Descubrir
la novedad del evangelio, no podemos andar con remiendos ni con adornos
bonitos, para darle verdadera plenitud a nuestra vida
2Corintios 3, 4-11; Sal 98; Mateo 5, 17-19
Somos muy
dados a hacer cambien; bueno, estoy hay que matizarlo, en lo que nos conviene.
Por supuesto que todos queremos mejorar y ese camino de superación nos exigirá
cambios; pero esos son los que cuestan cuando son exigencias de renovación en
lo más hondo de nuestra vida personal. Preferimos los cambios en el exterior,
lo que se puede quedar en una fantochada y en vanidad; preferimos los cambios
para los demás, pero yo tengo mis costumbres y no hay quien me las cambie;
preferimos cambios en las leyes, que habría que preguntarse si en verdad
objetivamente buscan siempre lo mejor para regular nuestra convivencia, o
simplemente es la ideología del mandatario de turno lo que quiere imponerse.
Hay
principios, hay valores que son esenciales, son fundamentales; algunas veces
pueden entrar en contradicción con nuestros gustos particulares, con nuestras
pasiones, con nuestros intereses, y entonces queremos cambiar aquello que es
fundamental simplemente buscando mi satisfacción personal, mi gusto o mi
capricho. Pero sin querer ser pesimistas, siempre ha sido así, en todos los
tiempos, y vienen todo tipo de revoluciones y queremos cambiarlo todo. Nos
sucede hoy, lo estamos viendo continuamente, y ha sucedido en todos los
tiempos.
La
predicación despertaba inquietudes en los corazones, renacían las esperanzas
perdidas o ahogadas en aquel mundo de falta de libertad, de opresión, de
pobreza en que vivían. Lo que iban escuchando en aquel sermón de la montaña les
había estar especialmente atentos y despiertos, porque aquel sentido nuevo que
Jesús presentaba era realmente algo nuevo. Boquiabiertos se habían quedado al
escuchar las bienaventuranzas y como sucede siempre se despiertan ilusiones,
sienten que llegaba la hora del Mesías, aunque ellos se habían creado una
imagen que contrastaba con lo que Jesús les iba proponiendo.
Era como una revolución,
todo había que cambiar, como siempre pensamos en la hora de las revoluciones,
aunque no sepamos bien que es lo que buscamos, o qué es lo que realmente habría
que cambiar. Con Jesús sentían sin embargo que iba a ser distinto, porque El
estaba mirando los corazones y estaba pidiendo que para poder entrar en la
orbita del Reino de que anunciaba el cambio había de ser desde dentro, aunque
no terminaran de entenderlo.
Pero Jesús
advierte, no viene El a cambiar la ley y los profetas. Ahí estaba contenido lo
fundamental, porque era la revelación de Dios desde todos los siglos. Lo que
tenemos que saber buscar qué es realmente la voluntad de Dios. Y en eso dentro
tenemos que poner más empeño. Porque eso que nos está pidiendo Dios como algo
verdaderamente fundamental de la vida no se puede cambiar. Jesús nos dice que
viene a dar plenitud.
Ahí está
entonces nuestra tarea, porque tiene que ser algo que se produzca en lo más
profundo de nosotros mismos; su primer anuncio invitaba precisamente a la
conversión, para poder creer en lo nuevo que Jesús venía a ofrecernos. Es lo
que nos cuesta. Preferimos los cambios externos que pongan las cosas muy
bonitas, muy adornadas, con bellas apariencias, que al final que se quedan en
vanidades.
Es el camino
que hemos de aprender a tomar, y dejarnos de chiquilladas de cambios de normas
y de leyes. Es descubrir lo nuevo que en verdad nos ofrece el evangelio, porque
tampoco podemos andar con remiendos ni con adornos bonitos, dejando las cosas
como han estado siempre. Y cuidado andemos de nuevo buscando adornos bonitos;
cuidado que estemos olvidando toda la renovación que nos pedía el concilio
Vaticano II para encontrar esa
renovación profunda de la Iglesia, pero en especial de cada uno de nosotros.
Tendencias
tenemos a buscar de nuevo esas florituras y nos olvidemos de coger con valentía
el evangelio en nuestras manos para plantarlo de verdad en el corazón. Nos
falta evangelio y nos sobran devociones y florituras. Nos sobran tradiciones y
nos falta valentía y energía para lanzarnos por el mundo a hacer un anuncio de
Jesús y del Reino de Dios. Nos sobran orgullos de una fe que decimos heredada
desde siempre y nos falta arriesgarnos para ir con el evangelio en la mano y en
el corazón a esas periferias de pobreza, de increencia, de indiferencia y de
materialismo que nos están rodeando y que nos pueden comer si no fortalecemos
en verdad nuestra fe y nuestro ser cristiano.
Esa sería la
verdadera revolución que el evangelio de Jesús produciría primero que nada en
nosotros, en nuestro corazón para transformar nuestro mundo.
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