Saber llenar la vida de esperanza; sembrar semillas de esperanza,
quitará la tristeza de nuestra vida, hará repicar nuestros corazones con una
nueva alegría
Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27
Cuando nos suceden cosas que
nos afectan, nos surgen contrariedades que quizás nos hagan tomar otros rumbos
en la vida, cuando los problemas nos llenan de preocupaciones, pronto se notará
en nosotros ese desasosiego y tristeza que marcará incluso nuestra presencia.
¿Qué es lo que te pasa?, nos pregunta el amigo porque en nuestros ojos nota la
tristeza y la preocupación. Bueno es sentir esa presencia del amigo que así se
interesa por nosotros y nos ayudará a salir de esos momentos oscuros que nos
pueden aparecer en la vida.
Pero hay que afrontar la
realidad, no nos puede faltar la esperanza para no hundirnos en esas sombras de
tristeza. Pero es que además desde la fe que vivimos tenemos que encontrar esas
razones para la esperanza y para que no nos dejemos abrumar por esos nubarrones
negros de la tristeza.
Y esto es algo que tenemos que
cuidar muchos los cristianos. Algunas veces parece que nos falta alegría,
porque nos falta esperanza. Muchas veces hemos hecho nuestra religión demasiado
cargada de lágrimas y de tristezas; algunas veces a algunos les parece que
tienen que poner cara de circunstancias, como se suele decir, en todo momento,
y no terminan de dejar aflorar toda la alegría que tiene que engendrar nuestra
fe.
Demasiados cortinajes lúgubres
hemos puesto incluso en nuestros ritos religiosos, haciendo que esas cosas
externas nos puedan envolver también el sentido de nuestra vida. Para muchos
cristianos todo el sentido de su religiosidad se queda muchas veces en unos
ritos funerarios y no va más allá del cementerio. Algo tiene que hacernos
trascender de todo eso. Nuestra fe nos tiene que llevar siempre a la vida, a la
luz, al resplandor de la resurrección para que así podamos encontrar el sentido
del dolor y de la muerte. Solo adquiere su profundo sentido mirada a través del
cristal de la resurrección. Todo tenemos que mirarlo desde la óptica del amor.
Hoy nos dice el evangelista
que tras los anuncios que Jesús les está haciendo ellos se llenaron de
tristeza. Jesús les habló de entrega y de muerte; ellos lo único que atisbaban
en las palabras de Jesús era el principio de un fracaso, pero no terminaban de
comprender todo lo que les decía Jesús cuando les hablaba de esa entrega. La muestre
no es una destrucción para eliminar todo germen de vida nueva, sino todo lo
contrario. No era simplemente que algunos quisieran quitar de en medio a Jesús
– quizás a muchos les molestaba la presencia de Jesús por el sentido nuevo de
la vida que les estaba ofreciendo – era la entrega de amor que Jesús estaba
realizando.
Desde esa óptica del amor sí
que tendría sentido la muerte de Jesús. Era lo difícil de comprender, porque
siempre rehusamos lo que nos parece que nos puede hacer sufrir. Cuando falta la
óptica del amor es difícil comprender la entrega de Jesús dando su vida por
nosotros; cuando nos falta esa óptica del amor difícilmente se nos correr eran
esos velos que envuelven el sentido de la muerte para muchos y no serán capaces
de vislumbrar esa vida nueva que nace cuando germina la semilla enterrada para
que pueda dar fruto.
Tenemos que saber llenar la
vida de esperanza; tenemos que sembrar semillas de esperanza en nuestro entorno
y en el mundo en que vivimos. Es lo que podrá hacer repicar nuestros corazones
con una alegría nueva, con el sentido que Jesús quiere dar a nuestra vida.
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