Hay
cansancios que van más allá del agotamiento físico porque las situaciones de la
vida nos meten en tensión, Jesús nos dice que vayamos a El que es nuestro
descanso
Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101; Mateo
11, 28-30
¡Qué cansado
estoy! Seguramente lo habremos escuchado más de una vez al amigo, al familiar,
o acaso lo hayamos dicho nosotros mismos. Llegamos al final de la tarde después
de una jornada de intensa tarea y ya no damos un duro por nosotros mismos, nos
sentimos agotados, sin fuerzas, estamos ansiosos por llegar al momento del
descanso.
Pero hay otro
cansancio anímico que se nos mete en el alma, nos sentimos sin ánimos y ya no
es cuestión solo de fuerzas físicas, sino de ese entusiasmo necesario por emprender
las cosas; vivimos en medio de tensiones, producidas por el mismo trabajo, pero
también por los aconteceres de la vida y cuando vivimos como en una olla de presión
al final la válvula si no está bien asegurada puede saltar; y es ese
decaimiento que se nos mete en el alma, ese sentirnos quizás como aburridos
porque nos agobian los problemas, porque las cosas no nos salen, porque
tropezamos siempre en lo mismo, porque nos volvemos a encontrar con aquellas
personas que no nos agradan o ya su presencia es un daño para nuestra vida,
porque no avanzamos como nosotros quisiéramos, queremos superarnos en tantas
cosas pero caemos de nuevo en las mismas rutinas, las mismas malas ‘mañas’, las
mismas malas costumbres, y nos sentimos desalentado porque no vemos el avance
que quisiéramos en la vida.
Y hoy Jesús
nos dice que si estamos cansados y agobiados vayamos a El, es nuestro descanso
y nuestra fortaleza. Contar con Jesús, contar a Jesús, eso ha de ser nuestra
oración; no vamos solo a recapitular nuestros triunfos y hacer alarde de las
cosas buenas que hacemos, como aquel fariseo de la parábola del evangelio
cuando subió al templo a orar, sino que vamos a llevar todos esos nuestros
agobios y cansancios y a ponerlos a los
pies de Jesús. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré’.
Algunas veces
decimos que cuando vamos a la oración, tenemos que dejar a la puerta todas
aquellas cosas que nos pueden distraer de nuestro encuentro con Dios, pero
también tenemos que decir que cuando vamos a la oración tenemos que llevar todo
eso que es nuestra vida también con nuestros cansancios y con nuestros agobios;
para tratar de ello con Jesús, para dejarnos iluminar por su luz, para mirarlos
con una mirada distinta – todo eso nos vamos a encontrar – pero también para
descansar en el Señor.
Y también nos dice que aprendamos de
El. ‘Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas’. Lo necesitamos.
Esos mismos agobios de la vida nos ponen nerviosos, aparecen sensibilidades que
no somos capaces de controlar; las cosas nos alborotan, nos hace perder la paz,
nos sentimos intranquilos, todo nos cansa, nos cuesta ya hasta las más mínimas
cosas que hemos de tener o hacer en relación con los nuestros, con los más
cercanos, todo nos hiere y nos molesta. Aprendamos de la mansedumbre del
corazón de Cristo; aprendamos ese camino de humildad para no alborotarnos con
nuestra soberbia que pronto nos exalta y despierta en nosotros violencias que
en otro momento no hubiéramos tenido.
Sepamos ir hasta Jesús, que sea
auténtica nuestra oración, que haya un encuentro vivo con El, que comencemos a
impregnarnos de su paz, que llenemos el corazón de esa mansedumbre; veremos a
Dios, nos llenaremos de Dios, haremos brillar la paz de Dios en la tierra.
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