Nuestra tarea y compromiso convertirnos en testigos de
luz para ayudar a que no nos confundamos con esas luces parpadeantes que como
señuelos nos quieren atrapar
Queremos llegar a un determinado lugar
y en medio de la noche tenemos que atravesar carreteras, calles y avenidas que
están parpadeando de luces todas partes que nos hacen guiños como para atraer
nuestra atención; las publicidades comerciales que nos anuncian lugares,
productos, cosas que intentan que nos interesemos por ellas y en ellas nos
quedemos; pero no es esa luz como meta de nuestra vida la que vamos buscando y
tenemos que no dejarnos cautivar por sus ilusorias llamadas para que al final
podamos alcanzar nuestro objetivo, nuestra meta.
Es imagen de la vida, con sus cosas
atractivas, con sus guiños y sus llamadas, con tantas cosas que nos tientan y
nos quieren embaucar; tantas cosas que nos dicen que son las que nos dan la
felicidad al instante; tantas llamadas que nos prometen riquezas y abundancias,
prestigios o influencias, grandezas y vanidades como si en ellas estuviera el
verdadero sentido de la vida. Tenemos que buscar la luz que da verdadero
sentido a nuestra vida, que nos puede conducir por camino cierto, que puede
poner esperanza en la vida que a veces nos vuelve tan tormentosa, aquello que
dé verdadero sabor a nuestra existencia, aquello que nos conduzca a la
verdadera plenitud.
Sabemos donde está esa luz, sabemos
quien es esa luz para nosotros. Por eso buscamos a Cristo y queremos dejarnos
iluminar por su luz. Es la luz que nos da vida y que llena de la verdadera vida
a nuestro mundo, es la luz que es nuestra salvación, es la luz que nos llena de
verdadera esperanza y con quien nos sentimos seguros de que hay algo mejor, que
podemos hacer las cosas de manera distinta, que podremos encontrar esa
felicidad que llene hondamente nuestro corazón.
Pero encontrarnos con esa luz, llenarnos
de esa luz nos compromete. Nos compromete a que tenemos que ser testigos con
nuestra vida de esa luz; nos compromete porque nos convierte en portadores de
luz y tenemos que llevar esa luz a los demás, esa luz a nuestro mundo para que
en verdad encuentre el verdadero rumbo que lleva a la plenitud.
No podemos ocultar esa luz, no podemos
disimularla, no podemos dejar que se mezcle y se confunda con esas otras luces
que parpadean como si fuera una luz más. Para nosotros es la autentica, estamos
convencidos porque lo palpamos en nuestra propia vida cuando nos dejamos
iluminar, y por eso tenemos que llevarla con entusiasmo a los demás.
¿Qué estaremos haciendo de esa luz? ¿La
estaremos ocultando debajo del celemín en lugar de poner en el alto candelero
para que alumbre a todos los de la casa? ¿Qué sincretismos estaremos haciendo
en la vida en donde todo lo mezclamos y todo nos parece igualmente bueno? ¿Será
que hemos perdido el combustible que alimenta esa lámpara y ya todo nos da
igual y se nos ha debilitado nuestra luz?
Recordemos que las doncellas que tenían
que salir a iluminar el camino para el esposo que llegaba tenían que llevar
suficiente aceite en sus alcuzas para que las lámparas no se apagaran. Hemos
dejado debilitar nuestra ve, hemos bajado el listón de nuestras exigencias a
nivel personal, de nuestro crecimiento y superación personal, de las metas que
nos habíamos de haber puesto en el camino de nuestra vida cristiana, se nos ha
enfriado nuestra espiritualidad y nos hemos contagiado del materialismo de la
vida.
Termina hoy diciéndonos Jesús: ‘Brille así vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en
los cielos’. Es nuestra
tarea y nuestro compromiso. Muchos a nuestro alrededor se pueden dejar engañar
por esas luces parpadeantes que apartan del verdadero camino, pero ahí tenemos
que estar nosotros para señalar desde el testimonio de nuestra vida que se
convierte en luz para enseñar el camino que nos lleva a la verdadera luz, que
nos lleva a Jesús.
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