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martes, 12 de julio de 2022

Decir bonitas palabras y hacer promesas es fácil, realizarlo cada día, ya es otra cosa, pronto volvemos a la rutina, dejémonos envolver por la gracia del Señor

 


Decir bonitas palabras y hacer promesas es fácil, realizarlo cada día, ya es otra cosa, pronto volvemos a la rutina, dejémonos envolver por la gracia del Señor

Isaías 7, 1-9; Sal 47; Mateo 11, 20-24

A veces no somos lo suficientemente agradecidos; diera la impresión de que nos creemos que lo merecemos todo; y ya no es solo que en el momento en que recibimos algo de los demás nos surja o no la palabra de gratitud, sino que el agradecimiento se ha de manifestar en la actitud que tenemos hacia esas personas que han sido buenas con nosotros. No es que le vayamos a pagar lo que generosamente han hecho, porque no nos lo aceptarían, pero si es necesario tener unas buenas actitudes hacia esas personas que manifiesten que en verdad estamos agradecidos. Es algo muy sutil muchas veces, pero es necesaria esa delicadeza que no siempre tenemos. Pronto olvidamos lo que hemos recibido sin merecimiento. Algunas veces, cuando uno se da cuenta, no sabe como corregir esos olvidos de muestra de nuestra ingratitud y nuestra falta de delicadeza.

Esto que tiene una referencia muy clara a lo que son nuestras relaciones humanas con las personas con las que convivimos nos puede servir también para que recapacitemos y veamos lo que es nuestra relación con Dios y las muestras de agradecimiento que tenemos ante su amor.

¿Nos sucederá a nosotros algo semejante a lo de los leprosos que nos cuenta en una ocasión el evangelio? Habían suplicado al Maestro que les curara y Jesús les envió a que se presentaran a los sacerdotes para cumplir con todos los requisitos de la ley para una vez curados poder ser admitidos de nuevo en la comunidad. Pero uno de aquellos leprosos antes de acudir a cumplir con aquellos requisitos legales, se vino a los pies de Jesús para darle gracias porque lo había curado. ‘¿Los otros nueve dónde están?’ se pregunta Jesús. Nos preguntará que dónde estamos nosotros tras tanto que hemos recibido de sus manos.

Es la recriminación que hoy le vemos a hacer a aquellas ciudades de Galilea donde había anunciado la Buena Noticia del Reino de Dios y tantos signos había realizado, Corozaín, Betsaida y la misma Cafarnaún. Y las compara Jesús con otras ciudades que no habían recibido los beneficios de la presencia de Jesús, pero que si en ellas se hubieran realizado los milagros y signos que allí había realizado, seguro que hubieran emprendido el camino de la conversión.

Quizá en el momento en que Jesús había obrado milagros en aquellos lugares, muchos saldrían alabando a Dios que realiza tales cosas. Como tantos que cuando contemplaban las obras de Jesús se deshacían en alabanzas y bendiciones; son los momentos de fervor, que pronto se apagan, pronto nos enfriamos; son los momentos de los buenos propósitos, que cuando pasan unos días y volvemos a la rutina de siempre pronto olvidamos. Nos pasa tantas veces. Son tantas nuestras promesas y propósitos; son tantas las ocasiones en que nos decimos ahora sí voy a cambiar y desde ahora las cosas serán distintas, pero a la vuelta de la esquina volvimos con nuestras rutinas y nuestras malas costumbres.

Decir bonitas palabras es fácil, realizarlo en la vida de cada día, ya es otra cosa; qué pronto volvemos a la rutina, qué pronto volvemos a encerrarnos en nosotros, que pronto nuestra mirada se vuelve turbia otra vez, qué pronto dejamos de ver la presencia del Señor en aquel que nos sale al encuentro en el camino. Qué débiles e inconstantes somos.

Dejémonos envolver por la gracia del Señor que sea la que nos guíe y la que nos de fuerza, la que sea nuestra inspiración y la que nos impulse a actuar sin ningún temor y siempre con corazón agradecido. Cuánto tenemos que orar al Señor para lograrlo.

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