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domingo, 13 de agosto de 2023

Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios que refresca el alma, donde vamos a encontrar esa fortaleza interior porque no estamos solos, Dios está siempre con nosotros

 


Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios que refresca el alma, donde vamos a encontrar esa fortaleza interior porque no estamos solos, Dios está siempre con nosotros

1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33

¿Cómo nos sentiríamos si en un momento determinado nos confían una tarea que en sí misma es costosa y difícil y nos dejan solos para que salgamos adelante como podamos por nosotros mismos? Si con responsabilidad asumimos la tarea y queremos sacarla adelante pero nos vemos solos y diera la impresión que quien nos la confió se desentiende un tanto de nosotros mismos, seguro que no nos sentiríamos bien, aparecerían todas nuestras inseguridades, sentiríamos como que la tierra se hunde debajo de nuestros pies y casi desearíamos tirar la toalla y abandonar. La presencia más o menos cercana de quien nos confió la tarea nos anima y nos dan ganas de luchar, el sentir que están pendientes de nosotros avivará incluso nuestra responsabilidad y hasta nuestro ingenio para encontrar salidas.

Son cosas que nos pasan en la vida. Y no queremos sentirnos solos y abadonados como si nada importáramos; a la menor muestra de interés nos sentimos reconfortados y animados. Es cierto que en la tarea educadora el padre y la madre o quienes tienen responsabilidad sobre nuestro crecimiento humano, habrá  momentos en que parece que nos dejan solos para agudizar nuestro ingenio, nuestra fuerza de voluntad, el que creamos en nosotros mismos, para que nos esforcemos de sacar a flote todo lo que llevamos en nuestro interior y todas nuestras capacidades. Serán momentos de prueba de los que saldremos más fortalecidos si mantenemos un hilo de conexión que nos trasmita esa fuerza interior que necesitamos.

Hoy el evangelio nos presenta un episodio que puede ser bien significativo y en el que parecen darse algunas de esas características que hemos mencionado y de lo que hemos venido reflexionando. ‘Jesús apremia a los discípulos a que subieran a la barca y se les adelantaran a la otra orilla’. Pero Jesús no va con ellos. Despidió también a la gente y El se fue a solas al monte para orar. Todo muy significativo. Todo que nos está hablando de nuestros caminos, de nuestras tareas, de lo que tenemos que realizar, de las dificultades incluso que vamos a encontrar.

La noche se les estaba haciendo larga a los que iban en la barca. No avanzaban, tenían el viento en contra, todo parecía que eran dificultades, hasta les pareció que los fantasmas los acompañaban. Y Jesús no estaba con ellos; aunque avezados pescadores acostumbrados a atravesar aquellas aguas del lago, ahora todo les parecía más costoso y se sentían solos.

Nuestro camino y nuestras tareas, los mares embravecidos de la vida que nos vamos encontrando, las soledades que vamos sintiendo, las fuerzas que tantas veces nos flaquean, las tentaciones que nos agobian. Es nuestro camino personal de ese crecimiento interior que hemos de realizar, son nuestros compromisos que tenemos contraídos con la comunidad, son los momentos de nadar contra corriente en la vida, son momentos duros en que parece que nada ni nadie nos tiene en cuenta, que no valoran lo que hacemos.

Nos pasa en el día a día de la vida, en la familia, en el trabajo, en las tareas sociales con las que nos hemos comprometido; nos pasa también en las tareas que en la Iglesia vamos realizando, en nuestros grupos a los que pertenecemos y con los que queremos dar una respuesta en la vida a tantas cosas, a tantos gemidos de dolor que sentimos en derredor.

Hay una cosa que nunca nos tendría que fallar, la confianza de que, aunque se nos vuelva oscuro el camino muchos veces y no lo veamos, el Señor está ahí, a nuestro lado, nos tiene en cuenta y se convierte en nuestra fuerza que llegará a nosotros de la manera más insospechada. Pediríamos en ocasiones milagros que nos resuelvan las cosas, como Pedro que le pidió a Jesús que si era El pudiera ir también caminando sobre el agua a su encuentro. No busquemos actos portentosos para descubrir la presencia del Señor no nos dejemos confundir. No estaba Dios en la tormenta, no estaba Dios en el terremoto ni en el fuego, sino que Elías supo sentir a Dios en el susurro de la suave brisa.

Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios. Ya Jesús nos lo ha enseñado que se ha marchado en la noche a solas a la montaña para orar. Es donde vamos a encontrar esa fortaleza interior, es cómo vamos a sentir la mano de Jesús que nos levanta cuando nos hundimos, es como vamos a sentir los suaves pasos de Dios que va caminando a nuestro lado y hablándonos al corazón. No estamos solos, Dios está siempre con nosotros.

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