Qué
bien nos sentimos cuando todos estamos reunidos en perfecta armonía
compartiendo alegrías y retazos de la vida de cada día
Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18,15-20
Qué bien nos sentimos cuando todos
estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida
de cada día. Nos sentimos como en la gloria, decimos, y seguro que con
entusiasmo quedamos para vernos otra vez y para volver a pasar unos ratos
juntos. Son los encuentros de los amigos de siempre, con quienes hemos
compartido la vida, caminado juntos en momentos felices como también en
momentos tormentosos y difíciles, pero que seguimos queriendo encontrarnos y
compartiendo.
En mis añoranzas de hombre mayor
quizás, recuerdo como los vecinos a la fresca de la tarde salíamos a nuestros
patios que se comunicaban unos con otros y allí a la puerta, sentados en
cualquier sitio, pasábamos los ratos comentando las incidencias de la jornada,
de los que nacían momentos gratos de ayuda y de colaboración para muchas cosas
buenas. Momentos felices para el recuerdo, momentos ahora nos hacen valorar y
revitalizar muchas cosas que parece que han quedado atrás, pero que han sido
momentos de felicidad. Qué bien nos sentíamos y qué bien lo pasábamos.
He traído a la memoria estas que
podríamos llamar añoranzas porque realmente nos pueden remitir a lo que Jesús
nos está planteando hoy en el evangelio. Podríamos pensar que no nos está
diciendo nada especial que nosotros no podamos hacer. Vivir juntos, vivir
unidos, vivir compartiendo, vivir sintiendo preocupación los unos por los
otros, vivir con corazón comprensivo para entender los errores de los demás
pero también para ofrecer de nuestra parte lo que podamos hacer para que las
cosas sean a mejor. Y viene terminando por decirnos Jesús, que cuando vivimos
así, El está en medio de nosotros.
Seamos capaces de establecer buenas
relaciones de amistad y de comprensión, sepamos vivir con un corazón del que
hayamos alejado la malicia y la búsqueda de intereses egoístas, y todo saldrá
bordado, como solemos decir, todo será armonía y paz; y nos ayudaremos a
corregirnos y a crecer; y seremos comprensivos con los errores de los demás
porque sabemos que también nosotros los podemos cometer; y seremos capaces de
preocuparnos por los otros y no los dejaremos pasar necesidad porque el
compartir generoso es la riqueza más hermosa que llevamos en nuestra vida.
Y por eso nos dice Jesús como hemos de
saber corregirnos los unos a los otros llenos de humildad y de comprensión. La corrección
no es hundir, un sacarle los colores a la cara, no es echar en cara, no es
acusar para condenar; la corrección es tender una mano para ayudar a levantarse
al caído; es decirle a la persona que seguimos confiando en ella a pesar de los
tropiezos o de los errores; es ayudar a que se sienta capaz de reemprender de
nuevo el camino enderezando lo que está torcido; es como dar un nuevo voto de
confianza tantas cuantas veces sea necesario; es poner esperanza en el corazón
que se ve hundido cuando reconoce sus tropiezos y ayudar para que no falte la ilusión
y la alegría.
Por eso terminará diciéndonos hoy Jesús
que ‘donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos’ y por eso podemos tener la confianza de que siempre seremos
escuchados por Dios cuando somos capaces de ponernos de acuerdo para pedir algo
al Padre en su nombre. ‘Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los
cielos'.
Qué bien nos sentimos cuando todos
estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida
de cada día, decíamos al principio. Sepamos vivir en esa dicha y felicidad.
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