Decir
bonitas palabras y hacer promesas es fácil, realizarlo cada día, ya es otra
cosa, pronto volvemos a la rutina, dejémonos envolver por la gracia del Señor
Isaías 7, 1-9; Sal 47; Mateo 11, 20-24
A veces no
somos lo suficientemente agradecidos; diera la impresión de que nos creemos que
lo merecemos todo; y ya no es solo que en el momento en que recibimos algo de
los demás nos surja o no la palabra de gratitud, sino que el agradecimiento se
ha de manifestar en la actitud que tenemos hacia esas personas que han sido
buenas con nosotros. No es que le vayamos a pagar lo que generosamente han
hecho, porque no nos lo aceptarían, pero si es necesario tener unas buenas
actitudes hacia esas personas que manifiesten que en verdad estamos
agradecidos. Es algo muy sutil muchas veces, pero es necesaria esa delicadeza
que no siempre tenemos. Pronto olvidamos lo que hemos recibido sin
merecimiento. Algunas veces, cuando uno se da cuenta, no sabe como corregir
esos olvidos de muestra de nuestra ingratitud y nuestra falta de delicadeza.
Esto que
tiene una referencia muy clara a lo que son nuestras relaciones humanas con las
personas con las que convivimos nos puede servir también para que recapacitemos
y veamos lo que es nuestra relación con Dios y las muestras de agradecimiento
que tenemos ante su amor.
¿Nos sucederá
a nosotros algo semejante a lo de los leprosos que nos cuenta en una ocasión el
evangelio? Habían suplicado al Maestro que les curara y Jesús les envió a que
se presentaran a los sacerdotes para cumplir con todos los requisitos de la ley
para una vez curados poder ser admitidos de nuevo en la comunidad. Pero uno de
aquellos leprosos antes de acudir a cumplir con aquellos requisitos legales, se
vino a los pies de Jesús para darle gracias porque lo había curado. ‘¿Los
otros nueve dónde están?’ se pregunta Jesús. Nos preguntará que dónde
estamos nosotros tras tanto que hemos recibido de sus manos.
Es la
recriminación que hoy le vemos a hacer a aquellas ciudades de Galilea donde
había anunciado la Buena Noticia del Reino de Dios y tantos signos había
realizado, Corozaín, Betsaida y la misma Cafarnaún. Y las compara Jesús con
otras ciudades que no habían recibido los beneficios de la presencia de Jesús,
pero que si en ellas se hubieran realizado los milagros y signos que allí había
realizado, seguro que hubieran emprendido el camino de la conversión.
Quizá en el
momento en que Jesús había obrado milagros en aquellos lugares, muchos saldrían
alabando a Dios que realiza tales cosas. Como tantos que cuando contemplaban las
obras de Jesús se deshacían en alabanzas y bendiciones; son los momentos de
fervor, que pronto se apagan, pronto nos enfriamos; son los momentos de los
buenos propósitos, que cuando pasan unos días y volvemos a la rutina de siempre
pronto olvidamos. Nos pasa tantas veces. Son tantas nuestras promesas y propósitos;
son tantas las ocasiones en que nos decimos ahora sí voy a cambiar y desde
ahora las cosas serán distintas, pero a la vuelta de la esquina volvimos con
nuestras rutinas y nuestras malas costumbres.
Decir bonitas
palabras es fácil, realizarlo en la vida de cada día, ya es otra cosa; qué
pronto volvemos a la rutina, qué pronto volvemos a encerrarnos en nosotros, que
pronto nuestra mirada se vuelve turbia otra vez, qué pronto dejamos de ver la
presencia del Señor en aquel que nos sale al encuentro en el camino. Qué
débiles e inconstantes somos.
Dejémonos
envolver por la gracia del Señor que sea la que nos guíe y la que nos de
fuerza, la que sea nuestra inspiración y la que nos impulse a actuar sin ningún
temor y siempre con corazón agradecido. Cuánto tenemos que orar al Señor para
lograrlo.
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