Un
proyecto de vida en común al que hemos de poner sólidas bases para mantener una
fidelidad para siempre
Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12
Si queremos construir un sólido y bello
edificio que se mantenga firme con el paso de los años y no tengamos que estar
pronto reparando grietas o que pronto se ponga en peligro su estructura ya
procuraremos unos sólidos cimientos, pero también nos preocuparemos de los
mejores materiales, arquitectos y maestros de obra que lo lleven a su culminación.
No significa eso que luego no tengamos que cuidar su mantenimiento para que
conserve su belleza y lo podamos utilizar en los fines para los que fue
construido.
No quiero andar yo ahora de constructor
que técnicos hay en la vida que lleven a cabo su obra, pero sí pienso que esta
imagen que hemos querido plasmar aunque sea imperfectamente nos puede valer
para muchas cosas en la vida. No nos lanzamos a realizar un proyecto en la vida
sin haberlo considerado bien previamente viendo las posibilidades pero
estudiando cada detalle de los pasos que tendríamos que ir dando para llevarlo
a cabo. No nos quedamos solamente en los sueños de un día, o en unos primeros
impulsos que nos podrían inspirar grandes ideas o grandes cosas a realizar. Un
primer momento, si queremos decirlo así, de inspiración, pero luego un arduo
estudio y trabajo para poderlo realizar.
Así es la vida, así son las cosas que
vivimos con toda la creatividad que podamos o tengamos que ponerle, pero es
necesario un cuidado y un esfuerzo, hay un gran proyecto de vida que no lo
construye uno solo sino que es necesario básicamente una pareja aunque luego
vendrán apareciendo otros intervinientes que es el matrimonio y la familia. Algo
que como hemos venido diciendo necesita unos sólidos cimientos y exige una
ardua construcción.
Desde esos impulsos del corazón y
también de nuestros deseos carnales, por qué no decirlo también, muchas veces
queremos apurar su construcción y damos por sentado con unas mínimas cosas que
ya el edificio está construido y queremos ponernos a vivir en él. Esos impulsos
y esos deseos pueden ser un buen arranque – son quizá la inspiración de ese
proyecto - pero a los que hemos de dar forma con exquisita delicadeza y
cuidado, que quizá no siempre tenemos o ponemos lo suficiente.
Unos sólidos fundamentos, es cierto, de
amor y de sinceridad, que nos lleve a un profundo conocimiento de la persona
para descubrir cuanta riqueza hay en cada uno pero que han de valernos como un
enriquecimiento mutuo incluso en la diversidad de cualidades o pareceres que
cada uno pudiéramos tener. Y cuando estamos hablando de amor hemos de cuidar
que no sea un amor egoísta que solo busque satisfacciones personales o
individuales, sino hemos de comprender todo lo que significa de donación de si
mismo, puesto que quien ama se da para buscar el bien y la felicidad del otro,
que en un amor mutuo y verdadera será siempre un bien común conseguido.
Hoy le plantean a Jesús en el evangelio
el tema del divorcio, como seguimos planteándonoslo en nuestro tiempo. Jesús
recuerda lo que es la voluntad de Dios, el plan de Dios desde el principio y
nos recuerda también la terquedad del corazón del hombre tan lleno de
debilidades. Jesús quiere que le pongamos verdadero fundamento y El con su
gracia promete estar junto a nosotros en ese camino de la vida. El sacramento,
dignidad a la que Jesús ha elevado el matrimonio significa esa presencia de
Dios, porque el amor del hombre y la mujer ha de ser signo también de lo que es
el amor de Dios y en el amor de Dios ha de tomar el ejemplo y la fuerza para realizarlo.
Somos débiles es cierto y nuestra vida
se nos agrieta por muchos lados, pero nos olvidamos de lo que ha de significar
la gracia de Dios en nosotros. Porque el sacramento no es solamente aquel
primer momento de la vida matrimonial en la celebración, sino que el sacramento
ha de ser toda la vida, en toda la vida sentir esa presencia de Dios que no nos
falla y nos ayudará a mantener esos sólidos fundamentos de nuestro matrimonio.
Pongamos sólidas bases a su construcción.
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