Vivimos
tan inmersos en estas luchas de cada día, de aquí abajo que parece no tuviéramos
en cuenta esa trascendencia de vida eterna que nos da nuestra fe
Proverbios 2, 1-9; Sal 33; Mateo 19,
27-29
Algunas veces
nos preguntamos y por qué actué yo así, por qué tuve esa reacción airada
quizás, altanera y orgullosa, o por qué me desentendí de forma egoísta ante la
situación o el problema que se nos planteaba. No vamos a echarle la culpa a
nadie, porque quizás denota una inmadurez en nosotros, pero sí hemos de reconocer
que en la sociedad en la que estamos, vivimos situaciones tan contradictorias,
vemos el actuar de la gente llena de malicia, o también aquellos que se quieren
aprovechar de los demás y no hacen nada por si mismos para salir del barranco
en el que se han metido, que de alguna manera nosotros reaccionamos, nos
sentimos insatisfechos, nos parece que se están aprovechando de nosotros y
surgen nuestras iras y violencias, nuestras actitudes y posturas egoístas y
parece que hay hasta contradicción dentro de nosotros mismos porque no siempre
concuerda lo que decimos y pensamos de lo que luego realmente hacemos.
¿Nos
hundimos? ¿Nos sentimos fracasados? Decir en una palabra que no estamos
contentos con nosotros mismos. Y no vamos a justificarnos.
Hoy se nos ofrece
un hermoso texto del libro de los Proverbios, unos de los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Nos habla de
sensatez, sabiduría, prudencia, rectitud... unos valores que bien necesitamos
en el día a día de nuestra vida. Si lo tuviéramos más en cuenta sabríamos
actuar con mayor madurez, no nos dejaríamos llevar por el primer impulso,
sabríamos leer aquellos acontecimientos de la vida con los que vamos tropezando
haciendo una lectura distinta, no mostraríamos esas incongruencias con que
tantas veces nos manifestamos en la vida.
Tenemos que aprender a encontrar esa
sabiduría de Dios para descubrir ese sentido nuevo que hemos de irle dando a
las cosas que realizamos. Sabríamos tener la fortaleza necesaria para
sobreponernos en aquellas cosas que nos desagradan, pero para actuar de una
manera nueva; no vamos nosotros a actuar de la misma manera que lo hacen todos,
porque denotaríamos la poca sabiduría que hay en nosotros y la poca hondura
espiritual.
¿Cuál es la razón última por la que
nosotros actuamos? No pretendemos buscarnos el agrado del mundo, no buscamos
merecimientos para subirnos en pedestales en nuestra vida; es la rectitud con
que queremos actuar, pero es también la meta final de hacer más presente en
nuestro mundo el Reino de Dios, con la esperanza de que un día lo podremos
alcanzar en plenitud.
¿Qué vamos a alcanzar nosotros que lo
hemos dejado todo para seguirte?, le preguntan un día a Jesús los discípulos
más cercanos. Jesús había hablado de negarse a sí mismos, de ser capaz de
renunciar incluso a una familia, o de no tener seguridades humanas en las que
apoyarse. Jesús les dirá que si viven en fidelidad, si han sido capaces de
desprenderse de todo, no les va a faltar porque para ellos es el ciento por
uno, pero hay una promesa final que no podemos olvidar. ‘Todo el que por mí
deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien
veces más y heredará la vida eterna’. Aquí está manifestada la recompensa
final, ‘heredará la vida eterna’.
Vivimos tan inmersos en estas luchas de
aquí abajo de cada día que parece no tuviéramos en cuenta esa trascendencia de
nuestra vida. ¿Pensamos en verdad en la vida eterna? Y no es cuestión de
hacerse imaginaciones de cómo será esa vida eterna, sino fiarnos de la palabra
de Jesús que nos habla de que nos prepara unas estancias y vendrá y nos llevará
con El, y el Padre y El vendrán y habitarán también nosotros. Es estar en la
plenitud de Dios, en la plenitud de la vida de Dios. Y eso para siempre, con la
eternidad de Dios.
No lo perdamos de vista en nuestro
quehacer de cada día, no lo perdamos de vista en las motivaciones últimas que
tenemos para nuestro actuar y vivir la vida cristiana, para superarnos cada
día, para llenarnos de esa sabiduría de Dios que nos enseñe un nuevo actuar. Es
vivir la plenitud del Reino de Dios.
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