Tomémonos en serio el camino de la reconciliación, camino que anudará de nuevo los lazos del amor y la amistad cuando de corazón hemos sabido perdonarnos como hermanos
2Corintios 3, 15-4, 1. 3-6; Sal 84; Mateo 5, 20-26
Muchas veces metemos la cabeza debajo del ala, no queriendo ver los problemas, no queriendo reconocer aquello que un momento dado hicimos mal, y como nos tapamos la cabeza como el avestruz que cuando la persiguen mete la cabeza bajo el ala, y como ella no ve a quien la persigue, ya piensa que nadie la está persiguiendo, como no queremos enterarnos, nos hacemos oídos sordos a lo que nos puedan decir, nos desentendemos del problema de los demás, no le queremos dar importancia a aquello que hicimos en un momento y que pudo herir a alguien, con no encontrarnos con aquellos que nos llevamos mal o que tienen quejas contra nosotros, ya pensamos que somos buenos con todo el mundo.
Apariencias, cerrar los ojos para no ver, hacernos los insensibles como si con nosotros no fuera la cosa, queremos mantener la facha incluso de hombres virtuosos, pero los problemas persisten y se agrandan, los que están heridos le damos más motivos para que encierren en su rencor, y a la larga nos creamos una vida de falsedad y de mentira. Hasta pretendemos vestirnos de hombres sabios y buenos quedándonos en falsas apariencias, como falsedad es siempre lo que se queda en apariencia.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘Si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’. Se presentaban comos justos y cumplidores, pero su vida estaba llena de falsedad y de engaño. A lo largo del evangelio veremos lo duro que Jesús es con ellos, por la cerrazón de su corazón, pero lleno de apariencias y falsedad. Los llamará sepulcros blanqueados, denunciará claramente la doblez de sus vidas, le dolerá a Jesús la cerrazón de su corazón y continuamente su palabra es una llamada a la conversión. Hoy nos dice que no nos podemos quedar en esas vanidades y apariencias, no podemos estar aparentando una cosa y quizás volviéndonos exigentes con los demás, mientras no somos capaces de mover un dedo por vivir la rectitud del corazón.
Y hoy insiste Jesús en las actitudes de amor, de respeto, de valoración que hemos de tener con los demás, pero también de la actitud humilde de mutua acogida, aceptándonos y valorándonos, pero también arrancar de nuestro corazón todas esas actitudes negativas que nos llevan al desamor. Justo será entonces que llenemos de delicadeza nuestra vida, para que ningún mínimo gesto por nuestra parte, ni ninguna palabra que pronunciemos nos lleve a romper esos necesarios lazos de comunión que hemos de mantener los unos con los otros.
Así hemos de manifestar el respeto en todos los detalles que hemos de tener para con los demás. Entonces cuidemos nuestros gestos y posturas, pero cuidemos también nuestras palabras para que nunca sean ofensivas, sino siempre creadores de comunión, de cercanía, de fraternidad.
Pero eso significa también la humildad suficiente para ir siempre al encuentro con el hermano, pero sobre todo para tener la valentía de nuestros errores para reconocerlos y para pedir perdón. Nunca debemos mantener una actitud de desconfianza hacia el otro, nunca hemos de permitir que las heridas del alma se infecten y cada día sean mayores los abismos que nos separan los unos de los otros. De tal manera que dignamente no podemos presentar nuestra ofrenda al Señor, si sabemos que hay un hermano que tiene quejas contra nosotros. Sería una ofrenda vacía, pero estaría carente de lo más importante como es el amor.
Es el camino de la reconciliación que tan en serio hemos de tomarnos. Es el camino que va de nuevo a anudar lazos de amor y de amistad, cuando de corazón hemos sabido perdonarnos como hermanos. Es el camino en que ya no caben las apariencias ni las vanidades, donde todo estará adornado siempre con los lazos del más perfecto amor.
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