Jonás, 3, 1-10;
Sal. 50;
Lc. 11, 29-32
Algunas veces queremos buscar las cosas lejos de nosotros cuando quizá las tenemos cerca y al alcance de nuestra mano; buscamos cosas grandes y extraordinarias cuando en las pequeñas y en las sencillas encontramos la mayor riqueza y sabiduría; queremos que se obren milagros maravillosos en nuestra presencia para encontrar razones para creer y sin embargo Dios está junto a nosotros, camina a nuestro lado y nos manifiesta su amor y su misericordia en las cosas pequeñas que nos suceden cada día.
Jesús está rodeado de gente que ‘se apiñaba a su alrededor’; pero Jesús se queja de ellos porque no hacen sino pedir signos y milagros. ‘No se le dará más signo que el de Jonás’, les dice. ¿Qué quiere decir Jesús?
El texto de la primera lectura nos habla de Jonás. Profeta del pueblo de Israel, hombre del Espíritu que Dios envía a la ciudad de Nínive a predicar la conversión. ‘Nínime era una ciudad enorme, tres días hacían falta para atravesarla’, explica el autor sagrado. Era imagen de maldad y de pecado, ciudad mundana y frívola, prototipo de las ciudades paganas. Jonás en principio se resistió a ir a predicar allí de manera que Dios le lleva a la fuerza. Hubiera deseado él predicar en las ciudades de Israel, porque le parecía que allí fuera más fácil obtener fruto.
Pero llevado por el Señor ‘comenzó Jonás a entrar por la ciudad y camino durante un día pregonando: Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.., los ninivitas creyeron a Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños…’ Donde parecía que era imposible la conversión, allí estaba la respuesta de su vuelta al Señor. Desde el rey hasta el más pequeño todos se convirtieron al Señor.
Esta es la señal que Jesús pone para la gente de su generación y nos pone a nosotros también. ‘Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación… cuando sea juzgada esa generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás. Y aquí hay uno que es más que Jonás’.
Allí está Jesús en medio de ellos. Les había dado muchas señales, realizado muchos signos, y estaba su Palabra de salvación que cada día llegaba a ellos, pero no querían escucharle. Y nosotros, ¿qué podemos decir? ¿No está también el Señor en medio de nosotros? Ante nosotros ¿no se nos proclama esa palabra de salvación cada día? ¿Cuál es nuestra respuesta?
Como decíamos al principio buscamos cosas extraordinarias y el Señor está en medio de nosotros. Queremos que nos den razones para creer y no somos capaces de ver el milagro de la vida de cada día que el Señor nos regala. Cuánto recibimos cada día del Señor. Abramos los ojos de la fe. Sepamos descubrir esa ternura de Dios que se nos manifiesta de tantas maneras. ¿Por qué nos descubrimos esa ternura y ese amor de Dios en tantos gestos de humanidad, de cariño, de atención, de amistad que cada día recibimos de los que están a nuestro lado? Serán nuestros seres queridos o los que nos atienden, será esa sonrisa que nos regala esa persona que se cruza en el camino de nuestra vida, o será esa atención y delicadeza que recibimos de cualquiera que está a nuestro lado. Así podríamos pensar en muchas cosas, detalles, personas que nos están manifestando esa ternura de Dios.
Pero está también su Palabra que se nos proclama cada día y nos da la oportunidad de escuchar y comprender lo que el Señor nos dice. Está el regalo grande de la Eucaristía en la que podemos participar cada día para alimentarnos de Dios mismo que se nos da. Está esa familia grande que es la Iglesia en la que nos sentimos integrados y en comunión y que nos manifiesta también esa presencia amorosa de Dios junto a nosotros. De muchas maneras podemos descubrir y sentir a Dios. Repito, abramos los ojos de la fe. No es ya Jonás el que nos proclama la palabra que nos invita a la conversión. En la Iglesia y a través de la Iglesia, y ahora de manera especial en este tiempo de Cuaresma, escuchamos esa llamada y esa invitación. Y aquí está Jesús en medio de nosotros. Que con corazón contrito y humilde acudamos al Señor, volviendo hacia El nuestro corazón.
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