Sepamos
ir a escuchar ese susurro de Dios que refresca el alma, donde vamos a encontrar
esa fortaleza interior porque no estamos solos, Dios está siempre con nosotros
1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9,
1-5; Mateo 14, 22-33
¿Cómo nos sentiríamos
si en un momento determinado nos confían una tarea que en sí misma es costosa y
difícil y nos dejan solos para que salgamos adelante como podamos por nosotros
mismos? Si con responsabilidad asumimos la tarea y queremos sacarla adelante
pero nos vemos solos y diera la impresión que quien nos la confió se
desentiende un tanto de nosotros mismos, seguro que no nos sentiríamos bien,
aparecerían todas nuestras inseguridades, sentiríamos como que la tierra se
hunde debajo de nuestros pies y casi desearíamos tirar la toalla y abandonar.
La presencia más o menos cercana de quien nos confió la tarea nos anima y nos
dan ganas de luchar, el sentir que están pendientes de nosotros avivará incluso
nuestra responsabilidad y hasta nuestro ingenio para encontrar salidas.
Son cosas que
nos pasan en la vida. Y no queremos sentirnos solos y abadonados como si nada
importáramos; a la menor muestra de interés nos sentimos reconfortados y
animados. Es cierto que en la tarea educadora el padre y la madre o quienes
tienen responsabilidad sobre nuestro crecimiento humano, habrá momentos en que parece que nos dejan solos
para agudizar nuestro ingenio, nuestra fuerza de voluntad, el que creamos en
nosotros mismos, para que nos esforcemos de sacar a flote todo lo que llevamos
en nuestro interior y todas nuestras capacidades. Serán momentos de prueba de
los que saldremos más fortalecidos si mantenemos un hilo de conexión que nos
trasmita esa fuerza interior que necesitamos.
Hoy el
evangelio nos presenta un episodio que puede ser bien significativo y en el que
parecen darse algunas de esas características que hemos mencionado y de lo que
hemos venido reflexionando. ‘Jesús apremia a los discípulos a que subieran a
la barca y se les adelantaran a la otra orilla’. Pero Jesús no va con
ellos. Despidió también a la gente y El se fue a solas al monte para orar. Todo
muy significativo. Todo que nos está hablando de nuestros caminos, de nuestras
tareas, de lo que tenemos que realizar, de las dificultades incluso que vamos a
encontrar.
La noche se
les estaba haciendo larga a los que iban en la barca. No avanzaban, tenían el
viento en contra, todo parecía que eran dificultades, hasta les pareció que los
fantasmas los acompañaban. Y Jesús no estaba con ellos; aunque avezados
pescadores acostumbrados a atravesar aquellas aguas del lago, ahora todo les
parecía más costoso y se sentían solos.
Nuestro
camino y nuestras tareas, los mares embravecidos de la vida que nos vamos
encontrando, las soledades que vamos sintiendo, las fuerzas que tantas veces
nos flaquean, las tentaciones que nos agobian. Es nuestro camino personal de
ese crecimiento interior que hemos de realizar, son nuestros compromisos que
tenemos contraídos con la comunidad, son los momentos de nadar contra corriente
en la vida, son momentos duros en que parece que nada ni nadie nos tiene en
cuenta, que no valoran lo que hacemos.
Nos pasa en
el día a día de la vida, en la familia, en el trabajo, en las tareas sociales
con las que nos hemos comprometido; nos pasa también en las tareas que en la
Iglesia vamos realizando, en nuestros grupos a los que pertenecemos y con los
que queremos dar una respuesta en la vida a tantas cosas, a tantos gemidos de
dolor que sentimos en derredor.
Hay una cosa
que nunca nos tendría que fallar, la confianza de que, aunque se nos vuelva
oscuro el camino muchos veces y no lo veamos, el Señor está ahí, a nuestro
lado, nos tiene en cuenta y se convierte en nuestra fuerza que llegará a
nosotros de la manera más insospechada. Pediríamos en ocasiones milagros que
nos resuelvan las cosas, como Pedro que le pidió a Jesús que si era El pudiera
ir también caminando sobre el agua a su encuentro. No busquemos actos
portentosos para descubrir la presencia del Señor no nos dejemos confundir. No
estaba Dios en la tormenta, no estaba Dios en el terremoto ni en el fuego, sino
que Elías supo sentir a Dios en el susurro de la suave brisa.
Sepamos ir a
escuchar ese susurro de Dios. Ya Jesús nos lo ha enseñado que se ha marchado en
la noche a solas a la montaña para orar. Es donde vamos a encontrar esa
fortaleza interior, es cómo vamos a sentir la mano de Jesús que nos levanta
cuando nos hundimos, es como vamos a sentir los suaves pasos de Dios que va
caminando a nuestro lado y hablándonos al corazón. No estamos solos, Dios está
siempre con nosotros.
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