo, en hacer algunas cositas como méritos para sumar, pero no
era capaz de darle la vuelta a la vida para un nuevo sentido de vivir.
Y eso sí que cuesta.
Por eso nosotros seguimos igual. Cumpliendo. Añadiendo méritos. Pero nuestro
sentido de vivir ¿habrá cambiado? ¡Cuántas veces habremos escuchado o habremos
dicho nosotros mismos ‘yo ya hoy cumplí’! Y ya nos quedamos tranquilos porque
cumplimos y el resto de cosas que sigan igual. Salimos de misa el domingo y
decimos ya hoy cumplimos, pero ¿aquella eucaristía no me ha movido a un nuevo
vivir? ¿En aquella eucaristía no he sentido esa buena nueva de Jesús que me anunciaba
algo nuevo, que me pedía una nueva forma de vivir? Claro, no escuchamos porque
solo habíamos ido a cumplir, a hacer cosas para quedarnos tranquilos.
¿Qué tengo que hacer
para alcanzar la vida eterna? ¿Cómo ha de ser mi vida para que tenga trascendencia
de vida eterna? ¿Mi vivir es en verdad el vivir de Cristo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario