En
nuestra fe y en nuestro ser iglesia tenemos un tesoro en nuestras manos que
muchas veces acobardados escondemos y
nos falla nuestra fidelidad y nuestra lealtad
Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2.
8-19; Lucas 12, 32-48
Cuando a uno le confían una tarea lo
menos que uno puede ser es fiel, responsable, y leal hacia aquel que nos ha
confiado dicha tarea y responder con prontitud a lo que se nos ha encomendado.
Han puesto su confianza en nosotros y ahora hemos de merecernos esa confianza
en el cumplimiento de lo encomendado. Ahí vamos manifestando la madurez de
nuestra vida y así contribuimos desde esas responsabilidades que asumimos en
hacer, por ejemplo, que nuestra convivencia sea de lo mejor y todos al final
salgamos beneficiados por aquello que realizamos.
Aunque nos parezca muchas veces que
aquellas cosas que hacemos tienen un objetivo y un fin determinado según lo que
estemos realizando, sin embargo sabemos bien que todo está interrelacionado y
es en fin el mismo conjunto de la sociedad la que sale ganando con lo bueno que
realizamos y con el cumplimiento fiel de nuestras tareas. Mi bondad y mi
responsabilidad repercuten también en el conjunto de la sociedad en la que
vivimos porque son granitos de arena con los que contribuimos a la construcción
de esa misma sociedad y de ese mundo en el que convivimos.
¿Por qué me estoy haciendo esta
consideración? Es que Jesús nos habla de vigilancia y responsabilidad. Nos
habla Jesús del criado que ha de cuidar la puerta de la casa y cuanto más en la
ausencia del amo y que ha de estar vigilante para el momento en que llegue para
abrirle apenas llegue y llame; nos habla del administrador a quien se le confían
unos bienes, o el que está al frente de las tareas de la casa y que todo ha de
ordenarlo debidamente para que cada uno cumpla su función y todos además sean
bien atendidos; como nos habla también del uso que cada uno ha de dar a sus
bienes y posesiones no quedándose en una función egoísta en pensar solo en sus
ganancias personales sino de cuanto puede hacer con ello en beneficio de los
demás.
¿Qué quería decirles Jesús a los discípulos
cuando les proponía estas pequeñas parábolas? ‘No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a
bien daros el reino’,
comenzaba diciéndoles Jesús. ¿No estará preparando Jesús a aquellos discípulos
más cercanos a quienes confiaba los secretos del Reino para la misión que un día
habrían de recibir? Está queriéndoles decir Jesús cómo confía en ellos y por
eso un día les confiará su misma misión. Pero aun más, podríamos decir, estaba
señalándoles cómo todo aquel misterio de gracia que a ellos les revelaba un día
tendrían que compartirlo, contagiarlo a cuantos les rodeasen; y de esa tarea no
se podrían escaquear, como decimos ahora.
Pensamos,
sí, quienes hoy estamos escuchando esta Palabra de Jesús en la tarea que
tenemos que realizar, porque de El recibimos su misma misión. Claro que
pensamos en nuestras responsabilidades personales de cada día con nosotros
mismos y en medio de la sociedad en la que convivimos. Fidelidad,
responsabilidad, vigilancia, lealtad con nosotros mismos, con nuestro mundo
pero también lo hemos de sentir ante Dios. Como decíamos antes cada cosa que
hagamos hecha con fidelidad total es un granito de arena bien importante en la construcción
de nuestro mundo.
Pero
pensemos además nosotros cristianos, que nos consideramos y que nos
manifestamos como creyentes en la responsabilidad que tenemos de esa luz que se
ha puesto en nuestras manos, que es nuestra fe. Pensemos nosotros, como hombres
y mujeres de Iglesia – pertenecemos a la Iglesia, formamos parte de la
comunidad eclesial – en la responsabilidad que también dentro de nuestra
Iglesia tenemos.
Fáciles
somos para hacernos nuestros juicios, para criticar o murmurar en lo mal que
están las cosas, en los problemas que quizá vemos en nuestras comunidades
cristianas o en el conjunto de la Iglesia, cosas que no nos satisfacen, que
vemos que quizá tendrían que ser de otra forma, ¿nos quedamos solo en la
critica o en la murmuración o nos comprometeremos a poner nuestro granito de
arena para que mejoren también las cosas en nuestra Iglesia?
Tampoco
tenemos que meter el rabo entre piernas acobardados por lo que vemos en nuestro
mundo y en nuestra sociedad y también quizá por las críticas que recibe la
Iglesia, el desprestigio a que quieren someterla en nuestra sociedad de hoy, o
la oposición que podemos encontrar para que la Iglesia pueda seguir realizando
su misión.
Nos
callamos tantas veces acobardados, nos echamos para atrás y no somos capaces de
levantar la voz, tenemos miedo de manifestarnos porque tememos la reacción que
puedan tener las gentes de nuestro entorno. ¿Es esa la lealtad que tenemos con
nuestra fe, con nuestra Iglesia, con aquello en lo que creemos y que queremos
vivir? ¿Estaremos siendo el mal administrador que no cumplimos con nuestros
deberes de responsabilidad, fidelidad y lealtad?
¿Qué
hacemos con lo que Dios ha puesto en nuestras manos? ¿Qué hacemos por esa
Iglesia a la que pertenecemos? ¿Estaremos escondiendo ese tesoro por cobardía?
En muchas cosas tendremos que pensar, pero también es hora de ponernos a
actuar.
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