Porque
queremos sentir entre nosotros la comunión del Reino de Dios nos ayudamos
mutuamente a superarnos y a crecer en nuestro amor
Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo 18,
15-20
Este individuo es imposible, es
insoportable. Reacciones así tenemos en ocasiones cuando nos encontramos en la
vida con personas que quizá dejan mucho que desear en sus comportamientos, que
quizá todo el mundo ve cómo se han metido en una vida viciosa - qué lista casi
interminable podríamos hacer de individuos que conocemos así enrollados en todo
tipo de vicios – y que quizá un día quisimos darle un consejo pero nos hizo
caso. Los dejamos por imposibles, como solemos decir, con la cuchara que cojas
con esa comas, porque ya ni siquiera intentamos una vez más tratar de ayudar
que le den una vuelta a su vida.
¿Nos acobardamos, quizá? ¿Tenemos miedo
de enfrentarnos a esas situaciones por las consecuencias que pudieran tener
para nuestra vida? Queremos evitar complicaciones y cerramos los ojos para no
ver ni querer saber nada. Es difícil y complicado, pero ¿esa sería en verdad
una actitud humana hacia esas personas? ¿Qué nos diría el evangelio? Son
situaciones difíciles que muchas veces no sabemos como afrontar. Es bonito eso
que se dice que tenemos que ayudarnos y que esa es una pobreza muy terrible,
pero quizá en nuestra indecisión, cobardía quizá, insolidaridad somos nosotros
los verdaderamente pobres. Realmente me siento interpelado en lo más hondo de
mi mismo con situaciones así. Es fácil dar consejos, pero ¿hacerlo?
Cuando hablamos del Reino de Dios que
Jesús nos anuncia y que nosotros hemos de construir y vivir no se trata de
cosas utópicas que se quedan en sueños y que no podemos realizar. Decimos Reino
de Dios porque reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra vida y que en
torno a El formamos como una gran familia en la que hemos de querernos y
mantener la unidad y la comunión. Eso se ha de traducir en unos valores que
queremos poner en nuestra vida, eso significa como hemos de amarnos y siempre
en consecuencia buscamos el bien los unos de los otros, eso significa como
tenemos que sentirnos en una profunda comunión sintiendo incluso como propio
cuando suceda al hermano.
Si eso queremos vivirlo, ¿no nos duele
el mal que pueda haber en los otros o incluso que los otros puedan hacer? ¿No tendríamos,
entonces, que preocuparnos los unos de los otros para ayudarnos a superar esas
situaciones no tan buenas en las que tantas veces nos podemos ver envueltos?
Mucho más podríamos preguntarnos en este sentido.
Y es así, desde ese amor, cómo nos
aceptamos y nos comprendemos, pero también con un grande amor y con una
exquisita humildad nos corregimos y apoyamos mutuamente para salir de ese mal
que se nos haya podido meter en el corazón. Así estaremos haciendo en verdad el
Reino de Dios, así es como realmente llegaremos a vivirlo. Es de lo que nos
está hablando hoy Jesús en el evangelio en la llamada corrección fraterna,
dándonos las pautas más humildes y exquisitas para que realicemos ese mutua corrección
de hermanos.
¿Lo hacemos? ¿Nos cuesta? ¿Ponemos
verdadera humildad en esa corrección fraterna? No podemos ir desde el
engreimiento orgulloso de creernos los santos y los que nunca fallamos, sino
que reconociendo que nosotros somos también débiles muchas veces nos acercamos
con amor al hermano, con sencillez y con humildad. Muchas consecuencias tendríamos
que sacar de las palabras de Jesús que hoy le escuchamos en el evangelio.
Aquellas actitudes insolidarias y prepotentes de las que hablamos al principio
tienen que estar muy lejos de nuestro estilo de vivir.
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